Román quiere ser torero

Los aficionados se plantean remedios para la Feria de Julio: horario nocturno, calendario... La solución es más sencilla: carteles de categoría. Coincido con Paco Mora: las primeras figuras deberían anunciarse, cada uno, varias tardes, con toros de distintos encastes. ¡Ya veríamos si acudía o no el público! ¿Atraería espectadores un mano a mano de José Tomás con Ponce? ¿O El Juli frente a Miuras, como anunció en Sevilla? ¿O los seis toros que Morante mató en Ronda? ¿O los seis que Perera matará en Nimes? ¿Por qué suena todo eso a imposible? ¿Qué tienen Sevilla, Ronda o Nimes que no tenga Valencia? ¿Es que el aficionado al fútbol no puede ver con frecuencia al Madrid frente al Barcelona o el Bayern? Los toreros en activo están para torear, dando la cara en los cosos de primera, no para campañas de «marketing». Pero la comodidad se ha adueñado demasiado de las figuras...

Los toros de Cuvillo ofrecen un juego desigual; varios flojean; muy noble, el segundo. El joven Román corta una oreja de cada toro y sale en hombros, para alegría de sus paisanos.

Castella triunfó en Burgos pero volvió en Pamplona al academicismo algo mecánico. Flojea demasiado el primero, apenas picado. En la muleta, el toro queda corto y se defiende, por falta de fuerza. Aguanta Sebastián en la cercanía; al final, porfiando, logra algún natural templado: poca cosa. Mata rápido pero no bien. También flaquea el cuarto, al que recibe con los habituales pases cambiados. El trasteo, solamente correcto, se desluce por las caídas del toro, un marmolillo: así, no puede prender la traca.

Luque recibe con airosas verónicas al segundo, muy bondadoso. Se luce Román en ajustadas gaoneras y Luque replica con delantales. Los muletazos son fáciles, elegantes, pero el toro apenas transmite emoción: el estilismo «light» que propician, ahora, tantos toros. Mata bien pero el toro tarda mucho en caer. (Recuerdo a Eugenio d’Ors: «A los mediterráneos, nos vence la estética»). Vuelve a lucir con el capote en el quinto, que parece salir ya picado (y no lo pican, claro), embiste con suavidad. Dibuja Daniel muletazos casi como si fuera al carretón, hasta que el toro se apaga y todo queda en nada. ¡Qué pena!

El mayor interés del cartel radica en Román, que se presenta como matador de toros en su tierra. El tercero voltea a César Fernández; saluda Raúl Martí, en banderillas. El toro va largo pero saca genio y acaba rajándose: el trasteo es desigual, emocionante, incluída una voltereta y varios momentos de apuro. El joven matador muestra más actitud y desparpajo que dominio. Mata en tablas, con decisión: oreja. El sexto, el más serio, hiere en banderillas a Miguel Ángel García. Román adelanta el engaño, corre bien la mano, logra muletazos templados. Además de voluntad, en esta faena luce mejor oficio. Mata a la segunda: otra oreja y salida en hombros. Quiere ser torero, transmite ilusión: hay que darle oportunidades para que madure.

En el Museo de San Pío V, cerca del extraordinario autorretrato de Velázquez, veo de nuevo, esta mañana, el modelo de tamaño natural que hizo Benlliure para el hermoso monumento funerario de Joselito (y Sánchez Mejías), en el cementerio sevillano. En los años veinte, muerto Gallito, Ignacio, como primera figura indiscutible, se anunció, en una Feria de Julio, las siete tardes; una de ellas, con toros de Miura. En una vieja fotografía lo veo, en un desplante: rodilla en tierra, frente al miura, se adorna, secándose el sudor de la cara con un pañuelo. Eran otros tiempos...