'La Regenta': el corazón que no cabe en un matrimonio
Crítica de teatro
De manera soberbia, Eduardo Galán y Helena Pimenta vuelven a darnos toda esa complejidad de Ana Ozores, que tiene un espíritu tan grande que no cabe en un matrimonio, ni en una sociedad, ni en una Iglesia
'La Regenta' hace una pirueta y pasa de la novela al escenario
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Crítica de teatro
'La Regenta'
- Autor Leopoldo Alas 'Clarín'
- Adaptación Eduardo Galán
- Dirección Helena Pimenta
- Escenografía José Tomé y Marcos Carazo
- Iluminación Nicolás Fischtel
- Vestuario Yaiza Pinillos
- Música original y espacio sonoro Iñigo Lacasa
- Coreografía Nuria Castejón
- Intérpretes Ana Ruiz, Alex Gadea, Joaquín Notario, Jacobo Dicenta, Pepa Pedroche, Francesc Galcerán, Lucía Serrano y Alejandro Arestegui
- Lugar Teatro Fernán Gómez, Madrid
Esta es la primera adaptación al teatro de 'La Regenta', la famosa novela escrita por Leopoldo Alas 'Clarín'. Llevada a cabo por Eduardo Galán, en ella se recrea fielmente ese mundo de miserias morales, los pozos sin fondo de esta historia de ... poder donde el corazón solitario de una mujer late inútilmente por una limosna de amor. De manera soberbia, Eduardo Galán, y Helena Pimenta en la dirección, vuelven a darnos toda esa complejidad de Ana Ozores que, como Emma Bovary o Ana Karenina, tiene un espíritu tan grande que no cabe en un matrimonio, ni en una sociedad, ni en una Iglesia. Y que si termina precipitándose en el mundanal ruido del adulterio es por ganas de vivir, esa asignatura pendiente que había llevado como una condena toda su vida.
La riqueza del mundo narrativo de Clarín está resuelto aquí llevando las técnicas novelescas a un lenguaje teatral plenamente dinámico y efectivo. Lo que en Clarín son buceos psicológicos a través del monólogo interior, una manera de levantar esos velos que ocultan las patologías de una sociedad enferma a través del estilo indirecto, de la estética y las ideas naturalistas, la plasmación de un inmovilismo social que sin darse cuenta empieza a desquebrajarse, están solventados mediante la creación de un viaje sentimental a través de unos narradores y una hábil transición entre escenas.
Todo está en función de mostrar cómo Ana Ozores se construye el retrato de su destino, aunque sea con los añicos de unos sueños que Vetusta convierte en pesadillas. Eduardo Galán y Helena Pimenta, en efecto, no se quedan en la superficie del relato, sino que nos muestran el juego oculto de todas estas falsedades, de todos estos fingimientos, su carácter irónico y satírico por los que la virtud y el amor son esos juguetes rotos que vemos rodar por las tablas del escenario.
El espacio escenográfico está llevado a una máxima concentración simbólica, como si se tratara de las páginas abiertas de un libro en el que la catedral y los distintos espacios están reducidos significativamente a un juego de puertas y ventanas desde las que mirar, ambicionar y murmurar. Solo el final de la obra se aparta de la grandeza de la novela de Clarín: ese beso en el suelo de la catedral como si un sapo hubiera rozado la cara de Ana Ozores tendría que haber sido puesto en valor.
Una obra, en cualquier caso, poderosa, intensa y verdadera porque logra transmitir que en ese triángulo de pasiones y ambiciones, en esa comedia de Vetusta la única víctima, la única tragedia es amar.
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