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ABC Cultural

Morante paga con sangre el toreo más barroco que pueda esculpirse

Morante de la Puebla cayó herido en El Puerto cuando estaba cuajando una de las faenas más antológicas y barrocas del sevillano.Fue frente a un serio toro de María del Carmen Camacho, con dos pitones y trapío, mucho trapío, al que con el capote dejó detalles pero con el que soñó el toreo arrebatado y eterno. Despatarrado, entregado, fue cuajándole series diestras de un barroquismo excelso. Medidos los tiempos, tiraba de su enemigo, bajaba la mano, se recreaba en cada muletazo. Imposible torear más despacio, más lento, más sublime. La plaza ensimismada, pura locura mientras ofrecía una y otra vez el engaño y hacía que el astado se fundiese en cada muletazo. ¡Qué manera de torear, Dios mío! Se sucedían las series mientras le daba los tiempos precisos y la muleta seguía besando el albero a la par que los muletazos quedaban esculpidos uno tras otro. No se puede torear más lento, más barroco, más sentido.

Pero llegó la tragedia. Remataba otra serie sublime cuando el de Camacho pisó el engaño. Tiró de él Morante y perdió la verticalidad. Fue en el suelo donde lo recogió. Cornada seca, segura, en el muslo. El torero, desmadejado, quedó a merced del animal. Rápidas las intervenciones. La plaza consternada. El grito de puro arte se convirtió en desgarrador de pánico. Lo finiquitó Aparicio y la plaza se volvió blanca de pañuelos. Las dos orejas para el de La Puebla eran unánimes, sobre todo después de una faena antológica. Bueno, pues todos se dieron cuenta menos la señora presidenta, doña Ana Alonso. ¡Váyase usted del palco, que no tiene ni idea y desprestigia una afición como la portuense. Que usted se lo coma bien!

Había dejado toreo del caro con el capote en su primero, al que le dieron tela en el caballo y la faena contuvo altas dosis de inspiración, si bien no acabó de redondearse ésta. Queden reflejados los ayudados por alto y varios derechazos de una lentitud fuera de lo común. Peor estilo por el pitón izquierdo, por donde punteó mucho más.

Rotundo Manzanares

Antes del percance, había sido José María Manzanares, este año más tapado, quien se mostró rotundo ante el tercero, un bravo ejemplar de Cuvillo, con casi seis años, que tenía mucho que torear. El de Alicante anduvo bien con el capote. Luego midió al astado en el caballo y prologó la faena un extraordinario Curro Javier con los palos. El toro tenía carbón, se venía pronto y repetía. El Manzana anduvo en los primeros compases acoplándose, buscando el sitio, «aparcando». Pero cuando le adelantó la muleta los derechazos surgieron pletóricos, de un empaque extraordinario. Se gustaba el torero, que remató esa serie con un pase de pecho inmenso. Siguió por ese pitón y aunque no hubo tanta rotundidad, sí profundidad en los muletazos. Los remates por bajo, los cambios de mano, esa manera de citar dando el pecho... todo un compendio que llenó a aficionados y público. Por el izquierdo no fue igual, pero volvió sobre la diestra para cuajar otra serie de un altísimo nivel, rematando con un cambio de mano y el de pecho primorosos. Faena de altos vuelos, si bien faltó un punto más de ligazón. Pero la coronó con un estoconazo impresionante. Las dos orejas ganadas a ley. También debió la señora presidenta conceder la vuelta al ruedo al toro.

Mérito tremendo

El sexto toro fue un regalito, sin terminar de humillar y además sabiendo lo que se dejaba detrás. Le expuso mucho José María Manzanares, que aguantó una enormidad las miradas y parones. Insistió mucho y le arrancó series de un mérito tremendo. Faenón de coraje y rabia torera, de entrega total y absoluta, en la que prevaleció la verdad de la Fiesta, rematada con otro estoconazo.

Julio Aparicio pasó totalmente desapercibido en su vuelta a El Puerto. Bueno, no precisamente así, ya que se llevó dos broncas monumentales. Se inhibió prácticamente en sus toros, a los que masacró en los caballos. Tardecita para olvidar.

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