La tragedia nos pilló bailando

Una mujer besa el pañuelo rojo colocado en la barrera donde ha muerto Daniel Jimeno / REUTERS

Nadie está preparado para ver la muerte de cerca. Ni siquiera quienes nos hemos criado en el disfrute de estas singulares fiestas en las que, mucho más que el torero, el toro es el protagonista indiscutible. Para lo bueno y lo malo. Víctima y verdugo. ... Aunque más amado que odiado... La casualidad ha querido que este periódico estuviera junto a la alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina, en el instante en que la alerta por sms de ABC.es avanzaba la noticia de la muerte de un joven víctima de una cornada en el cuello. Eran muy poco más que las nueve. La noticia le llegaba en ese instante a Barcina, por boca de uno de sus ayudantes, y en el momento en que yo se lo contaba me asentía ya con la cabeza, con cara de conmoción y la voz quebrada: “En once años no había tenido un muerto en el encierro... Es duro, aunque es parte de la fiesta... No sé que más decir ahora mismo”. Todo muy rápido, a la velocidad del sonido, la orquesta paraba la música y la vocalista anunciaba la muerte de un corredor en el encierro. Pedía un minuto de silencio.

Son los Sanfermines: 24 horas de juerga, alegría y buen humor, como el que embargaba, una vez más, a la regidora municipal de Pamplona en el Casino, encima del célebre Café Iruña, en la plaza del Castillo, donde se celebraba el conocido como “baile de la alpargata”, una de las citas más castizas durante la fiestas de la capital navarra. Entre el grupo de invitados hoy, el eurodiputado del PP Carlos Iturgaiz y el alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara, acompañado de su mujer. Venían a ver la cara alegre de los Sanfermines, pero fueron testigos también del lado amargo.

Encierros «demasiado» rápidos

Con la paradoja y el contraste con los que la vida y la muerte zascandilean en torno al ser humano, minutos antes de ver el encierro desde el balcón del Ayuntamiento, Barcina me relataba que algunos mozos le habían apuntado que este año los encierros tenían menos emoción porque había menos parones de la manada y menos toros descolgados, que es lo que suele dar electricidad a las carreras. Al parecer, culpaban al líquido con que se rocía el recorrido una vez se ha eliminado la suciedad que dejan las veleidades

Pero la muerte, como advierte Hemingway en “Fiesta”, cuando relata la primera cogida mortal en el encierro, el 13 de julio de 1924 (el sangüesino Esteban Domeño, víctima de un toro de santa Coloma), siempre está al acecho en la fiesta del toro. Como un trágico reclamo para quienes todavía corren el encierro pensando que no entraña alto riesgo, la tragedia de un joven corredor vuelve a darnos el aviso. Es la muerte de un mozo, pero es también la vida de los Sanfermines. Su gran paradoja. Su esencia.

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