Vicente Zabala: la dignificación del oficio de escribir de toros
Con José y Juan en todo su apogeo, don Miguel de Unamuno publicó en 1915 un artículo en el que sostenía que lo malo -se presupone que para la sociedad de la época- no era que en España se hablara y escribiera tanto de toros, ... sino que lo uno y lo otro se hiciera «mal, ramplonamente y sin ingenio alguno». Como una contraposición, la anécdota viene al recuerdo cuando hoy Guillermo Luca de Tena, y con él toda su ilustre Casa, recibe el premio la Fábula Literaria de Vicente Zabala, promovido por los Amigos de la Dinastía Bienvenida y que viene a ser un reconocimiento, merecido y debido, a la atención permanente que de siempre él y los suyos prestaron a la Fiesta de los toros.
Aunque con sólo comprobar la nómina de escritores taurinos de las primeras décadas del pasado siglo, se comprueba lo discutible de aquella opinión del insigne pensador, un ejemplo palmario de lo «bien, cultamente y con mucho ingenio» que se puede escribir de toros lo encontramos, ayer y hoy, en las páginas de ABC, con cien años de ejemplos.
Sin ir más lejos, el premio que hoy se entrega toma su nombre de un exponente claro y rotundo de todo eso: Vicente Zabala Portolés, que supo acreditar cómo se puede elevar hasta lo máximo el oficio de escribir de toros, sin prescindir por ello ni de los valores esenciales de la Fiesta, ni de las obligaciones propias de un periodismo de calidad. Tanto en su época inicial de «El Ruedo» o «El Alcázar», como de manera muy especial en las páginas de ABC, de toda su trayectoria se pueden predicar tales criterios, como atestiguan sobradamente las hemerotecas, tanto en los trabajos del día a día periodístico, como en aquellos otros más reposados de «Blanco y Negro» y «Los Domingos de ABC», sin olvidar toda una bibliografía, de objetiva importancia para la literatura del toreo.
Y es que, si uno de los sentidos finalistas de la labor crítica radica en dejar constancia histórica para las generaciones que vienen por detrás, en los escritos de Zabala se aporta una importante dosis de permanencia, nacida de una ecuanimidad que se fundamenta no sólo en la racionalidad del juicio, sino también en la capacidad para contextualizar en cada presente aquello que desde el ruedo debe saltar a los Anales permanentes.
Semejantes requerimientos en modo alguno resultan excluyentes de un sentimiento de pasión por la Fiesta. El crítico, como cualquier aficionado, tiene derecho hasta a la exaltación, cuando en el ruedo se ha cincelado una obra grande; lo que le está vedado es la venalidad -la banalidad, también- en sus juicios y opiniones. Bajo este punto de vista, Vicente Zabala fue un verdadero enamorado de la Fiesta, hasta el punto que bien podrían predicarse de él aquellas palabras ilustradas de Juan Corrales Mateos, en su «Tauromaquia completa», cuando enumeraba como las «condiciones indispensables» que debe reunir quien aspire a ser figura del toreo: «valor, ligereza, conocimientos de la profesión y un amor al arte sin límites». Trasladadas a su cometido profesional específico, cumplió con creces las cuatro condiciones.
Naturalmente, nada de todo esto se improvisa, sino que nace como fruto de todo un recorrido anterior. En el caso de Vicente Zabala, ese camino previo al magisterio pasó, entre otras estaciones, por las tertulias juveniles de la calle de la Victoria, por la peña «Los de hoy» -en la que se formó una promoción de muy buenos aficionados y críticos- y por el templo bienvenidista de la calle General Mola, con su extensión en la Cervecería Galatea. Y todo ello, sin olvidar la impronta profunda que le dejó su relación con Pepe Luis, de quien aprendió -parece intuirse en sus escritos- cuanto de luminoso misterio se encierra en el toreo.
Por eso, con toda propiedad puede afirmarse que en la figura de este crítico se conjuntaron dos factores que difícilmente se dan: una vocación profesional incuestionable, que le permitió llegar a la excelencia en su trabajo, y un apasionado y amplísimo conocimiento de la realidad de la Fiesta, sin por ello tener que aparecer por las cocinas tantas veces poco ventiladas de tan singular planeta.
De aquellos mimbres vinieron luego las realidades que permiten afirmar, con ajustado sentido, que Vicente Zabala consiguió alcanzar la meta más difícil para un profesional: dignificar hasta la excelencia su oficio, algo que de modo natural nos vuelve a conducir hasta la saga de periodistas que hoy encabeza Guillermo Luca de Tena y hasta la Casa de ABC.
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