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Inspiración entre la lluvia y el fango en Castellón

Finito pinta grandes carteles, Cayetano y Varea cortan una oreja en una buena corrida de Matilla, con un sensacional «Esaborío»

Derechazo de Finito Efe

Rosario Pérez

«Visto el empeoramiento de las condiciones meteorológicas y comprobado el estado del ruedo por los toreros, se procede a la suspensión temporal...» ¡Por quince minutos! Cuando sonaron por megafonía aquellas palabras, los aficionados dieron por hecho que era el anuncio de la suspensión: era lo razonable, pero en esta profesión de «majaretas» (que diría Joselito) no hay lógica posible. Una cuadrilla de operarios parcheaba los charcos de una lona menos impermeable que un escurridor de verduras . Pasado el tiempo, se avisó de que se deliberaría otro cuarto de hora, que se multiplicó por dos. Al parecer, alguno no era partidario de tirar para delante, pero, claro, estaba la televisión y ahí se hallaba el quid de la cuestión : era una «leña» rentable, a pesar de las devoluciones por la baja de Ponce (de más elevado caché que su sustituto, Finito). Además, se lidiaba una corrida de la empresa. El agua caía deprisa y el tiempo avanzaba despacio. Cuando el reloj caminaba hacia las seis, entre la impaciencia general por la tardanza en la decisión, se alentaba a los trabajadores. Una gran ovación hubiesen merecido los jabatos que aguantaron en el tendido. A las 17,53, otra vez el altavoz: «En cinco minutos, el paseíllo». Y se abrió el portón en medio de la división.

Pese al gélido frío que empapaba los huesos , mereció la pena. Se cumplió esa leyenda no escrita que dice que los toros embisten mejor con la lluvia. Casi toda la corrida de Matilla , con sus matices mansitos, sirvió. Hubo uno sensacional: el tercero , de García Jiménez. No falló el 28 , bolita de la suerte de la divisa. «Esaborío» se llamaba. Sus hechuras anunciaban ya su notabilísimo son. Varea le dio la bienvenida con bonitos lances rodilla en tierra y una media arrebujada. Se regustó en las chicuelinas para llevarlo al caballo. Fantástico el quite a la verónica, con una media ralentizada. ¡Cómo embestía «Esaborío»! Una gozada, como si el agua que arreciaba le hiciera crecer en su calidad. Tras un principio genuflexo, el ejemplar se arrancó con alegría en los medios. Bravito, aunque rebrincado a veces, quizá también por los altibajos de ritmo propios de un Varea que torea poco. Eso sí, planteó una faena con gusto, salpicada de lindos momentos . A izquierdas vino la tanda más apasionante, con pinturas por bajo de matiz artístico. Era su toro y su día, tanto que enterró una estocada letal, pero el presidente le negó la segunda entre el mosqueo de sus paisanos. Se descalzó en el más desagradable sexto, que sangró mucho en varas y se quedaba corto, aunque pareció tomarla mejor por el zurdo. El joven de la tierra quería amarrar la puerta grande y acabó en las cercanías, pero pinchó.

Los grandes carteles llevaron la firma de Finito de Córdoba . Inspirado entre el fango, regaló dos medias en el cuarto, y eso que a esas alturas el piso estaba ya impracticable. Muy peligroso para matadores y cuadrillas, que arriesgaban doblemente su vida: el toro y el terreno. Tras el brindis, renació esa forma tan toreramente suya de andarle al animal. Mansito, tomaba bien las telas de un veterano que, a su técnica, sumaba una exquisita expresión por ambos lados. El broche contuvo más categoría que toda la tarde, con ese toreo por bajo con el que Madrid hubiese crujido y un pase de pecho de pitón a rabo. ¿Y el cambio de mano? De aquí a la eternidad. Con la muleta colmada de barro hasta la mitad, todo eran oles para cuadrar la muerte del buen «Catavino». Pero las musas se marcharon con el acero... Tampoco anduvo fino en ese palo con el primero, en el que voló verónicas aladas. Obedecía el de Olga Jiménez, pero había que llevarlo tapado y darle el toque preciso. El arte que afloró se apagó con la espada.

Cayetano inauguró el marcador en el segundo, en el que se mostró decidido desde la larga de rodillas y al que sopló unos naturales a cámara lenta, como el viaje despacioso del toro. Enterró un espadazo letal, al igual que en el manso y saltarín quinto, frente al que calentó con unos molinetes en el umbral de chiqueros.

Con la helada anochecida encima, el santo público alababa el esfuerzo de los toreros y lamentaba la dureza del palco con Varea. Toreaban por Finito y embestían por «Esaborío».

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