Morante, palabra de Dios
El maestro de La Puebla de Río da una lección a los discípulos del arte y corta una oreja de peso en la corrida picassiana de Málaga
La situación de la tauromaquia en España: ¿dónde están prohibidas las corridas de toros?
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Iniciar sesiónSe escuchaba en la Malagueta el gemido de los árboles, lágrimas de emoción por la palabra divina de Morante. Hasta los pinos del Gibralfaro se inclinaban para verlo torear. Como aquella tarde de hace sesenta años de Ordóñez. Ondeaban pañuelos desde el monte de las ... pasiones cuando el genio enterró un estoconazo. Muy de verdad, como su tauromaquia.
Había llegado Morante enfundado en el mismo terno celeste de su sueño imposible en El Puerto. Y desde el saludo rodilla en tierra al primero hizo realidad el arte. En pie brotó el cante grande. Cuando llevaba media docena de verónicas, su capote parió una séptima maravilla en la corrida de Picasso. Pintores, si quieren un cuadro del lance mayor, ahí tienen el modelo. Qué manera de embarcar, acompañar, mecer y ahondar, como si todas las sangres toreras resucitaran en un solo capote. A ritmo de procesión galleó por Chicuelo. Y dejó su poso en el quite, otra vez en honor a la madre del toreo de capa. Verónica se llamó también la réplica de Ortega, que tuvo la osadía de responder al maestro por el mismo palo.
Tras los recitales con la tela fucsia, ‘Respondón’ se enfrentó a la muleta rendido ya. Agarrado a la madera prologó antes de colocarlo en el platillo entre los ‘Suspiros de ‘España’. Las notas de la Sinfónica de Málaga –un deleite– elevaban los naturales hasta el ‘tendido del sastre’. Y Morante, con la muleta en la mano de contar los billetes, entregaba al de Juan Pedro toda su añeja sabiduría. En el pitón de esa izquierda que no reconoce ni la vaca que la parió se centró. Solo cambió de dirección en el cierre, acariciando el cuerno, como las viejas instantáneas de Joselito.
Vida y muerte
La obra de premio brotó en el cuarto. Apuntó su escasa fortaleza desde la salida este ‘Tremendo’, cuya invalidez curó Morante, palabra de Dios en la tarde del arte. Unos ayudados, enjaezados con una trincherilla de museo, sirvieron de apertura. Protestaba el parladé, pero con la medicina de la altura ideal y el templado ritmo –sin dejar ese arrebato ‘made in’ La Puebla–, esbozó unos naturales que ningún ojo esperaba ver. La muleta, adelante; el pecho, ofrecido. Así cosía los zurdazos el más valiente de los artistas, el más artista de los valientes. El hilo de su toreo pespunteó después una vereda diestra: lástima que le arrebatara el trapo. Por el mismo camino siguió, sosteniendo al toro que había salido por chiqueros prendido con alfileres. La ‘Biblia’ morantista lo hizo parecer bueno con ese esfuerzo natural, como los derechazos últimos. De frente y a pies juntos. La torería acompañaba al único matador de la terna con los galones del oro. Ni medio metro había entre toro y torero en la hora final, tan cerca de la vida, tan cerca de la muerte... Pinchó en el primer encuentro, pero en el siguiente se volcó y paseó una oreja.
Armonía de Ortega
Se detuvo el reloj en la bienvenida de Juan Ortega al notable segundo. Un río de hondura trianera, aprovechando la buena embestida de ‘Macanudo’. El tiempo se olvidó también en la armonía de su bella faena. Alados los muletazos, aprovechando la calidad del noble juampedro. Y de cartel el cambio de mano. Tras perder la flámula, regresó a la zurda con el animal ya rajadito. Y en su querencia abrochó toreramente con caricias por bajo. El acero le privó del presentido trofeo.
No enseñó su mejor imagen Pablo Aguado en el tercero, que empujó en su primera pelea. De lo lindo zurraron a este ‘Escopetero’. Le costó al sevillano confiarse y concedió muchos tiempos muertos. De plomo como su vestido se tiñó su labor, con el gentío más pendiente de la música de la Sinfónica que de la callada de Bergamín.
Si la primera parte llevaba el hierro de Juan Pedro, la segunda se selló con Parladé. Tras la obra morantista, la plaza continuaba extasiada en el quinto. ‘Naturista’ era el bautismo de otro animal de mermado fondo –tónica del conjunto ganadero–, con el que Ortega no pudo hallar el lucimiento.
Mejor fue el buen sexto, que metía la cara con más recorrido y al que Iván García sopló un soberbio par. Más allá de pinceladas sueltas, Aguado anduvo ligero, sin dar el paso deseado, pero la estocada desató la petición de oreja. En vuelta al ruedo quedó el capítulo.
La lección de toreo se la dio antes Morante a los discípulos del arte. Su verbo fue ley.
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