La esencia cultural de la Fiesta

Arte y espectáculo, pasión y discusión, épica y estética, riesgo y poesía se conjuran y se unen un año más en Las Ventas para ofrecer en su máximo esplendor una de las manifestaciones culturales más arraigadas y enraizadas en nuestra identidad cultural. Evidentemente, la Fiesta de los toros no es sólo San Isidro. La Fiesta, como fenómeno cultural, se expresa cada vez que se celebra la más modesta de las novilladas en el pueblo más recóndito de nuestra geografía. La Fiesta brilla en tantas otras grandes plazas, desde la Maestranza a Vista Alegre, y sobrepasa nuestras fronteras, desde la Arena de Nimes a la Monumental de México. Pero es, probablemente, en la Feria de San Isidro donde late con mayor intensidad el corazón de la Fiesta, quizás porque es en Madrid donde se forjan las leyendas y se reescribe permanentemente la Historia secular de una expresión cultural única como es la Tauromaquia.

Por ello, hay que conocer y entender San Isidro para comprender plenamente la cultura de lo taurino. Son muchas las disciplinas del Arte pero son tal vez pocas las que resultan capaces de impregnar tantos sentidos como la Tauromaquia. Color y sonido, movimiento y sentimiento, olor y sabor son realidades de una expresión artística que logra dejar de manera inmediata su huella en los cinco sentidos. Pero es que, además, junto con esas sensaciones inmediatas, la lidia se transforma después, al instante siguiente de su conclusión, en estampas, crónicas, retratos y relatos que extienden su singularidad impregnando otras disciplinas artísticas que dejarán constancia de lo vivido en la Plaza, convirtiendo así la Fiesta en un fenómeno cultural que no se agota en sí mismo sino que trasciende su propia realidad y se hace permanente en el recuerdo y en el tiempo.

En estos tiempos de debate sobre la identidad cultural del fenómeno taurino, es preciso pedir lo que debería ser una obviedad: hay que acercarse a la Fiesta sin prejuicios. Hay que dejar a un lado la utilización política, el debate interesado, la manipulación maniqueísta o la distorsión simbólica. Hay que abrir la mirada, igual que se hace ante un cuadro o una representación o un texto complejo, para buscar el sentido de todos los matices que encierra la Fiesta y sólo entonces, una vez contemplada en toda su riqueza, aceptar cada juicio individual, respetando por igual a quien aprecia su belleza y a quien opta por el rechazo, del mismo modo que cualquier otra expresión cultural despierta el elogio o la crítica, el aprecio o el desprecio. No se trata tanto de buscar el aplauso unánime como de pedir un juicio justo, un juicio cultural, desprovisto de apriorismos basados en posiciones políticas o simbólicas que nada tienen que ver con valoraciones culturales o artísticas.

Tiempo habrá para seguir buscando conclusiones legales al debate planteado. Pero ésa es tarea de otros foros. En la Feria de San isidro, lo que debe primar es tan sólo el debate entre el albero y los tendidos, un diálogo siempre vivo en el que se decide cuándo el Arte merece pervivir en la memoria o caer en el olvido.