Sevilla enronquece con Morante
Corta dos orejas después de una faena histórica a un encastado sobrero de Garcigrande
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Iniciar sesiónDelante de nosotros, el cuarto toro, un encastado sobrero de Garcigrande, no paraba de embestir, se comía la muleta. Enfrente, impávido, vestido de verde y azabache, José Antonio Morante de la Puebla ligaba muletazos clásicos, atemperando la furia del animal, dejando que los pitones le ... pasaran rozando, muy cerca, alargando y profundizando la embestida y añadiendo el privilegio de la estética: un espectáculo extraordinario. A mi lado, he visto a profesionales de pie, rugiendo, con la voz quebrada. Sevilla entera enronquecía con la emoción.
Con un toro bravo, ha llegado, ¡por fin!, lo que tanto estábamos esperando: Morante se había roto por completo y la Plaza entera se había roto con él. Todos éramos conscientes de estar presenciando algo inolvidable, la unión de técnica, valor y belleza. Un ganadero resumía a mi lado: «El arte completo del toreo». No le faltaba razón. Otro se preguntaba: «¿Mejor que la faena de San Miguel?» Y casi se le echaban encima varios: «Quizá menos perfecta pero de más mérito y más emocionante, porque este toro transmitía más». ¿Algún pero? No había habido toreo de capote, es cierto.
Devuelto por flojo el burraco de Torrestrella, el sobrero de Garcigrande había apretado fuerte al diestro casi contra las tablas. Embestía con furia pero colocaba bien la cabeza. Aguantaba con mérito Trujillo los derrotes. Cuando el animal pareció flaquear, sonó la voz de un gracioso: «Se te va a caer». Y Morante, delante del toro, sacó la ironía: «¡Ojalá!» No fue hacia el toro, hizo que se lo trajeran los peones; algunos se impacientaban, casi nadie daba nada por la faena.
Comenzó con ayudados a dos manos, ahormando la embestida del toro. Inesperadamente, soltó la mano izquierda y brotó un natural que dejó a la gente con la boca abierta. A partir de ahí, una sinfonía ininterrumpida de muletazos ligados, a cuál más hermoso. Un maravilloso cambio de mano provocó el éxtasis colectivo. El diestro, serio, sin triunfalismo, se salió de la suerte con torería: ¡ahí queda eso! Y ahí quedó, para el recuerdo. Luego, entró a matar con decisión pero la estocada quedó algo desprendida, tardó en caer, sonó un aviso. Morante ordenó a la cuadrilla que se retirara lejos, como homenaje al animal, que tuvo la muerte solemne de los toros bravos. El presidente concedió las dos orejas: me da igual que no hubiera dado ninguna, o el rabo. Queda, para el recuerdo, una faena histórica.
Hay que volver atrás. Ante todo, al gesto de Morante. En su cuarto paseíllo de esta Feria, al cumplir los veinticinco años de alternativa, se había apuntado a la ganadería de Torrestrella, con justa fama de encastada, que suelen rehuir las figuras. Le acompañaba El Juli, feliz tras abrir por séptima vez la Puerta del Príncipe, y un joven que tomaba la alternativa, Manuel Perera. Los toros de Álvaro Domecq, de bella estampa, no dieron buen juego, salvo el bravo sexto.
Al joven toricantano lo apodera Juan José Padilla. En Las Ventas sufrió una gravísima cornada: no ha menguado su valor, que roza a veces la temeridad. Ha toreado bastante en España y en América, pero íbamos a la Plaza con la duda de si estaba suficientemente preparado para dar ese salto. No era una duda absurda.
Recibió al primero de rodillas, para torear por verónicas, antes de comprobar si necesitaba o no otra lidia. También inició la faena de muleta de rodillas. El toro, algo brusco, le planteó no pocas dificultades. Mató regular y saludó los cariñosos aplausos.
En el último, que acabó siendo el de mejor juego, se fue de rodillas a porta gayola, el toro se paró delante de él y pasamos momentos de verdadera angustia. Le aplaudieron luego las chicuelinas, andando, para llevarlo al caballo. También inició la faena de rodillas (parece ser su arma favorita), abusó de los muletazos invertidos y mató con decisión. Lo positivo: demostró claramente que quiere ser torero. Le falta mucho trecho por recorrer.
Me sorprendió que al tercero, un bonito burraco, le llamaron 'Granadino', como el que hirió mortalmente a Ignacio Sánchez Mejías. Salió embistiendo con las manos por delante. Lo atemperó un poco el picador Barroso. Con este toro, El Juli volvió a demostrar su enorme capacidad técnica y su raza, eso que se tiene o no se tiene. Le fue alargando las cortas embestidas, mandando mucho, pero con suavidad, sin retorcimientos. Una oportuna voz del tendido le llamó «Don Julián»: se lo estaba mereciendo. Mató con decisión pero la estocada quedó trasera (con su forma de entrar, es lo habitual). Hubo petición de oreja, no concedida, y saludos. ¿Por que no dió la vuelta al ruedo? Lo había merecido y, hace años, le hubieran obligado a darla. (Ahora por desgracia, ese premio casi ha desaparecido).
Al salir el quinto, estábamos todos exhaustos, como vacíos, después de lo que había hecho Morante. Brindó El Juli con palabras cariñosas a Álvaro Domecq, el ganadero. Estuvo firme con un toro que protestaba y que se paró del todo. No había más que hacer. Pero, para mí, sale muy reforzado de esta Feria, donde ha dado su mejor versión de los últimos años.
El segundo toro no servía, era incierto, flaqueaba, se quedaba corto por los dos lados. Morante no se dio coba: salió ya con la espada de matar, le quitó las moscas con la muleta y se lo quitó de delante entrando a matar desconfiado. La bronca fue la que siempre escuchaban las figuras, en estos casos. Pero quedaba otro toro...
Al concluir la lidia del cuarto, recibí un mensaje de un gran aficionado, desde Barcelona: «Hacía tiempo que no me emocionaba tanto». Tenía razón. En contra de lo que suelo, lo he narrado todo usando el pretérito, como si ya lo estuviera recordando, paladeando. Ahora mismo, Morante ya no es sólo un torero artista, como algunos creen, sino un lidiador completo. Hemos salido de esta bellísima Plaza con la conciencia de haber vivido una tarde histórica. Ya lo dijo el muy sagaz Marcial Lalanda: «No hay nada que se pueda comparar a la emoción que surge cuando coinciden un toro bravo y un torero clásico».
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