'La verbena de La Paloma' o el triunfo de la verdad

Hay una cierta ironía en el hecho de que en un momento determinado, mientras el mercado teatral estaba en plena ebullición, se considerase la rivalidad entre el Apolo y la Zarzuela. En ello y en la vieja historia del Apolo se fija el prólogo que precede a 'La verbena de la Paloma' en su actual escenificación. El texto y su gracia es de Álvaro Tato; los insertos musicales, de varios autores. En cuanto al carácter, pertenece a un espectáculo teñido de nostalgia que llora la pena de lo perdido y rememora la ausencia de quienes tanto hicieron por defender la zarzuela y sus circunstancias. Surge así una razón añadida para la recuperación de la obra por un teatro que dedica las funciones a su director musical durante un cuarto de siglo, Miguel Roa, quien habría cumplido los ochenta años: un 'narrador' del género, siempre dispuesto y pendiente. Como lo fueron Pepa Rosado y Rafael Castejón, intérpretes con décadas de oficio y experiencias, y en quienes piensa su hija Nuria desde su posición de directora de escena. También se encarga de la coreografía, que abunda en esta 'Verbena' y en su prólogo como causa motriz del espectáculo y reflejo de su consistencia colectiva.

Podrá aplaudirse la autoridad de Antonio Comas como Don Hilarión, se detectará la ferocidad del Julián de Borja Quiza, la destreza de Milagros Martín ante la Señá Rita, el candor de Carmen Romeu para Susana, la tronancina aguardentosa que Gurutze Beitia le pone a la Tía Antonia… Pero todo ello son matices para una totalidad que el director de orquesta José Miguel Pérez-Sierra ordena en una muy solvente propuesta musical. Con estas representaciones se presenta como nuevo director titular de la Zarzuela, y no está mal que la impresión sea tan sólida y esperanzadora. El éxito del estreno, el miércoles, es un buen augurio que debe mucho a la misma escenificación.

En el programa de mano se señala la paradoja de que siendo 'La verbena de la Paloma' el culmen del género no tenga todavía un montaje emblemático. A ello aspira esta producción que dibuja un Madrid de colores vagos según diseño de Nicolás Bori, viste con el apuesto vestuario hecho por Gabriela Salaverri y transmite un ambiente definitivamente melancólico: alejado de la ciudad bulliciosa y consumista que se aglutina por sus calles en 2024, pero muy próximo al corazón de un viejo barrio que cualquiera podría sentir.