Rafaelillo, con 14 costillas rotas el último San Fermín, reaparece hoy: «Después de casi perder la vida, el torero rescató al hombre»
El matador de las mil batallas, con catorce costillas fracturadas el último San Fermín, reaparece este sábado en Jaén con una corrida de Victorino
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Iniciar sesiónLos valientes también lloran. Los toreros también pasan miedo. Rafaelillo lo tutea desde el 14 de julio de 2019, el día que el héroe miró a los ojos de la muerte. Catorce costillas rotas –la nueve y la diez, ‘cabalgadas’–, el bazo dañado, ... el neumotórax... Un parte médico desgarrador en la última Feria de San Fermín después de que un toro de Miura estampase a Rafael Rubio (Murcia, 1979) contra las tablas.
—¿Alguna vez pensó que no volvería a torear?
—Hubo un momento en que pensé de todo, casi perdí la vida, pero gracias a Dios salió el torero que llevo dentro y rescató al hombre. Rafaelillo rescató una vez más a Rafael Rubio Luján. De nuevo, los valores del toreo me reconducían por las líneas rectas de la vida. No tenía claro si podría volver a torear o no por las secuelas, pero lo que sí sabía era que mi carrera no podía acabar de esa manera.
—¿Cómo recuerda el brutal percance?
—Cuando me cogió el toro, me quité la chaquetilla y pegué un chillido. En la enfermería se vivieron momentos muy duros. Ahí sentí que me apagaba como una vela, me faltaba el oxígeno y, cuanto más nervioso estaba, mis pulmones más se desinflaban. Quise llamar a mi mujer y mis hijas para decirles que las quería, pero no me dejaron... Cuando me di cuenta, me estaba durmiendo; mi posición en la camilla era como un perro, arrodillado, chillando, con la camisa rajada, con una bola en el cuerpo. Salvarme la vida era cuestión de minutos. El doctor Hidalgo y su equipo lo lograron, pero me asusté muchísimo.
—¿Cómo es el miedo de los toreros?
—Somos personas, somos conscientes de todo, pasamos miedo. Soy realista, sé dónde está el peligro. Lo bonito es la capacidad de superarlo y dominarlo en situaciones límite, con la cabeza fría y el corazón caliente. Cuando cruzo líneas sin saber qué va a pasar, claro que paso miedo, pero aprender a convivir con él hace que me sienta más torero.
«Me apagaba como una vela, me faltaba el oxígeno, mis pulmones se desinflaban. Cuando me di cuenta, me estaba durmiendo; mi posición en la camilla era como un perro, arrodillado, chillando, con la camisa rajada, con una bola en el cuerpo»
—Después de mirar a la muerte de frente y con dos niñas en casa, ¿cuesta más el regreso?
—Cuando eres soltero, no tienes esa responsabilidad y se ven las cosas de otra manera. Pero con una familia eres ya más consciente de lo que puedes perder. Cuando fui padre, mi primera etapa me pilló en San Isidro con una corrida de Escolar muy exigentes y mi cabeza estaba en los pañales... Fue mi tarde más desafortunada. Al principio, ese proceso de adaptación me afligió y me quitó el descaro. Luego todo cambió: mis propias hijas, Claudia y Valeria, hicieron que me viniera arriba; yo quería que se sintieran orgullosas de su padre. Los toreros no podemos ser demasiado civilizados, necesitamos un punto de soledad, y para ser padre hay que tener ese punto de civilización.
—Después de lo ocurrido en Pamplona, ¿le han pedido que no toree?
—No me lo dicen porque me respetan, pero sí a mi mujer. Ellas saben que es una profesión muy dura y son conscientes de que compañeros tan queridos como Iván Fandiño y Víctor Barrio ya no están, que aquí se muere de verdad.
—En apenas una semana el vestido de luces volverá a abrazarse con la silla del hotel. ¿Qué significa?
—Tiene un valor especial. Cada día es una etapa, un entrenamiento y más aún con la lección de vida del Covid. De momento, solo me he puesto en el sótano de mi casa la chaquetilla, ¡la del día de la alternativa!
—Un privilegio enfundarse en el mismo terno un cuarto de siglo después.
—Veinticinco años ya, y otra vez con la ilusión del que empieza. En mi reaparición en Jaén este día 27 me dejaré llevar por el corazón y, a la vez, intentaré controlar las emociones. Va una corrida de Victorino muy bien presentada y seria. Y Jaén es una ciudad a la que debo mucho y que me ha demostrado su cariño.
—¿Desempolvará el nazareno y oro?
—Ni lo he arreglado, no sé cuál me pondré, pero no será ese. Las dos últimas cogidas, las del cuadri en Valencia y la del miura en Pamplona, fueron con el nazareno. Prefiero no indagar en el destino con ese vestido. En mi reaparición, prefiero no indagar en el destino con ese vestido...
—El pasado año iba a reaparecer con miuras y finalmente lo hará ahora con victorinos. No se alivia...
—Así es. Lo del año pasado me apetecía mucho, tenía un porqué: Francia, plaza de primera y la ganadería más importante de mi carrera, con la que, además, estuve a punto de perder la vida. No pudo ser por el Covid y la verdad es que no estaba del todo preparado. La de Jaén también es especial, con una ganadería de primera, dura y exigente. Así es mi carrera, así es mi destino.
—Siempre con hierros de pedernal.
—Habré conseguido más o menos cosas, pero estoy orgulloso de todo lo que he superado, personal y profesionalmente. Todas las veces que me he levantado del suelo son mi gran baluarte. Y volver a vestirme de torero es mi mayor triunfo.
—Entre las dos aguas del miedo y la ilusión. ¿Cuál vence?
—Vencen las dos, no puedo engañar. Hay momentos en que estoy muy ilusionado, como un niño con zapatos nuevos. Otros muchos de miedo. También aparece la incertidumbre, no saber si lo que llevas dentro vas a poder sacarlo y expresarlo.
«Hay que estar muy enfermo para desear la muerte de un torero. Me da pena tanto rencor hacia el ser humano. El problema no lo tenemos nosotros, lo tienen ellos. Si alguien defiende al toro somos los toreros»
—¿Qué diría a los animalistas que celebraron su percance?
—Me dan lástima, pena de que tengan ese sentimiento de rencor hacia el ser humano. No entiendo que las personas den prioridad a un animal, a una fiera. El problema no lo tenemos nosotros, lo tienen ellos. Si alguien defiende al toro somos los toreros, somos más humanos que ellos, somos gente con corazón. Es cierto que es un espectáculo duro, pero de mucha verdad, con la vida y la muerte presentes. Ellos viven en un mundo de mentira, superficial y de mucha hipocresía. Solo pido respeto, no obligamos a nadie a que vaya. Ellos imponen una dictadura. Son enfermos.
—¿La cultura de la mascota hace daño a la Fiesta?
—Totalmente. Y otra cosa, hay muchos niños que se están comiendo un plato de carne y no saben que viene de un animal que ha pasado por el matadero. Criamos una sociedad tan puritana que oculta la muerte y vive en el engaño. Y lo que no me entra en la cabeza es que se dé prioridad a un animal, salvaje o doméstico, antes que al ser humano. Esa enfermedad debe tener un nombre.
—El alcalde de Pamplona no ha cerrado la puerta a las corridas. ¿Iría a San Fermín?
—Sería uno de mis sueños y un reto volver a la plaza donde todo pudo acabar. A la vez sería duro, porque la mente es frágil, pero me encantaría. Me siento mitad murciano, mitad pamplonica. Pamplona me ha dado mucha categoría.
—¿Existe arte en las corridas duras?
—Sí, claro. ¿Qué es el arte? Son emociones, los sentimientos que transmite la música o una pintura, sea abstracta o realista. Puede haber obras épicas o lírica. Más que arte, yo diría que se puede crear belleza. El animal es el que marca el guion de la tarde: hay toros con los que la inspiración y las musas no pueden llegar. Y si llega el arte, cuanto más imperfecto, mejor.
—Acostumbrado a los sacrificios y la soledad, a un 'confinamiento' elegido, ¿cómo vive esta situación por el Covid?
—Dentro de tanta desgracia y de la situación tan dramática, ha sido una lección: me ha servido para recuperarme mental y físicamente, para valorar la vida. Te das cuenta de que hoy estás aquí y mañana, no. Hemos perdido a una generación a la que debemos todo, a nuestros abuelos, a esos que lucharon por un país mejor y más estructurado. Quien no haya aprendido nada, qué triste. Esta pandemia nos ha enseñado a darle prioridad a lo verdaderamente importante. Yo me he refugiado en mi familia, en mis amigos, y lo he compaginado con mis labores de padre. Necesitaba buscarme y encontrarme.
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