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Javier Cortés, camino de la enfermería: «¡No veo, no veo! El toro me ha reventado el ojo»

Su cuadrilla relata los duros momentos vividos en Las Ventas y antes de una operación de tres horas para reconstruir el globo ocular

Javier Cortés se tapa el ojo dañado mientras es trasladado por las cuadrillas a la enfermería Paloma Aguilar
Rosario Pérez

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La madrugada más larga llevaba el dolor en la cara. En la del torero y en la de los suyos. Javier Cortés había sufrido el violento derrote de un toro del Marqués de Albaserrada. No perdonó este «Golfo», de 591 kilos, la sinceridad del matador madrileño y le propinó un pitonazo en el pómulo derecho con una grave contusión ocular . Tras una cura de urgencia en la enfermería de Las Ventas, fue trasladado al Hospital Gregorio Marañón. Máximo García Padrós , cirujano de la Monumental, apreció rápidamente la seriedad del percance: «Es una lesión importante». La noche más oscura se vivía en la Unidad de Oftalmología del citado centro: más de tres horas duró la operación en la que los doctores Cólliga Jiménez y Rojas Lozano reconstruyeron el globo ocular «de manera satisfactoria».

El parte era breve, aunque los médicos informaron a su entorno «de los riesgos de la lesión ». «La operación ha salido muy bien, pero los doctores son cautelosos. Hay que esperar 48 horas y confiar en que no surjan úlceras ni infecciones, lo más peligroso. Y esperar a que baje la inflamación para ver cómo está el nervio óptico», explicó a ABCsu apoderado, Manolo Campuzano . La incógnita del estado del nervio era una de las mayores preocupaciones: «Todavía no se sabe si está dañado por dentro, fue un golpe muy fuerte. No sabemos si podrá ver o no. Hay que esperar...»

Se da la circunstancia de que en ese mismo ojo, el derecho, Cortés tuvo un desprendimiento de retina «hace cuatro años y se quedó con un 40 por ciento de visión». «Tenía una lentilla cosida –continúa el mentor–, que se desplazó, y tendrán que reconstruirla otra vez». Campuzano se aferraba a la nota positiva: «Han salvado el ojo, y eso es importante». Una buena noticia en medio de tanta crudeza para quien tan toreramente se puso frente a la prenda del Marqués. «Ya el año pasado le tocó otro muy malo, un sobrero de Marca que le pegó un volteretón».

El espada de Getafe, de 30 años, ha cobrado fuerte en su escaso bagaje: «Hasta hace poco arrastraba la lesión en el nervio ciático por la cornada de Madrid y, en el plano personal, lo ha pasado fatal, pues su padre ha sufrido un ictus». El padre, que tuvo que apagar la tele cuando su hijo no salía del hule... Cuánta aspereza y qué poca la recompensa para diestros curtidos en la ley de la verdad.

Padilla y Ureña, en la memoria

Pese a tanta adversidad y a este preocupante percance, Campuzano contó que conserva el ánimo. El toro, como a tantos toreros, le ha enseñado a sufrir y Cortés fue consciente desde el primer momento de la gravedad: «Tras el golpetazo, iba diciendo: “¡ No veo, no veo! El toro me ha reventado el ojo”. El golpe fue tremendo». Su banderillero y amigo José Antonio Prestel lo vivió en primera línea. Su voz era desgarradora, con las palabras de su matador retumbando camino de la enfermería: «¡No veo, no veo! Me ha destrozado el ojo”, nos decía. El ojo estaba hundido y recordé la tarde de Padilla en Zaragoza, donde yo estaba a las órdenes de Abellán. Fue durísimo». La memoria más amarga de un subalterno que este año cayó herido en Francia se topaba otra vez con la realidad de la cornada. Prestel y su compañero de plata Molina se preguntaban: «¿Cuántas veces hemos salido sin el matador de esta plaza?». Y contaban hasta tres ocasiones: «Somos como una familia y cuando uno cae herido se pasa muy mal». Pese a todo, el valor intacto. Esa es la grandeza del toreo, la de la sangre derramada por hombres que en pleno siglo XXI deciden jugarse la vida por amor al bravo y al arte. «Pensamos que son de hierro, pero son de carne y hueso», comentó aún acongojada la fotógrafa Paloma Aguilar, que captó el momento con su cámara desde el callejón.

En la mente de cuadrillas y afición, también rondaba la cornada a Ureña en Albacete. Un año y un día separaban aquella de esta última. Otra vez, casi a la misma hora, 366 tardes después, un torero sufría una cornada de espejo.

Cortés fue trasladado ayer a planta al filo del mediodía. Dentro de la preocupación lógica, su entorno se aferraba a su fortaleza y a la esperanza de que el nervio óptico «no esté dañado y no haya infecciones». Atrás quedaba ese trayecto eterno desde el ruedo a la enfermería: «No veo, no veo...», tan crudo y tan real. El precio de la verdad.

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