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Rafael El Gallo, de las «ruinas del toreo» a las más puras esencias

En una semana cambió el fracaso de Madrid, «acabado y con el miedo acentuado», por cuatro orejas y dos rabos en Barcelona

El Gallo

Ángel G. Abad

Pocos han sido los toreros en la historia considerados geniales. Y entre los elegidos, Rafael Gómez Ortega «El Gallo» , capaz de lo mejor y lo peor. Famosas sus «espantás», y también su personalidad artística ante los toros. Del blanco al negro, sin grises ni medias tintas.

Así era el Divino Calvo, al que dejamos hace unos días brindando un toro a Gregorio Corrochano , el crítico de ABC, que se fue a la plaza de Carabanchel a visitar las «ruinas del toreo». Salió El Gallo de la segunda plaza madrileña con un gran fracaso a la espalda. «Los que sabemos lo que fue saboreamos en un capotazo aquellas tardes de gloria del absurdo lidiador », y finalizaba: «Yo sé que Rafael es un torero en ruinas».

Aquella mala tarde fue el 21 de marzo de 1920, y poco podía imaginar el periodista abecedario que unos días después, la fracasada figura de El Gallo iba a renacer pasando de la ruina a la más pura esencia del toreo. El domingo de Ramos de hace un siglo, Rafael Gómez estaba anunciado en la Monumental de Barcelona para lidiar toros de Salas junto a Belmonte y Chicuelo, que quedaron «atontados» ante sus faenas, según contó Don Severo en la revista «La Lidia».

Palmas y laureles

«La esencia del toreo» titulaba su crónica el crítico del histórico semanario, que sentenciaba en su final: «Domingo de Ramos, palmas y laureles. Rafael El Gallo. La esencia del toreo»”.

¿Qué sucedió para que Marcel Grand, que firmaba sus escritos taurinos como Don Severo , se entregara al diestro sevillano? Nada más ni nada menos que una tarde memorable, dos faenas para el recuerdo. «Desarrolló todo un curso de toreo dejando atónitos a Belmonte y a Chicuelo », y a todos los espectadores que acudieron al coso de la capital catalán.

«Toreó de capa admirablemente... Allí vimos verónicas, navarras, recortes, largas lagartijeras y afarolados, y todo el sinfín de lances que la portentosa inventiva de Rafael improvisa ante los toros». Con la muleta «las dos faenas fueron de una suavidad y un temple imponderables... todo su repertorio, que es inagotable, salió a relucir». Hasta estoqueando fue El Gallo de las grandes tardes. Obtuvo los máximos trofeos en sus dos toros, «ganadas en buena lid, a conciencia».

En solo siete días, de domingo a domingo , lo peor y lo mejor de un torero genial. De un Rafael «acabado, deshecho, con el miedo acentuado y su arte borroso», que contempló Corrochano, a la plenitud artística que renació en Barcelona.

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