Talavante se acerca al que fue en Granada
El extremeño pincha una faena vivida con pasión en el tendido y pierde el triunfo que sí lograron El Juli y Rufo en una plaza a medias
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Iniciar sesiónSe puede ver el vaso medio lleno o medio vacío: se puede hablar de que miles de personas se citaron en la plaza o de que los tendidos no se cubrían ni en su mitad. En cualquier caso, que alguien le ponga el cascabel al ... gato de la estructura económica de la Fiesta y a su mercadotecnia si el mundo del toro quiere que las cuentas se sostengan. Y que las figuras empiecen a pisar tierra firme, porque ya ni una primerísima como El Juli medio llena. Menos de media entrada registraba la Monumental de Frascuelo. En terrenos de Matilla volvía a anunciarse Alejandro Talavante, que, más allá de Madrid, nunca fue taquillero. Los enterados recordaban en la grada la polémica con su exapoderado, y esa carta en la que decía que el extremeño quería cobrar «más que el que más» cuando en la ventanilla de las entradas nunca fue el número uno. A los dos primeros espadas se sumaba la revelación de la temporada, Tomás Rufo, que antes de la tradicional merienda ya se había merendado a los dos ases.
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Venía el joven de Pepino con la aureola de la victoria y conectó desde la primera verónica de un saludo en el que el toro se pegó un volatín. Otra vez se desplomaría en la apertura de rodillas, pero ya erguido lo sostuvo en una faena en la que descubrió que sus glorias no son casualidad. Con la cabeza funcionándole con un chip milimétrico, midió las distancias y los tiempos, oxigenando mucho a este Moscatel. Escarbaba el de Domingo, pero brindó embestidas de nobleza y clase. Todas las aprovechó Rufo, que presentó la muleta con autoridad. Por el pitón zurdo nació lo más sobresaliente, cosiendo los viajes con mando y temple. Qué buenos naturales al lado dulce de Moscatel. Cuando parecía que la obra estaba hecha, se entretuvo en una ronda diestra que encandiló. En pie se puso el público cuando giraba como un compás y aguantaba parones. El sopapo con la espada acrecentó el entusiasmo y se embolsó dos merecidas orejas.
Tan estrecho era el primero que el picador ni encontraba carne: un feísimo puyazo contrario agarró. Con mimo lo trató El Juli desde el saludo, pero al de Domingo Hernández le costaba un mundo embestir, aunque cuando lo hacía metía la cara. El especialista en la divisa salmantina mostró su capacidad y logró que se tragara los muletazos hasta cortar una oreja pedida con más voces que pañuelos.
De Talavante no apareció ni su sombra en el segundo. Desangelado con el capote, tampoco lo vio claro con la muleta, sin ese sitio de la pureza que acostumbraba a pisar. Para colmo, pegó un mitin con el acero. Pero tras la merendola otra vez se acercó al torero que conquistaba el corazón del aficionado. El pacense, tras su gris reaparición venteña, se reencontró consigo mismo en el quinto en Granada. Un bonito prólogo se marcó: ahí quedaron la trinchera y el desdén. Al ralentí, marcó diferencias en sus pausados zurdazos con el buen Cascabelero. Rota la cintura en unos derechazos antes de retomar la senda de la naturalidad a pies juntos. «¡Qué forma de torear!», gritaron. El desplante a cuerpo limpio aceleró el éxtasis colectivo. Sin llegar a ser el de siempre, Alejandro había vuelto... Pero sin espada. Lástima: el doble trofeo estaba cantado.
Con energía había salido el cuarto: tremendo el derribo al piquero. No se lo puso fácil a la cuadrilla, que no tuvo su mejor tarde. Todo lo arregló El Juli ya en el torero inicio por bajo. Desde el minuto cero se gustó con Bellota, al que aplicó un toreo de ídem. Sustancioso, sin aditivos, recreándose en el boyante pitón izquierdo. Paseaba Julián por el redondel para dar respiro al enemigo antes de regresar con unos molinetes jaleadísimos. Una escena diestra, con la embestida prendida a sus telas, sembró el delirio. Aquella pieza no merecía tan feo borrón con la tizona. Ni importó: la oreja de la puerta grande fue suya.
Ni un minuto estuvo el sexto en la arena. Un sobrero del hierro titular lo sustituyó. Beato se llamaba, como aquel de la inolvidable despedida de Esplá en Las Ventas. Nada que ver tuvo este de Hernández con aquel de Victoriano. El espadazo fue lo más reseñable de una labor en la que Rufo recorrió media plaza. La media que apenas se llenó y que aupó a hombros al maestro y al discípulo. A pie se marchó Talavante, el torero que se acercó al que un día fue. Suya es la moneda para la vuelta total.
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