Feria de Hogueras: el bravo triunfo de dos colosos, Ponce y El Juli
Salen a hombros en una emocionante corrida de Domingo Hernández, que hizo sudar la camiseta
Si quieres paz, prepárate para la guerra. Solo o con aliados. Y El Juli ha encontrado el más fiel en Garcigrande , un hierro al que conoce del derecho y del revés. Su tándem ha edificado triunfos sonados y cantados. Y ayer no fue menos: por San Juan, se convirtió en el primer amo y señor de las bravas embestidas del segundo toro. Templado desde el saludo, Julián López quitó por chicuelinas y cordobinas. Tuvo el gesto de brindar a Palazón, vencedor de la batalla a un cáncer. Rodilla en tierra, con mando y torería, descorchó la faena. Parecía que no andaba sobrado de fuerzas... ¡Y qué bravura, acometividad y fijeza desarrolló «Mambo»! Obedeció a los muletazos por abajo de su frondosa faena, en la que el madrileño condujo como quiso y por donde quiso al rival salmantino, perdón, aliado, pues se rindió a su profundo gobierno. Lo entendió perfecto, con esa manera tan suya de, en una misma serie, lo mismo torearlo hacia fuera que hacia dentro, de llevarlo ahora por aquí y luego por allá. Nacieron dos tandas rotundas a izquierdas, ligadas y a rastras, con ambición de figura. Giró después como un compás, con «Mambo» comiéndose la muleta sobre la mano de la cuchara. La estocada cayó baja, pero la plaza estaba de fiesta y pidió con énfasis las dos orejas.
Fue la explosión inicial de una corrida con casta y bravura, «correosa» a veces, que hizo a matadores y cuadrillas « sudar la camiseta» en tiempos de Mundial y hasta poner en apuros a los más avezados. ¡Qué manera de embestir!
Recital de quites
Quería más El Juli y salió a por todas con un quinto que derribó al piquero. Hasta tres quites, ante el asombro del personal, se marcó: uno por zapopinas, otro por faroles deslumbrantes y un tercero en el que dibujó un eterno circular invertido con el capote. ¡Qué barbaridad! «¡Juli, Juli!», gritaban a coro los tendidos. Después de tan sorprendente recital, el animal fue a menos en la muleta hasta terminar acobardado en tablas.
Un señor puyazo había recibido el primero. Empujó «Guijarrito» hasta sacar el caballo a los medios y se llevó una vara kilométrica. Todo estaba a punto de caramelo y Enrique Ponce brindó al público. De las dobladas brotó un manantial de torería, con un arriesgado cambio por detrás. Prosiguió sobre la derecha, ligando en redondo, y se adornó con molinetes. Oxigenó (y se oxigenó) entre ronda y ronda al encastado ejemplar, que no era fácil. Enseñoreó una a izquierdas, de vuelos y temple. Series y series, y el toro seguía y seguía hasta el broche por jaleadas poncinas. Tanto se extendió que oyó un recado presidencial cuando se perfilaba para matar: el bajísimo acero apagaría el éxito. «Guijarrito» quiso ser una excepción en las teorías bravas y se marchó a morir a chiqueros, tragándose la muerte hasta casi bordear los tres avisos. Gran ovación al toro y al torero. Con esa afición inagotab le, el valenciano no estaba dispuesto a marcharse a pie. ¿Alguien lo dudaba? Cuajó una intensa y estupenda obra al emocionante cuarto, un «Borrachito» con movilidad al que ligó multitud de muletazos, ebrio de toreo, con un cambio de mano mayúsculo y la plaza rendida a su magisterio. La vuelta al ruedo con el doble trofeo fue de manicomio.
Por bonitas cordobinas genuflexas dio la bienvenida Cayetano al tercero, que propinó en banderillas un volteretón terrorífico a Alberto Zayas (el milagro de la feria lleva su nombre). Hasta puso en apuros a un torero de plata con las facultades de Iván García. Después de tales reacciones, a Rivera no le agradó el cambiante animal y lo intentó sin confiarse del todo. Junto a las tablas prologó su labor al sexto –que derribó (uno más) y se rajó a última hora–, con afán de alcanzar el éxito, pero no pudo ser...
Toda la gloria era para Ponce y El Juli, El Juli y Ponce, dos colosos del toreo que apasionaron y se marcharon por la puerta grande en la brava corrida de Domingo Hernández. Ardiente traca final de Hogueras.
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