El Juli y Castella, por la Puerta de los Cónsules en Nimes
Cumplió sin estirarse Julio Aparicio con el toro de apertura, suave y noblón. Prudencia soberana de comandante de barco. Al cuarto de Zalduendo, de cornamenta aparatosa, se le picó demasiado. Claro que se paró y le vino perfecto a Aparicio. Saludos y pitos.
Lo dijo ... todo al primer lance: «Tu casa es la mía, entra toro, el felpudo es mi capote, alfombra de temple, real fábrica de seda tapicera». Enseguida lo supo el torito y se lo agradeció. Siguió El Juli con ternura muletera, sitio ofrecido y pases respetuosos. Maestro agradecido y toro fiel aunque protestando sobre la izquierda. Lo francamente habitual e imperial de El Juli es irse a dificultades, contra vientos y mareas. Con un cacho de pan y dos tomates hay comida para veinte. Generosidad de figura, total ventaja al burel. Brindó el quinto a María Sara. Le desarmó y se paró la banda. Entonces Julián tuvo que volver a levantar alegría con técnica callada y mano fuerte. Fue la única res que no se dejó acariciar. Dos orejas y oreja.
Sebastián Castella se llevó su cargamento de trofeos. Le sacó partido a dos oponentes que como toda la noble novillada, perdón, corrida de Zalduendo, no pegó ni un derrote. Estuvo en torero, vigilando todo, midiendo sus faenas, de lejos y de cerca, controlando la temperatura de los tendidos y el entusiasmo del graderío. Castella, profesional, inteligente, mandando en su casa. Para el recuerdo guardaremos los cuatro pases de bandera andando hacia los medios y esa cara de lobo solitario con hambre. Cuatro orejas.
La gente, que casi llenó la plaza, lo pasó pipa, pero los toros de Zalduendo tuvieron muy poco trapío.
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