De la verdad de Morante al indulto de un poderoso Roca Rey a 'Cautivo'
El genio de La Puebla firma una noche de valor y la figura peruana logra el rabo de un bravo toro de Santi Domecq
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Iniciar sesión«In Morante veritas». Hasta Plinio el Viejo se removía en su tumba con la verdad sin vino del genio de La Puebla del Río. Con el único cinqueño del variado sexteto de Santiago Domecq, el sevillano gritó contra esa milonga de que el arte ... está reñido con el valor. Se vencía ‘Nubenegra’ y no le perdonó en el primer lance del quite, con Morante a merced del animal, que lo pisoteó y le propinó una paliza. No le importó: muy crecido, regresó a la cara del toro y levantó un colosal monumento a Chicuelo. Bárbaro y torerísimo Morante en cuatro chicuelinas para paladear, con una media preciosista. Y fenomenal la cuadrilla antes de la apertura de obra: hondos los ayudados, mientras el pitón izquierdo se metía por dentro. Transmitía ‘Nubenegra’, con un peligro que no todos apreciaron, y que Morante tapó con técnica de maestro. Si las series diestras gustaron, más aún el lago de ayudados, como ese rodilla en tierra, el garboso molinete y una trinchera de cartel. Encontró hueso en la hora final y perdió el trofeo, aunque el mayor premio fue contemplar a un torero en estado de gracia. Qué temporada la suya.
La apoteosis llegaría en el cariavacado tercero, con el hierro de la bravura. Había pegado en el recibo un pisotón a Roca Rey , aunque para zarpazo el del Jaguar del Perú en su vistoso quite, ceñidísimo en todas sus versiones. En pie la plaza, pendiente de la figura y de un toro que, pese a tardear, se arrancaba de lejos y se desplazaba. En la larga distancia prologó por estatuarios mientras este ‘Cautivo’ acudía con clase y alegría. Bravo el toro, que embestía hasta con el rabo, y bravo el limeño, poderoso y mandón. Con la muleta adelantada, barrió la arena y ligó emocionantes tandas. Aun sin demasiadas estrecheces por momentos, asentó las zapatillas con aplomo total y se emborrachó de toreo, en sentido natural e invertido. Y el de Santi Domecq que no paraba de moverse con profundidad pese a su tendencia a escarbar. Cuando Roca se marchó a por la espada, pasó lo presentido: la petición del indulto. No se hizo de rogar el presidente, que enseñó el pañuelo naranja. Sonaron palmas por bulerías antes de pasear el anillo con los máximos galardones y acompañado por el ganadero.
Mucho se movió el sexto. Roca, con el dúo de más casta, se entregó de nuevo con firmeza y poderío para arrancar otra oreja del exigente ejemplar.
A Morante no le dio opciones el otro de su lote, que arrastraba los cuartos traseros. Pero el artista quería sorprender y agarró los palos. Tremendo el susto al perder pie en el primer par, para asomarse al balcón en el siguiente. Y un tercero de añejo sabor, diciendo «aquí estoy yo» desde el estribo. Loca la plaza, soñando una faena imposible: el animal no podía con su alma y la miel no pasó de los labios. Cosas de la vida: a este le enterró un espadazo. Hasta el descabello contuvo torería.
No fue la fecha de Juan Ortega , que no acabó de acoplarse ni con el deslucido segundo ni con el más potable quinto.
A las once y media, Roca Rey abandonaba el coso de Las Palomas a hombros tras una noche inolvidable. Toreando y embistiendo se marchó la afición.
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