Bienaventurados los ojos que vieron a Morante en Alicante
El torero regaló unas gafas para la «ceguera» al presidente, que le robó la puerta grande
ROSARIO PÉREZ
Imposible torear más despacio que Morante. El de La Puebla del Río rompió todos los moldes y devolvió la libertad de la pasión con un «Libertador» por el que pocos apostaban. Agradecido tiene que estar Fernando Domecq al sevillano porque su toro fue a más ... en las manos de un artista de muleta adelantada, cintura rota y hondura. No hay torero en el escalafón que se parezca a él. Ni siquiera que guarde un parentesco lejano.
José Antonio tuvo fe en el toro, apostó e incluso se atrevió a citarlo en la distancia. Valor, arte y profundidad. Tres en uno, sin mentiras ni aditamentos, y no como esos productos que se venden en el mercado. Agarró una estocada fulminante y la plaza se pobló de pañuelos y algarabía. La faena era de dos orejas del mismísimo Madrid (vale, el torete, no), pero el presidente debió creer que se la iban a cortar a él y escondió un pañuelo. Bronca monumental al concederle sólo una.
Genio y figura
Genio y figura Morante, que entre los aplausos del público pidió unas gafas al mozo de espadas y se las lanzó al señor usía, que dio la impresión «de no ver bien». Ya se sabe, ojos que no ven, corazón que no siente, porque lo de ayer fue puro sentimiento y verdad de aquí a la Antártida. ¿Y la oreja? La tiró con desprecio en un arrebato. ¡La torería no necesita peludas! Igual dio la posible sanción de la autoridad.
Antes había sembrado el ruedo de verónicas templadas y hondas mientras ganaba terreno. Parecía imposible superar aquello, y hete ahí que el de La Puebla quitó por chicuelinas enroscadas y lentas, como si fuese la manecilla de un reloj que marca cada milésima de segundo. Principió agarrado a las tablas, con pases por alto sin enmendarse hasta llevarlo hacia fuera con en un paisaje preciosista. Dos series diestras tuvieron la profundidad del Mediterráneo y la gracia del Guadalquivir. Cuando pasó a la izquierda, el torete se puso más informal y sufrió una colada. Tras cuatro tandas –quien quiera más, que vuelva mañana-, se dobló con belleza hasta pasaportarlo de una estocada. La gente pidió la oreja, con más peso que las del miércoles, pero el palco se la denegó. Cosas de los señores presidentes, que donde ayer gritan arre, hoy dicen so.
Un dato curioso: la tablilla de este primero comenzó marcando 465 kilos y cuando acabó la lidia el toro engordó trece kilos: 478. ¡Y eso que dicen que quema calorías! Sorprende lo justo, pues ya el previo había sido movidito. Baile de corrales con la corrida de Zalduendo, que tuvo que enviar más de quince toros para poder anunciar seis, y otros tantos de Sampedro por si las moscas...
A César Jiménez le había apretado el segundo de salida al hilo de las tablas. No le importó al matador, que se arrodilló de hinojos hasta llevarlo al platillo. Hay que reconocer que se mueve por tierra como pez en el agua. También se templó erguido, midiendo los tiempos con un “Luminoso” de embestida excepcional. Para bordar el toreo. Jiménez cosió los viajes, pero si alguien quería ver borde que esperase al cuarto. Remató la faena con un sartenazo de libro, aunque al usía le dio igual: esta vez sí otorgó un galardón. Perdonen, pero en el quinto no dejó nada merecedor de estampar.
Alejandro Talavante , sustituto del lesionado Juli, intercaló con despaciosidad verónicas y chicuelinas. Más terciadito y mansito era este «Jumero», con el que inició con estatuarios y una espaldina que emocionaron al público. En chiqueros tuvo que dar fiesta el extremeño, que lo metió en vereda en sus querencias de modo meritísimo. Las bernadinas finales fueron de infarto, pero tuvo la mala suerte de que al entrar a matar el toro dobló las manos y pinchó. Se esfumó el premio. Mientras se exhibía su disposición en el sexto, en el alma aún retumbaba la obra de Morante.
Bienaventurados los ojos que vieron al de La Puebla, porque sus retinas conservarán el reino de la torería.
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