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Morante y Castella sobre la escombrera de San Isidro

De este San Isidro, cerrado casi por derribo, queda una enorme escombrera entre la que rebuscar un puñado de toros bravos, unos cuantos supervivientes, no pocos cadáveres de muertos anunciados y demasiados heridos. Sobre los escombros han quedado levitando Morante de la Puebla y Sebastián Castella como impolutas imágenes.

La tarde del 21 de mayo figura ya en los anales de la historia como hito en el toreo a la verónica. Las muñecas de Morante desplegaron una ensoñación de faena de lances de compás y hondura. El genio de La Puebla toreó con el cuerpo entero en una sinfonía inolvidable. El toro no duró para redondear una apoteosis numérica, que en otra época del toreo lo hubiera sido independientemente de encorsetamientos reglamentistas. Si sería importante, que San Isidro 2009 se recordará por su nombre: Morante.

La Puerta Grande de Sebastián Castella queda ahora lejana en aquella tarde del 14 de mayo. Discutido el marco más que el contenido: Castella volvió a respirar en figura, en el sitio perdido que ya pisó de nuevo en Fallas con aire renovado y fresco.

El momento de las ganaderías es preocupantemente manso. El fracaso se constató en Sevilla y se ha repetido en Madrid. Problema de fondo y de fundas: la teoría de que el manejo del toro para colocarle y retirarle los artilugios protectores influye en su comportamiento ha cobrado fuerza. Pocos nombres se salvan al completo: Los Recitales, Cuvillo -¡qué gran jabonero!- y el personal ha decidido que también Palha, confundiendo el culo con las témporas. Contra el toro aborregado la exaltación del toro geniudo y violento (falsamente bravo). Ambos puntos se alcanzan por la degeneración de la verdadera casta, en un caso porque se ha rebajado el vino en exceso y en el otro porque se ha remontado como la manzanilla pasada que da dolor de cabeza. Sonoros fracasos entre el torismo no han faltado tampoco: Cebada Gago -pasaron tres toros, y por piedad, tras 18 años-, Adolfo, Victorino, Samuel... Y entre los hierros «normales» el petardo de Peñajara ha sido gordo. Valdefresno, Toros de Cortés, Martelilla... Incluso las novilladas han sido un fiasco: Montealto, La Quinta y Guadaira.

La teoría juampedrista del toro artista siempre ha sido una memez, pero, ojo, que dos de los sucesos de San Isidro -el milagro de Morante y la definitiva revelación de Daniel Luque- han venido con toros de Juan Pedro, que camino llevaba de quemar su libro «Del toreo a la bravura», y Parladé. Toros sueltos se encuentran también entre Las Ramblas, Escolar, Fernando Peña, Salvador Domecq, incluso dos de Palha, y pare usted de contar.

Luque fue el rayo de esperanza proveniente del futuro. Un aldabonazo sin llegar a darlo. Entre las ilusiones se presentaron de improviso Sergio Aguilar y David Mora, cuyas actuaciones valieron más que alguna de las solitarias ocho orejas concedidas, una de ellas en justicia a Luis Bolívar. El Payo -única vuelta en 24 días-, Morenito, Fandiño y Urdiales pasaron más que dignamente.

Los heridos regaron con su sangre la zona más oscura. Tremenda la cornada de Lancho, que se sumó al extenso parte de guerra: Cortés, Abellán, Bolívar, Ferrera, Mora, Cuesta... García Padrós sale más triunfante que las figuras.

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