Matthew Bourne, el hombre que le puso pantalones a los cisnes e inventó el ballet del siglo XXI
El Teatro Real pone en escena la revolucionaria versión de 'El lago de los cisnes' que el coreógrafo británico creó hace treinta años
Dentro de 'El lago de los cisnes' (I): así se invoca el milagro de la danza
Madrid
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Iniciar sesiónEn la última escena de 'Billy Elliot' (2000), la película de Stephen Daldry sobre un niño que soñaba con bailar, el protagonista, ya adulto, entra en escena con un 'grand jeté' mientras suena la música de 'El lago de los cisnes'... La secuencia ... correspondía a la versión del clásico que, cinco años antes, había estrenado el coreógrafo Matthew Bourne (Hackney, Londres, 1960) y que supuso un punto y aparte en la historia reciente de la danza. Estrenada en el Sadler's Wells Theatre de Londres el 9 de noviembre de 1995, pasó diez meses después al West End (el circuito comercial de la capital británica), y estuvo en cartel casi cinco meses. En 1998 se instaló en Broadway, donde permaneció cuatro meses, y desde entonces el espectáculo se ha visto en más de una decena de países, entre ellos Rusia, Japón, China o Israel. Ahora llega a España; el Teatro Real presenta del 19 al 23 de noviembre este 'Lago' singular, dentro de la gira del espectáculo por su XXX aniversario. Días antes de viajar a España, sir Matthew Bourne –fue nombrado caballero por la Reina Isabel II en 2016– contesta a las preguntas de ABC.
—¿Cómo surgió la idea de la versión de 1995? ¿Qué le atrae de esta historia y del clásico de Chaikovski?
—Desde 1987 dirijo mi propia compañía; antes de 'El lago de los cisnes' era un grupo muy pequeño de danza contemporánea, con unos seis bailarines y una reputación un tanto peculiar. Actuábamos en salas pequeñas y medianas por todo el Reino Unido. En 1992, la North Opera de Leeds me encargó un 'Cascanueces' nuevo para presentarlo junto a la ópera 'Iolanta', del propio Chaikovski (las dos obras se estrenaron juntas originalmente, en San Petersburgo en 1892). Fue un éxito en el Festival de Edimburgo de aquel año y eso me abrió la puerta a crear una versión distinta de otro clásico de Chaikovski, 'El lago de los cisnes', tres años después. Lo que me atraía de entrada era trabajar con esa música increíble sin tener que reproducir la coreografía tradicional. Era una oportunidad única para probar algo nuevo con un título tan querido. Daba vértigo por muchos lados, ¡pero no me pude resistir!
—¿Por qué cisnes masculinos y por qué esa estética tan concreta?
—En aquel momento sentía que, si iba a hacer 'El lago de los cisnes', tenía que hacerlo diferente: mi compañía no es clásica, es de danza-teatro contemporánea. La idea de los cisnes hombres me rondaba desde hacía tiempo; era casi una ensoñación. Me parecía apasionante y, cuanto más la explorábamos, más interesante y más psicológica se volvía.
—¿En qué medida este ballet busca reivindicar, visualizar o normalizar la homosexualidad?
—Al estrenarse, lo bautizaron como «el Lago de los cisnes gay», aunque ese no era el objetivo principal: al fin y al cabo, es la historia de un amor entre un hombre y un cisne, ¡algo muy poco convencional! Pero sí, esa capa era importante, y sigue siéndolo, para el público gay; y lo celebramos. A veces se subestima lo lejos que hemos llegado con esta obra. Los temas homoeróticos están ahora en todas las pantallas y escenarios, y los acepta un público mucho más amplio. Hoy la gente no se escandaliza; ve inspirador el relato de un joven perdido sobre su futuro y su sexualidad, en busca de su verdadera identidad. Es muy significativo para el público joven hoy en día.
—El primer acto se basaba claramente en la Familia Real británica de aquella época. ¿Era un guiño a los espectadores o buscaba usted algo más?
—Mi 'Lago' nunca ha pretendido retratar a 'royals' reales concretos. Está ambientado intencionadamente en una época no específica: podrían ser los 50, los 60, los 70… o incluso hoy o mañana. Es el público quien decide si quiere ver paralelismos. Por eso en el programa no hay nombres: solo «la Reina», «el Príncipe», «la novia»… ¡Todo intencionadamente ambiguo! Para mí, en el fondo, es la lucha de alguien por saber quién es y por encajar en su mundo, aunque ese mundo sea bastante extraordinario (¡poca gente es de la realeza!). Pero nos identificamos igual: todos conocemos la sensación de no poder ser uno mismo en la sociedad que te rodea.
—¿Cuáles son las principales diferencias entre la versión original y la que veremos en el Teatro Real? ¿Qué le llevó a recuperar este espectáculo?
—Hemos ido retocando cosas con los años, pero siempre respetando que a mucha gente le encanta la producción original y su puesta en escena icónica. Quien vio la obra hace años y vea la versión actual probablemente no note la mayoría de los cambios y sienta que está viendo la misma obra. Nosotros sí sabemos que hemos introducido cientos de ajustes pequeños. Lez Brotherston ha rediseñado todos los decorados, se han renovado muchos trajes y hemos aprovechado los avances técnicos de los últimos treinta años. También soy consciente de cómo ha cambiado el mundo: lo que hacía gracia o se toleraba hace treinta años ya no es lo mismo. Y los bailarines nuevos traen su propia personalidad, como siempre, y eso mantiene todo vivo y fresco.
—¿Qué le supuso que su versión saliera en la película 'Billy Elliot' y qué significó para el espectáculo?
—¡Me enorgullece decir que Billy Elliot es un miembro ficticio de mi compañía! Cinco años después del estreno, aparecer en esa película fue un regalo para la proyección internacional del montaje y de mi trabajo. ¡Estaré siempre agradecido! El cine me ha influido muchísimo en la forma de narrar; a menudo se describen mis espectáculos como cinematográficos. Algunos los comparan con películas mudas: historias contadas con movimiento y expresión, sin palabras… ¡pero con buena música, claro!
«¡Me enorgullece decir que Billy Elliot es un miembro ficticio de mi compañía! Cinco años después del estreno, aparecer en esa película fue un regalo para la proyección internacional del montaje y de mi trabajo»
—Ha hecho versiones de clásicos como 'Cascanueces' o 'La Cenicienta.' ¿Cree que el ballet clásico está pasado de moda o simplemente le apetece contarlo con su propio lenguaje?
—No, en absoluto; el ballet clásico es la base y la inspiración de gran parte de lo que hago, aunque sí creo que a veces podría acomodarse a los tiempos más rápidamente. Algunas puestas en escena o estilos interpretativos nos suenan lejanos, pero con buena dirección, diseño e ideas, los grandes clásicos siguen funcionando de maravilla en el siglo XXI. Mis versiones no pretenden competir con las originales ni criticarlas; hay sitio para todos. Eso sí, treinta años después, apenas hay ballets que muestren relaciones entre personas del mismo sexo. ¡Nuestro 'Lago' sigue siendo de los pocos y una de las obras de danza más vistas de la historia! Que tomen nota las demás compañías…
—¿Cómo cree que ha evolucionado su estilo en los últimos años? ¿Predomina alguna disciplina en sus obras: ballet clásico, danza contemporánea, urbana…?
—Mi trabajo suele tener un fuerte componente narrativo a través de una fusión de estilos de danza que abarca desde el ballet hasta la danza contemporánea, es danza social o histórica. Lo llamo danza-teatro y me veo como un narrador. El público no necesita saber nada de antemano; no me gustan las sinopsis ni los resúmenes en el programa. Solo hay que sentarse, mirar y la historia se desarrollará con claridad ante sus ojos.
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SuscribeteMadrileño. Ingresó en la Redacción de ABC en 1985. Ha pasado por distintas secciones, pero siempre se ha dedicado a la información de música y artes escénicas. Es crítico teatral y de Danza
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