San Isidro

El VAR del tendido: «Yo he visto a Manolete»

A sus 92 años, Miguel Cañadilla, el viejo del sombrero cordobés, hijo del alcalde «más honrado» y hermano del maletilla 'El Niño de los Hilvanes, aún se asombraba con cada pasaje de la lidia y se mostraba inquieto por lo mal que se pica a los toros: «No se pica, se picotea»

Miguel Cañadilla, con su sombrero y su habano R. P.

Fumaba un puro de buenas hechuras. Un 'partagás' se posaba en sus labios, aunque prefería aquella vieja cajetilla de 'caldo de gallina' que tantas tardes asomó en su bolsillo. Una camisa abotonada le cubría las arrugas del cuello, esas líneas nonagenarias de los dos siglos ... cruzados. A sus 92 años, aún se asombraba en cada escena de la lidia, aún le inquietaba lo mal que se pica a los toros. «Ahora no se pica, se picotea». En su asiento preferente, apenas hablaba con nadie, pero su mirada era el espejo de todo lo que sucedía en la arena. Al llegar a su localidad, sin más almohadilla que un pañuelo blanco, se destocó unos segundos y puso su sombrero sobre las piernas. No era el típico panamá que abunda en las gradas, ni el de ala ancha que se ve a los más rocieros de las zonas bajas o ese 'trilby' más propio de las carreras de caballos que últimamente se estila en el patio del desolladero. Era un cubrecabezas cordobés que había respirado mucho polvo en el camino. No se lo quitaría en toda la corrida de dolfo Martín . Apenas pestañeaba, salvo cuando los ojos se resecaban y se colocaba las patillas de unas gafas oscuras como las de Camará , el apoderado del Monstruo. «Me llamo Miguel Cañadilla García-Yébenes . Yo he visto a Manolete», fue su tarjeta de presentación. Se quitó entonces las lentes. Hablaba su mirada, vidriosa cuando evocaba aquella época que no volverá: «Soy de Madridejos y lo vi torear en Manzanares unos días antes de su muerte en Linares». Dos horas y media de viaje «en una camioneta para recorrer 55 kilómetros». Como los largos 150 minutos de festejo que se marcaban en sus dos relojes, el suyo y el de la mujer que se fue. «El tiempo vuela». Suspiros de una España irrepetible.

Cuando apareció el primer cárdeno, ya no había nada más ante su mirada. Aquel hombre que nació «a la par que la Monumental» asintió ante el espadazo de Rafaelillo a Mentiroso. Apoyado en ese bastón que simulaba un estoque, se levantó en la vuelta al ruedo y ofreció unas magdalenas a los de alrededor. «Son del mejor panadero». De su pueblo, claro. Y siguió a lo suyo, que era ver toros.

Fruncía el ceño ante aquel trasiego de espectadores subiendo y bajando por las escaleras. Si su padre mandara en la plaza, más de uno acabaría en el calabozo. Su padre, que de sastre pasó a alcalde, «más recto que una vela y muy honrado». Cómo sería que prohibió tirar lejía en las calles y la primera que incumplió la norma fue su señora madre: «Que la multen con cinco pesetas», dijo Aurelio Cañadilla , nombre del popular regidor. «Era insobornable. Un vecino le regaló un cordero y lo devolvió. Igualito que ahora, que llevas uno y te piden todo el rebaño», contaba Ángel Zamorano , un exmonosabio de Las Ventas que conduce a diario 240 kilómetros para «sufrir y gozar» desde el tendido. De copiloto, Cañadilla, que antes de entrar en la plaza se metió entre pecho y espalda unas gambas al ajillo y unas chuletas de cordero en Waniku. No perdonaría tampoco la cena en el 3 Jotas de Ocaña: «Me voy a fundir lo poco que tengo y a vivir la vida».´

Aplaudían su filosofía en el tendido hasta que apareció el tercero. Nuevo silencio. Toreaba Alejandro, su favorito del cartel, «aunque me gusta más el de antes, ahora es una alcayata». Silbó entonces la melodía de 'La muerte tenía un precio' en el móvil de un espectador. Y a partir de ahí, la división: del «eres grande Talavant e» al «crúzate». A Miguel no le agradó: «El mejor de ahora se llama Morante ».

Morantista y torista, observó con atención al complicado quinto en un toma y daca con Escribano . «Es para echarle el pienso desde lejos», comentaron al lado. De pedernal era, como las reses a las que se enfrentó de maletilla su hermano Alfonso. El Niño de los Hilvane s se apodaba, compañero de batallas del Niño Cohete . Para petardo, el de la figura extremeña, «fatal con la espada». Entre almohadillas acabó la tarde: «Los ojos se me han puesto como dos platos de pisto de todo lo malo que hemos visto». Poeta en pareado el viejo del sombrero cordobés, que aplaudió que la Policía se llevara detenido al impresentable que pegó un almohadillazo a la afición. A su padre, «el alcalde más recto y honrado», tampoco no le hubiese temblado el pulso.

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