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De la genialidad de Morante a la ciencia exacta de El Juli

El sevillano pincha una mágica obra y el madrileño corta dos orejas a un garcigrande de vuelta al ruedo

El Juli sale a hombros del coso alicantino EFE

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Lo que hace Morante no lo hace otro ni en el patio de su casa. Tan distinto en su genialidad. Al gran genio del arte, Picasso, su madre le decía de pequeño que si quería hacerse soldado, llegaría a general; si se hacía cura, llegaría a Papa, pero como quiso ser pintor llegó a ser Picasso. Un día, un niño de La Puebla del Río le dijo a su madre que quería ser torero. Y ese niño llegó a ser Morante. Ni hubo ni habrá pintor que se parezca a Picasso, ni hay ni habrá torero que se parezca a Morante. Suya fue la faena de mayor originalidad y belleza de la tarde. Pero la gloria de la salida a hombros la tocó El Juli con su ciencia milimétrica ante el bravo y noble quinto de Garcigrande.

Tras la tempestad roquista, la calma se hizo más calma en el coso alicantino. Roca, Rey actual del «No hay billetes», no aparece todos los días. Y eso que se anunciaba un cartel rematadísimo, con dos primeras figuras y el triunfador de San Isidro. Pero, como advierte José Luis Lozano , los toreros «duran ahora más que un notario» y los públicos comienzan a demandar novedades, aunque las figuras veteranas sigan siendo necesarias: esa es la pescadilla que se muerde la cola en la Fiesta. Cierto es que el fútbol frenó la taquilla: el festejo coincidía con el duelo Hércules-Ponferradina, y el Rico Pérez registró un llenazo a la misma hora: su equipo se jugaba el ascenso a la división de plata . Las camisetas blanquiazules lucían por todo Alicante antes de la noche mágica de San Juan.

Magia desprendió la obra de Morante de la Puebla tras la merienda. El sevillano había conversado con un arenero, como si el piso no le agradara, por lo que se activó la operación riego para acondicionarlo . Dentro de chiqueros le aguardaba « Cuentagotas », frente al que sorprendió en la bienvenida con dos faroles de pie y maravilló en unas verónicas ganando terreno. Las chicuelinas tuvieron ese sabor que solo pone el artista del Guadalquivir por ese palo. Un mal rato y apuros pasó Lili en banderillas, al que su matador hizo un quite salvador. Luis Francisco Esplá fue el destinatario del brindis, en su plaza y ante su gente, que se metió de lleno en la faena ya en el prólogo, genuflexo y erguido. Aquel inicio iluminó de torería lo que se avecinaba después. Llegaron media docena de muletazos en la primera serie, seis, sí, «rara avis» en época de tandas cortitas. La banda de música se desperezó enseguida. El arrebato de la lentitud era cosa de Morante. Combinó oficio , gracia y pureza en su variopinta labor, desde el muletazo rodilla en tierra, o los molinetes de esa guisa, al ayudado doblándose o los naturales cuando cambió a los terrenos del «7». Vertical a derechas, con un molinete de aroma antiguo y un pase de pecho de pitón a rabo al mansito pero buen «Cuentagotas ». «¡Eso es torear!», gritaban en el «3». Hasta los espectadores de la azotea cercana al escenario donde Aladino había destapado la lámpara de las esencias aplaudían a rabiar. Sabedor de que el premio estaba a la vuelta de la espada, se tiró a matar, pero pinchó y del ímpetu casi se dobla el estoque. El acero se llevó el triunfo.

El éxito estaba reservado para El Juli con el bravito quinto. Variadísimo y lucido con un capote lentificado, armó un principio de faena de mucha enjundia: firme, suave y vertical. Despacio lo hizo en la ronda diestra, aunque luego nacerían unos naturales en el espacio en el que se baila un chotis. La bravura y la nobleza habitaban en los 463 kilos de « Diablito » (todo en la corridita de Garcigrande fue muy «ito»), al que el madrileño entendió a la perfección con esa difícil facilidad de los maestros. Crecido y poderoso, la técnica estaba siempre bajo el telón de cada escena. Sonreía el torero de la ciencia exacta y disfrutaba de cada embestida de su ganadería predilecta. En aquel largometraje, tiró en el epílogo por formas de menor estética, más efectistas, con redondos en todas las direcciones. Un cambio de mano eterno brilló con intensidad. Cuando parecía que la faena tocaba a su fin, se despojó de la ayuda y se marcó unas luquecinas. Perdió las telas, pero regresó a la cara por el mismo sendero entre la algarabía de los tendidos. La estocada desencadenó la pañolada y el presidente le concedió las dos orejas de un garcigrande –más rajadito a última hora– premiado con la vuelta al ruedo.

Antes, había gustado en un personal quite por cordobinas, chicuelinas y julinas al segundo, al que toreó sin muchas apreturas para no atosigarlo. Buscó la templanza Julián , aunque lo más jaleado fue cuando se agarró a los lomos del animal salmantino , que escarbaba mucho. Esa fue la tónica de una primera parte del conjuto ganadero bastante deslucida.

Agua de mar

Dos verónicas de Morante habían prendido la chispa en el que abrió plaza. Venía con ganas el sevillano, con más entrega que el toro, nada guapo por dentro ni por fuera. Había que empujarlo mucho, y así lo hizo el de La Puebla del Río, con el toque preciso para encauzarlo. La hondura de tres ayudados fue agua de mar en medio de aquella embestida de grifo. Valiente, aguantó parones con un «Ligerito» al que le costaba cada vez más pasar. Ni un milímetro se movió cuando se perfiló para matar, por lo que pinchó.

Nada bueno auguraba el tercero: como reparado de la vista, iba y venía cruzado. Un mal rato hizo pasar a la cuadrilla, aunque Ureña lo brindaría luego. Incierto, nunca iba metido de verdad en la muleta y lanzaba miraditas nada amigables. Pero el de Lorca le presentó sus credenciales y consiguió pasajes de enorme mérito, como unos naturales en los que se abadonó. El manso, con menos trapío que alguna rata, cantó la gallina nada más arrancar la música y hasta lanzó alguna coz. Tocó pelo el dispuesto murciano con el potable sexto, que, sin ser nada del otro jueves, sirvió a su modo. La oreja fue para Ureña ; el triunfo mayor de El Juli; el recuerdo, de Morante.

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