Directo: intratable Roca Rey en Fallas

Sale el primer toro, Viajero, negro y axiblanco, de 538 kilos. Un remolino se levanta e imposibilita el toreo de capote de Urdiales. Eficaz la lidia antes del brindis del matador al público. Aunque para el toro quizá no fuera el mejor sitio, por el viento tuvo que plantear entre las rayas en una faena en la que hizo un esfuerzo, pero en la que se le le vio muy incómodo siempre. Se movía con su fondo de casta el animal (con mucho que torear en una tarde sin viento) y se movía una barbaridad Eolo. Entre unas inclemencias y otras, la cosa quedó entre dos aguas. Mató de una estocada defectuosa que necesitó el uso del descabello. Saludó una ovación.

Cojito, número 136, es el segundo, al que no se le atisbaban grandes fuerzas. Se desmonteró Daniel Duarte tras un soberbio par. Perdía las manos el toro, pero aún con su mermada fortaleza, al ver a Manzanares descubierto por el viento, se le fue directo al pecho. Tremendo el susto. Con paciencia y disposición, logró loables pasajes y sonó la música. Como se oyó un aviso antes de perfilarse para matar. Pinchazo y estocada. Saludos.

Comunión absoluta entre Roca Rey y el público desde el saludo al tercero, ganando terreno hasta los medios por verónicas y chicuelinas. Y de mano baja el quite por Chicuelo. Bárbaro el peruano desde que apareció en escena. Y a los medios se va para citar al toro. Ni el viento puede con la Roca, que sigue siendo el Rey de la taquilla. Muy buena la condición del toro, cuya embestida va alargando y sometiendo la figura peruana. Le arrastraba a Roca el valor, por ambos pitones. Humillaba el noble Centinela -hermano del Distante de Sevilla-, con el hierro de Cortés, mientras Andrés ligaba. Se pasaba al toro por delante y por detrás. Soberbio, con la emoción trepando por los tendidos, en pie. Ni el descabello le privó de la oreja pedida; de no fallar con el acero, hubieran sido dos.

Dramática escena en el cuarto toro. Víbora se llamaba. Y Víbora, que no era un toro con especial maldad, no perdonó a Diego Urdiales cuando le perdió la cara. Tremendo el volteretón. Tras el remate de una serie con un pase de pecho, el de Victoriano del Río lo prendió por la espalda y, una vez en la arena, lo pisoteó. Rápidamente las cuadrillas salieron a socorrerlo. Por fortuna, todo quedó en la paliza y en una brecha. Saludó una ovación.

Tuvo clase el Adorado quinto, curiosamente también con el hierro de Cortés -como el de Roca-. Y clase derrochó Manzanares en su estética y estupenda faena, con pasajes muy toreros. Pero su arma letal, la espada, no entró y se esfumó el triunfo.

Cantapájaros, famoso nombre unido a la historia de la ganadería y al Juli, cierra el sexteto. Brinda Roca Rey al público y se planta de rodillas con una animal de muy seria cara, que sale suelto de cada muletazo. Va y viene sin la bravura necesaria. Unos atalonados zurdazos despiertan la música. Mientras va detrás del toro, pierde la muleta. La muleta, que es una bandera. No le importa al Jaguar del Perú, que acaba a milímetros de los pitones. Qué ambición. Se tira a matar y entierra el acero. Suena un aviso. El verduguillo le priva de la puerta grande. Petición de oreja y saludos.