Uceda Leal y el milagro de lo clásico
La eterna esperanza de Madrid cautiva con una faena de clase y solera en la Goyesca de Madrid
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Iniciar sesiónVolvía Uceda Leal a su plaza. Volvía la eterna esperanza de Madrid, con su cuarto de siglo de alternativa en lo alto. Y con los 45 otoños que enseña su carné reverdeció los laureles de la juventud, pero con la solera y el poso de ... la veteranía. Qué manera de torear por los cauces clásicos, por ese toreo imperecedero capaz de rendir Las Ventas. La comunión brotó con el Barbudo del Cortijillo: se devolvió el primero de su lote y corrió turno. Una señorial media había dibujado Ferrera en el quite antes de que este número 19 pusiera la cara por las nubes en banderillas. Lo que iba a suceder después era un misterio, desvelado por José Ignacio desde el torerísimo prólogo genuflexo y el resplandor de su derecha ya en la serie inicial.
Aquel exquisito trato de Uceda hizo que Barbudo rompiese hacia delante. Clase y empaque en cada encuentro con el toro, que acudía a los cites con mejor condición que ninguno de sus hermanos. Transmitía Barbudo y transmitía el torero. Un natural desató los oles y un puñado más de zurdazos enronqueció las gargantas. Los jóvenes observaban sin pestañear y la vieja guardia se frotaba los ojos: la catedral volvía a asistir al milagro de lo clásico. El vuelo al hocico, las yemas acariciando la embestida, la cintura rota hasta el remate en la cadera. El toreo puro de ayer revivía en el toreo de hoy. La emoción se palpaba desde la barrera a la andanada, desde el sol a la sombra. Un lujo en la goyesca del Dos de Mayo. Cuando se perfiló para matar al buen ejemplar de la casa Lozano, la afición buscaba los pañuelos. Pero al agente 007 del escalafón se le fue la mano a los bajos y la petición no cuajó lo suficiente. Lástima el acero, porque se había ganado una oreja de ley.
No prometía el paraíso el sobrero que hizo cuarto y, pese a que Uceda quiso ahormarlo en unos ayudados por bajo, este cortijillo no se entregó. Obedecía al toque sutil, sí, pero se desplazaba solo en medio recorrido. La pulcra labor, con su habitual gusto, no trepó esta vez.
La tarde había arrancado con división: ovaciones para Isabel Díaz Ayuso en su paseíllo por el callejón y pitos para Gonzalo Villa. «¡Fuera del palco!», gritaban contra el presidente que la tarde anterior había regalado una Puerta Grande en el ruedo número uno del mundo. La cosa se calmó cuando apareció el primero del Cortijillo, frío de salida, fiel a su encaste Núñez. A solas ya con Francisco de Manuel, aun con esa brusquedad geniuda con la que se defendía por sus contadas fuerzas, obedeció a su muleta. Todo lo hizo con decisión el confirmante, muy centrado con el toro y buscando la colocación cabal. A izquierdas brotó lo más sincero frente a este Socarrón de la ceremonia, en la que saludó.
Cambió el tercio la presidencia sin siquiera haber parado al sexto. «¡Incompetente!», se oyó. Y luego pasó lo esperado: el toro se fue como un obús al peto. Pero igual que iba se piraba: otro manso de solemnidad que daría luego ciertas opciones. Se le atisbó mejor pitón derecho en la lidia, aunque De Manuel eligió el izquierdo en el inicio. Ambos intercalaría después, sin llegar la entente en el dispuesto y largo metraje.
Había ejercido de testigo en la confirmación Antonio Ferrera, que se las vio con un mansote tercero que no se empleó en varas. El que se empleó con destreza fue el extremeño, que lo consintió mucho en su media altura y midió con listeza los tiempos para dosificar el fondo del toro. Cabeza preclara para cambiar de pitón en el momento justo. Combinó el toreo en movimiento y desgranó unos redondos y unos naturales con sabor a un animal que se mosqueaba en los de pecho. El acero emborronó su profesional faena. De najas salió el quinto, protestado nada más pisar la arena. Con un cante mayor de la gallina, no se lo puso fácil a la cuadrilla con los palos. Fue el de juego más deslucido y Ferrera tampoco se inspiró.
Las musas se le aparecieron a otro veterano: Uceda, el eterno clásico.
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