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ABC Cultural

Tres gigantes a hombros y una faena a placer de Ponce en Olivenza

El valenciano deleita en un vals de perfecto temple con «Danzarín» y triunfa con El Juli y Ventura

El Juli, Ponce y Ventura abandonan el coso en volandas Efe
Rosario Pérez

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Si conocer las reglas del juego es una garantía de éxito, Ventura, Ponce y El Juli lo tienen asegurado. Inagotables ayer y siempre. Tres gigantes a hombros y una faena superlativa del valenciano.

Obra maestra de Enrique Ponce con el segundo, que ... manseó. Lo recogió con señoriales verónicas, ganándole terreno. No se complicó la existencia la cuadrilla con los palos, pues el animal apretaba hacia las tablas. Sí ofreció todo Ponce, con esa difícil facilidad de aclarar hasta los puntos más oscuros. Se lo sacó a los medios con un torero tanteo, se dobló y lo imantó a las telas por la senda genuflexa. Ya era suyo el de Garcigrande, rendido a su muleta. En redondo, sin atosigamientos ni estrecheces, giró al son de «Danzarín» y «Danzarín» al de su maestro. Todo era una comunión, el vals originario y lentificado de la pareja perfecta. Brotaban derechazos y zurdazos, cambios de mano al ralentí y hasta un afarolado de tiempos de paz y no de guerra. Todo fluía sin una sola violencia, hipnotizados «Danzarín» y los ojos del público al magisterio del Mago de Chiva, que se adornó con unas poncinas y dejó un natural de compás abierto y uno de pecho de puro sentimiento. Delirio en los tendidos, felices con aquel encuentro. Tras la extensa y elegante faena, a placer, el colaborador garcigrande cantó su rajada gallina cuando lo cuadraba para matar. La estocada, algo caída, desembocó en la doble pañolada. La puerta grande ya estaba amarrada con el mejor toro, en sus manos, claro.

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