No le toques ya más...

Con esas palabras aludía el Nobel a la perfección viva; esa que se consigue sin forzar las cosas ni manosearlas hasta marchitarlas o ajarlas. Así lo describió el crítico literario y escritor Ricardo Gullón sin quitarle ni un pétalo a la sabia rosa de Juan Ramón. Pienso en estas cosas mientras atravieso el puente sobre el río Providence, en Rhode Island, escuchando una y otra vez la necia pancarta del mundo. A todos nos vendría bien un desalojo de la militancia, una abolición de las buenas intenciones o una suspensión temporal de las expectativas de salvar el mundo o ser tomados en serio. Nadie está obligado a querernos, ni el agravio es la vía para alcanzar el Nirvana.

No marear la perdiz es una forma de belleza. Resistirse al enunciado, a la doma, también. Convendría apostarse en el límite que ocupa la belleza mientras dura, de aquello que vibra con fuerza como una soprano que canta con una bocina de teléfono en la mano o una sinfonía, que por cuarta y 'Romántica', como la de Bruckner, desata en el pecho un avispero de drones. Lo bello si no tiene propósito, dos veces bello. Lo bello, si no sabemos cuánto durará, dos veces bello.

Delante de mí camina un aquelarre que piensa que el mundo es mejor si lo adoctrinas. Pienso estas cosas mientras fumo en un lugar en el que nadie fuma y con un teléfono móvil sin itinerancia de datos. Doy una calada. Me gustaría llamar y decir al que atienda que estaría bien encontrarnos, aquí y ahora. ¿De verdad? ¿De verdad todo sería más bello? ¿Acaso no lo es tal como está? «No le toques ya más, que así es la rosa».