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Escribano y «Aviador» nos despiertan de la siesta en Zaragoza

e niegan injustamente la oreja en el único toro encastado de Adolfo Martín

Manuel Escribano, en un pase cambiado por la espalda al quinto toro Fabián Simón

Andrés Amorós

Cuatro días después del fiasco de la Feria de Otoño, Adolfo Martín no se reivindica: toros sosos, descastados, que no transmiten emoción alguna. Solo el quinto, «Aviador», permite una vibrante faena de Manuel Escribano, aunque la presidenta se niegue a premiarla.

La Feria del Pilar es la última de primera categoría de la temporada. Nunca ha sido fácil hacer sus carteles. Con la cubierta, ya no amenaza el viento del Moncayo, pero a algunos diestros les pesa ya la temporada. El empresario Carlos Zúñiga ha diseñado una feria de alto presupuesto, en la que se anuncian dos tardes cuatro figuras: Ponce, El Juli, Manzanares y Cayetano.

Torea poco pero no se desanima el aragonés Alberto Álvarez , ya con 16 años de alternativa. Se ha hecho popular por haber construido una Plaza en Valareña, en las Bárdenas Reales, y por haber inventado, para entrenar, un «toro» mecánico que se mueve con poleas. El primero intenta saltar al callejón, es bondadoso, renquea, transmite poco. El trasteo es correcto, decidido; mata a la primera y la petición de oreja de los paisanos no es atendida. El cuarto sale del caballo dormidito. Brinda a su mozo de espadas; traza muletazos suaves a un toro de embestida mortecina. Mata a la tercera.

El segundo, bien picado por Juan Francisco Peña, embiste con sosería, se apaga. Banderillea Escribano con facilidad pero varios palos se caen, quizá por defecto de los arpones. La faena se queda en intentos voluntariosos. Mata a la segunda. Su gesto de decepción es claro: «¡Ná!» Como suele, acude a portagayola en el quinto, de pitones alirados. Arriesga en un par por los adentros. Este toro embiste encastado: son los primeros muletazos de la tarde con vibración aunque este «Aviador» acaba volando a tablas. Suena un aviso antes de una gran estocada. Pese a la clamorosa petición , no se concede la oreja: solo la estocada ya la merecía. Da dos vueltas al ruedo y la bronca a la presidenta es épica.

Daniel Luque intenta volver a la primera fila. El tercero embiste a media altura, con muy poca casta. Se lucen, con los palos, Arruga y Caricol. Luque muestra su buen estilo pero no se entrega, al matar. Su gesto refleja la decepción: «Así. ¿qué se puede hacer?» En el último, otro «Aviador», que tiene sólo medias embestidas, le consiente y logra muletazos estéticos, con gran oficio. La estocada es defectuosa pero efectiva.

La siesta es algo maravilloso pero no para que la duerman los toros, en la arena, y contagien su sopor al público; menos aún, en esta tierra bravía. Sin casta brava, todo se hunde.

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