Morante, Concierto de Aranjuez

Mandó construir esta plaza Carlos IV, se inauguró en 1796. Creen algunos que la pinta Goya en alguno de sus cuadritos taurinos. Aparece en películas como 'María Antonia la Caramba' (de Ruiz Castillo), 'Hable con ella' (de Almodóvar) y 'Blancanieves' (de Berger).

El primero sólo permite que se luzca Trujillo, con los palos. Luego, se para por completo: un marmolillo. Morante lo prueba, ve que no se mueve y se lo quita de delante a la segunda. La gente, lógicamente, se enfada.

El cuarto sale con pies, le permite a Morante dibujar las verónicas que todos esperaban: lentas, con ritmo, meciendo el capote. Lo lleva al caballo con garbosas chicuelinas andando. Deja el toro muy lejos, acude galopando, enseguida lo saca y enlaza con delantales al ralentí: ¡la locura! Comienza con ayudados pero no dejándolo pasar sino mandando, a dos manos, rodilla en tierra, cargando la suerte: una preciosidad. Corre la mano con gusto aunque el toro se quiere ir. Faena justa, plena de armonía y «pimpante» (eso decía Sopeña de la música de Rodrigo). Pincha, el toro hace por él y le pega una paliza. Muy magullado, mata a la tercera: pierde el trofeo pero deja el aroma y el sabor del buen toreo.

Talavante aprovecha la bondad del segundo en estatuarios amanoletados, derechazos templados, como jugando al toro, y manoletinas. Una faena vistosa, a medio gas, pero mata muy mal, sin convicción, a la sexta. En el quinto, un muy buen toro, vuelve a un toreo vertical, movidito, de escaso mando, salvo tres buenos naturales. Lo que más aplauden es cuando hace la noria, en los circulares... Mata desprendido: dos generosas orejas.

El tercero embiste sin celo, humilla poco. El trasteo de Luque es el adecuado pero necesita más toro. Al final, se pone gazapón, no cuadra y pincha antes de la buena estocada. Muletea con gusto y empaque al noble sexto, en una faena completa, mostrando que es buen artista, además de poderoso lidiador. Mata bien: dos justas orejas.

Para su 'Concierto', soñaba Rodrigo con un instrumento «que tendría alas de arpa, cola de piano y alma de guitarra», para que su 'Concierto de Aranjuez' sonara, «escondido en la brisa que agita la fronda de sus parques, fuerte como una mariposa y ceñido como una verónica». Así han sido, esta tarde, las de Morante.

Comparaba Cañabate el exquisito sabor de la fresa con el sabor, también perfumado, que deja un buen torero. Pero nos animaba a distinguir la fresa del fresón: el delicado aroma del buen toreo, del olor más ordinario y tosco del toreo fácil, aunque el público lo jalee: «A falta de fresa, bueno es el fresón. Pero donde están los granitos, que se quiten los forúnculos». Volvió a Madrid, esa tarde, con un cestillo de fresas. Recuerdo el final del 'Don Carlos', de Schiller: «Las tardes hermosas de Aranjuez han llegado a su fin». Volvemos nosotros paladeando todavía el sabor y el aroma del buen toreo.