El cerco a los toros, paso a paso
POR ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD
La Fiesta de los Toros no tenía cabida en la Cataluña de Pujol. Ni los toros ni cualquier otra manifestación cultural considerada desde entonces falsamente ajena. Fue el comienzo del cerco nacionalista. Una serie de acciones, algunas aparentemente nimias, han conseguido ... minar la implantación de la Fiesta en las últimas tres décadas.
De las numerosas plazas que en los setenta ofrecían una programación continuada -Tarragona, Figueras, Gerona, San Feliu de Guisols, Olot o Barcelona, además de otras de carácter puramente turístico como Lloret de Mar-, sólo la Monumental se mantiene viva.
En su afán por reinventar la historia se olvidaron de la relación ancestral de Cataluña, como tierra mediterránea, con el toro. Intentaron borrar todo lo que Cataluña ha aportado a la Tauromaquia. Los toros fueron catalogados como un espectáculo para turistas y, sobre todo, un espectáculo franquista. Y a la postre ésa ha sido la mayor justificación, para muchos la única, de la batalla.
Sin embargo, a nadie se le escapa que estéticamente Barcelona es una ciudad taurina. Los dos extremos de su Gran Vía están jalonados por sendas plazas de toros de imponente estructura -la Monumental y las Arenas-, que no hacen más que recordar la connivencia de la Fiesta con los barceloneses. Y los más viejos todavía se acuerdan de aquel coso de la Barceloneta presa de la piqueta a finales de los años cuarenta.
Se olvidaron de que la historia del Toreo es también la historia de Cataluña y a través de sucesivas modificaciones en la Ley de Protección de los Animales comenzó el acoso. En 1988 se prohíbe la celebración de festejos en plazas portátiles. Primer aviso. Se acosa también a los festejos de las calles, que se sostienen sobre sus profundas raíces.
De forma paralela se prohibió la entrada a las plazas a los menores de 14 años. Primero con la matización de que podían hacerlo si iban acompañados de una persona mayor y a partir de 2003 sin matización alguna y también según la nueva Ley de Protección de los Animales.
Las plazas van cerrando sin defensa por parte del entramado taurino. Sólo aguanta Barcelona, con un importante núcleo de excelentes aficionados y una empresa, Balañá, que organiza pero no promociona la Fiesta, atada por sus ramificaciones en otros negocios de ocio.
En ese momento, CiU le cede los trastos a ERC para que dé el puntillazo definitivo. Entonces llegó la declaración de Barcelona como «ciudad antitaurina» en 2004 y el proyecto de otra modificación en la Ley de Protección de los Animales que abogaba con erradicar la muerte del toro en la plaza, las banderillas y los picadores, y en la que se comparaba las corridas de toros con los malos tratos a mujeres, ancianos y niños. Sólo el final de la anterior legislatura evitó su aprobación.
En opinión de muchos aficionados catalanes, lo más grave es que todo parece una «excusa, una lamentable excusa». En palabras de Albert Boadella, «cuando se quiere imponer una realidad artificial en la que los catalanes representen a los ciudadanos más modernos y cívicos mientras que el resto de España arrastra la herencia salvaje, casposa e intolerante, hay que hacer lo que sea para que cuadre el invento».
Por eso, la irrupción de José Tomas en 2007 fue una píldora que el nacionalismo antitaurino -también los hay taurinos, pero prefieren acudir a los toros en otros lugares- tuvo que tragarse. Todo quedó latente. Los llenos en la Monumental se sucedían cada vez que el último tótem de la afición catalana se anunciaba. Un espejismo.
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