La casta de Daniel Luque abre la Puerta del Príncipe

Con toros encastados del Parralejo, corta tres orejas después de sufrir una dura cogida; también logra un trofeo Perera del magnífico Dulzón

Daniel Luque, por la Puerta del Príncipe J. M. Serrano

Triunfo rotundo, incontestable, de la casta torera de Daniel Luque [así lo contamos en directo]. Y lo logra después de haber sufrido una fuerte voltereta, imponiéndose a unos toros encastados de El Parralejo , que también triunfa en su debut con una corrida ... en la Feria de Abril. La gente sale feliz, con la emoción única que a veces logra suscitar una tarde de toros.

He acudido a la Plaza de los Toros recordando al inolvidable amigo Pepe Moya , creador de la ganadería de El Parralejo. En estas mismas páginas le dedicó un precioso obituario el maestro Antonio Burgos. Dedicó mucho esfuerzo, talento e ilusión a crear una nueva ganadería brava. Esta tarde afronta el mayor reto: si lo hubiera podido ver, ¡cuántos nervios hubiera pasado! También, ¡cuánto hubiera disfrutado viendo la emoción que han transmitido algunos de sus toros! Y le hubiera hecho feliz que hayan propiciado un triunfo rotundo y auténtico a los toreros.

Los toros, muy bien presentados, han tenido casta, movilidad y emoción, dentro de un comportamiento lógicamente variado. Ha destacado el magnífico Dulzón, que hubiera merecido la vuelta el ruedo, al que Miguel Ángel Perera ha cortado una oreja. También han sido nobles primero y cuarto; más complicados, los demás.

Se veía venir

El triunfo de Daniel Luque se veía venir. Después de haber ocupado un lugar de privilegio en las grandes Ferias, lo había perdido por su carácter irregular pero nadie dudaba de sus cualidades. Felizmente, se recuperó de ánimo y ha encadenado tardes importantes en las Plazas francesas, donde es un ídolo, y en las españolas. Ahora mismo, pocos diestros tienen tal capacidad para resolver problemas, delante del toro, como él: une cabeza, dominio y arte. Recuerdo haberle visto cortar las orejas a sus dos toros, de Miura, sin especial esfuerzo: muy pocos son capaces de eso. Esta tarde lo ha refrendado en Sevilla: se ha merecido esta absoluta felicidad.

Después de habernos deleitado con la clase del segundo toro, Dulzón, el tercero, aplaudido de salida por su bella estampa, es reservón, espera, en banderillas. (Una vez más, las hechuras no garantizan el buen juego). Daniel, muy firme, se dobla bien y lo mete en el canasto en seguida. El toro sigue siendo incierto y se lo echa a los lomos, pasándoselo dramáticamente de pitón a pitón: lleva rota la taleguilla y ha sufrido un fuerte pitonazo en el pecho, quizá detenido por la chaquetilla. Vuelve a colocarse en el sitio donde los toros encastados hieren y liga estupendos muletazos. Se vuelca sobre el morrillo en una gran estocada. (Otra de las suertes en que ha mejorado, en esta nueva etapa). La oreja es indiscutible. Pasa a la enfermería.

No vuelve a salir hasta el sexto toro. No sabemos si lleva alguna herida o contusión en las costillas. El sexto, muy armado, se da dos vueltas de campana, flaquea un poco y surgen algunas protestas, pero acude pronto al caballo, como todos sus hermanos. Brinda al público. Aunque el toro embiste algo rebrincado, Luque no le duda, aguanta muchísimo, se lo pasa muy cerca, le deja la muleta puesta. Aguanta en un cambio de mano y un pase de pecho verdaderamente monumental, que pone a la gente en pie. Todavía se adorna con algo que hace poco ha creado, una variante de sus tan copiadas luquecinas. El público está volcado por completo con la emocionante faena, pide al cielo que acierte con la espada. La estocada hasta la mano es la mejor rúbrica a una gran faena y a una tarde en la que ha demostrado su actual momento de técnica, de arte y de entrega: se abre para él la soñada Puerta del Príncipe.

El resto del festejo queda inevitablemente en segundo plano. Con más de veinte años de alternativa, El Fandi sigue en su línea atlética y espectacular. Lleva al primero al caballo por chicuelinas y gallea... también por chicuelinas. El toro se viene arriba, galopando, en banderillas y el diestro se luce sobre todo en el par de la moviola, corriendo hacia atrás hasta reunirse con el animal, y en los jugueteos finales , a cuerpo limpio. Comienza la faena de rodillas y sale del apuro con un molinete. Acierta en algunos derechazos de mano baja pero el toro se para a mitad y El Fandi recibe un pitonazo en la cara. Ha sido una trasteo con oficio y escasa estética. Aplauden más el descabello - ¡en esta Plaza ¡ - que un pinchazo hondo. En el cuarto, también bravo y noble, enlaza verónicas con... chicuelinas: ¡qué empacho! Coloca cuatro pares de banderillas; el último, al violín. (Escucho a un guasón: “¿Ya no pone más?”). La faena es voluntariosa, hasta que el toro se para. Mata con decisión.

Honor a su nombre

A Miguel Ángel Perera no le están dando algunos empresarios el trato que su trayectoria profesional merece. Tiene la fortuna (¿o no?) de que le toque el espectacular toro segundo, que hace honor a su nombre, Dulzón. Perera lo recibe con lances a pies juntos y mide el castigo. Brilla con los palos Curro Javier. Al matador se le ve tan fácil, desde el comienzo, que parece perderle un poco el respeto al toro. Cuando hace bien las cosas, abriendo el compás y llevándolo imantado en la muleta, el toro responde con nobleza. Mata con decisión pero el gran toro se traga la muerte y da lugar a que suene un aviso (y algún pito inoportuno, impropio de esta Plaza): se concede la oreja. A la gente se le olvida pedir la vuelta al ruedo al toro, que merecía. En el quinto, parea con mérito y riesgo Ambel. Perera aguanta los derrotes pero la porfía queda en tablas.

Sale en hombros Daniel Luque por la Puerta del Príncipe, hacia un Guadalquivir ya en sombras. ¡Qué hermosa es la Fiesta, cuando coinciden la casta brava de un toro y un torero!

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