Un verano en danza: zapatillas en vez de chanclas y una barra en lugar de playa
Miles de estudiantes de ballet se desplazan cada agosto para adquirir nuevos conocimientos y conocer nuevos maestros
Clara Mollá Pagán
Madrid
En plena ola de calor, Darío organiza sus vacaciones para alejarse del sofocante mes de agosto y refugiarse cerca de la playa. Allí acude por segunda vez tras la buena experiencia del verano pasado. En vez de tomar el sol, baila. «No me puedo ... permitir el lujo de estar parado porque en septiembre tengo mucha carga y es importante estar en plena forma física para prevenir lesiones y formarse», asegura el joven. Para los estudiantes de danza como él, las vacaciones son sinónimo de trabajo duro. Para ellos no hay descanso. Cada mañana veraniega, miles de jóvenes estudiantes se calzan las zapatillas de ballet en lugar de unas chanclas, se ponen su maillot y viajan a la otra punta del país para seguir trabajando. El verano es largo y si quieren estar listos cuando llegue el nuevo curso, deben continuar su formación de otro modo.
La forja de una nueva cantera de bailarines
Clara MolláLa escuela José Antonio Checa Ballet (JacBallet) de Madrid ha conseguido en cinco años que sus estudiantes ingresen en centros como la Academia Vaganova de San Petersburgo o en compañías como la Ópera de París.
Algunos, como Darío, se desplazan hasta Valencia. Allí les espera el Campus Internacional de Danza. Gema Casino es profesora del Conservatorio profesional de danza de Valencia y directora del campus, que impulsó tras no tener la oportunidad cuando era bailarina de asistir a un curso así. Gracias a la Fundación Hortensia Herrero el curso, organizado por la Asociación de Danza y Arte del Mediterráneo (ADAM), tiene nuevas instalaciones, acoge a alumnos de todo el mundo en residencias y ofrece 15 becas de formación. «En los cursos de verano como este conocen a profesorado que no tienen durante el año y cursan asignaturas nuevas, como preparación física para la danza», afirma Casino. El complejo deportivo de la Petxina se transforma en un centro de danza y por las calles valencianas que lo rodean decenas de estudiantes se acercan con sus bolsas y sus moños desde bien temprano para comenzar sus clases de ballet.
Uno de los criterios que emplean los estudiantes para escoger el curso idóneo es la versatilidad. Así, tienen la oportunidad de conocer repertorio de coreógrafos actuales e históricos. «Muchos repiten varias veces y por eso ofrecemos talleres coreográficos distintos cada año de William Forsythe, Ihsan Rustem, Nacho Duato, John Cranko o de clásicos como 'El lago de los cisnes' con Ludovico Pace… Invertimos mucho en ofrecer piezas que hace unos años era imposible traer y que ahora pueden ir conociendo», afirma Casino. En las aulas, maestros repetidores que han trabajado mano a mano con los coreógrafos dan pautas y matices a los alumnos.
Durante el curso ordinario, el estudiante está obligado a seguir las pautas dentro de un plan de estudios muy encorsetado, así como un repertorio obligatorio, pero los cursos de verano proporcionan una gran libertad tanto a maestros como a estudiantes «No pretendemos lograr lo que un maestro consigue en un año, pero aquí tienen clases diferentes y ven formas nuevas de ejecutar un ejercicio. Reciben correcciones que a lo mejor le has hecho a tu alumno muchas veces pero que él, tras escucharlo de otro, lo capta antes», asegura Casino.
Nuevos métodos
Los alumnos bailan, pero también hablan y comparten experiencias de los lugares de donde provienen. «Hay muy buen ambiente de trabajo y mucho compañerismo en todo momento», añade Erguido. En las aulas de los centros ocurre algo inaudito estos días y es que en la misma barra de ballet hay estudiantes en plena formación y bailarines ya profesionales. Gabriel Tudelilla se ha desplazado desde Burgos hasta Madrid para hacer un curso de danza en José Antonio Checa Ballet, de Madrid. Allí ha encontrado a muchos compañeros que aman el ballet como él: «Es motivador conocer a gente que siente la misma pasión al bailar y que tiene las mismas ganas de aprender que yo. También conocer a alumnos de otras escuelas y a profesionales que han querido también estar ahí». Los cursos no son solo útiles para bailar, también lo son para la vida. «Un curso de verano es una forma de construir la perseverancia, el autoestima y otras habilidades para la vida, pero sobre todo del bailarín. Adquieren nuevos conocimientos que utilizarán en sus carreras mas tarde», asegura José Antonio Checa, el director del centro.
En el mundo de la danza hay muchos tipos de estilos que preparan a los niños para convertirlos en bailarines profesionales como la escuela francesa, la cubana o la inglesa. Pero hay una que hasta ahora ha sido infalible, que ha formado a los mejores bailarines del momento desde hace más de un siglo y que en España apenas se imparte como es debido: el Método Vaganova. Desde hace unos años, en Alicante, cientos de jóvenes aprenden con maestros de la Academia Vaganova de San Petersburgo en el Russian Masters Ballet. Asiya Lukmanova se formó con discípulos directos de Agripina Vaganova y ahora lleva a cabo esta formación que atrae a estudiantes de todo el mundo. «En la danza no existe el descanso y el cuerpo no perdona. Gracias a los cursos el alumnado no solo se mantiene en forma, sino que realmente tiene oportunidad de crecer técnicamente muchísimo», asegura la directora.
En este caso, los pequeños bailarines hacen una inmersión en este método, que es la base de la danza rusa. Este sistema de enseñanza no es fácil encontrarlo en España y José Antonio Checa Ballet es la única escuela que lo imparte, con profesores que proceden de allí. Checa también ofrece cursos de verano. «Muchos estudiantes conviven estos días con otros participantes que ya son bailarines profesionales, de modo que aprenden también de ellos», indica el director del centro, que también se formó y tituló en el método. Allí pueden hacer una inmersión en el método y hacer un anticipo de lo que aprenderán el año que viene en la academia. «Es novedoso para ellos aprender las danzas de carácter e históricas propias del método porque luego para el futuro serán imprescindibles, por la sabiduría que ofrecen y lo que ayudan en la coordinación y la interpretación», añade. Además de mejorar la técnica, los cursos de verano ofrecen otras actividades y retos que complementan su formación «Ofrecemos Progressing Ballet Technique, que es un acondicionamiento físico personalizado. De modo que si algún alumno tiene poca flexibilidad de espalda, por ejemplo, hacemos una tabla específica para él», asegura Checa.
«En el curso de Checa hay una gran atención personalizada a cada uno de sus alumnos ya sea para felicitarles por su trabajo o para corregirles en la técnica y en su baile», indica Kirill Monereo, un joven bailarín apunto de entrar en la Ópera de Viena. Aunque asegura que las clases pueden llegar a ser muy intensas y duras, uno siempre se va a sentir muy bien con el trabajo que has hecho durante la clase. «Los profesores saben percibir muy bien los límites de cada alumno y saben como se puede sacar lo mejor de ti», añade.
Una apuesta de futuro
Los cursos de verano ofrecen rutinas similares a las que podrían tener en una compañía profesional. «Es un reto muy grande para ellos. Pasan cinco días a la semana trabajando casi ocho horas al día, cuando durante el curso ordinario a lo mejor suelen venir dos o tres veces por semana», asegura Iker Murillo, director del centro Iker Murillo Studio 24, en Guipuzcoa. Fue bailarín en la Ópera de Saarbruüken, el Ballet de Zurich y el Béjart Ballet Lausanne, entre otras compañías, y ahora transmite todo su conocimiento a los más pequeños. También en verano: «Los alumnos que vienen de fuera notan mucho la diferencia, saben que somos profesionales, tenemos 26 años de carrera y se nota en el resultado. Es importante que aprendan cosas nuevas y es muy gratificante ver que también quieren aprender mucho».
Además, pueden abrir una puerta al futuro. La escuela de Carmen Corella y Dayron Vega, Corella Barcelona, también se llena de alumnos de Italia, Bulgaria, EE.UU. o Canadá. «Una vez el alumno toma conciencia de los ritmos reales de esta profesión, que es lo primero que les inculcamos en Corella, no buscan tanto el divertimento o entretenimiento, sino que ponen más empeño en los detalles y el crecimiento más metódico. Es por eso que quizá es normal para ellos, aunque estén aquí todo el año, hacer un mes más de verano», asegura Corella.
Aunque los cursillos de verano están enfocados al aprendizaje y a mantenerse en forma de cara al curso siguiente, también abren una puerta también a la vida profesional y cada vez son más los alumnos que gracias al curso realizado han recibido nuevas oportunidades para formarse en prestigiosas escuelas. Los cursos de verano pueden suponer un antes y un después para los alumnos. «Desde hace unos años, las mejores escuelas de danza del mundo confían en nosotros y los directores observan las clases para ofrecer becas de estudios», asegura Lukmanova. A través de Russian Masters, Julia Martí, de Barcelona, consiguió ser aceptada en la Academia Vaganova de San Petersburgo después de cuatro años de cursos en Alicante y el apoyo y ayuda de sus maestros. Los cursos son útiles no solo para los jóvenes estudiantes, también para los bailarines: «Hacer un curso como el de José Antonio Checa durante las vacaciones es ante todo la mejor forma de no perder la técnica ni la disciplina de tu baile. Me ha aportado mucha fuerza física y mental, confianza en mi baile, y me ha ayudado sobre todo a obtener un punto de vista de mi trabajo personal que no podría haber encontrado por mí mismo», asegura Kirill Monereo.
También lo hace así el Campus Internacional de Danza de Valencia, que tiene acuerdos con distintas compañías nacionales e internacionales, como la Compañía Nacional de Danza, IT Dansa, el Ballet de Hannover, para poder otorgar estancias a participantes destacados del Campus. Y también Corella Barcelona: «La mayoría de los alumnos del curso ordinario participan en el de verano y una de sus motivaciones es la visita de Ángel Corella, director del Philadelphia Ballet y director emérito de la escuela, porque puede ver su progreso y la posible contratación en su compañía», indica su directora.
Gabriel Tudelilla ha decidido cambiar las aulas del conservatorio para formar parte de la escuela de José Antonio Checa después del curso realizado: «Las clases han sido muy duras y ya he notado mejoras ya en este tiempo».
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