'Lohengrin': los orcos no son socialistas
CRÍTICA DE TEATRO
Katharina Wagner ha querido hacer que los buenos parezcan malos, y viceversa. El resultado es, sorpresa, una producción que no funciona, aunque en lo musical sea notable
Duelo de divas en el 'Lohengrin' del Liceo: tensión entre la bisnieta de Wagner y la soprano protagonista

Crítica de ópera
'Lohengrin'
- Autor Richard Wagner
- Dirección de escena Katharina Wagner
- Dirección musical Josep Pons
- Escenografía Marc Löhrer
- Vestuario Thomas Kaiser
- Dramaturgia Daniel Weber
- Principales intérpretes Klaus Florian Vogt, Miina-Liisa Värelä, Elisabeth Teige, Günther Groissböck, Olafur Sigurdarson, Roman Trekel, Friedrich de Telramund, Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo.
- Lugar Gran Teatro del Liceo, Barcelona
J. R. R. Tolkien soportaba con deportividad las interpretaciones que se hicieron de su saga 'El señor de los anillos': cuando alguien se empeñó en ver en Mordor una alegoría de la URSS, el escritor se limitó a señalar que, de ser cierto ... el argumento, deberíamos convenir que los orcos son socialistas. Lo explicó recientemente el doctor Eduardo Segura en unas interesantísimas charlas en la Fundación Juan March, que aún se pueden disfrutar en la web. Quizás así, con sorna, una sonrisa y algo de condescendencia es como hay que despachar la producción de 'Lohengrin' estrenada en el Liceo con dirección escénica de Katharina Wagner, bisnietísima de su bisabuelísimo. Ha querido la creadora hacer que los buenos parezcan malos, y viceversa. El resultado es, sorpresa, una producción que no funciona, aunque en lo musical sea notable. Empecemos, pues, por lo que importa.
La orquesta del Liceo, dirigida por su titular, Josep Pons, rindió una vez más a un nivel óptimo, aunque al inicio de la función algún momento de desconcierto enturbió la ejecución de las cuerdas. Más que encomiable el trabajo para equilibrar los diferentes planos en los momentos que Wagner escribe para que orquesta, coro y solistas suenen al mismo tiempo. En estos concertantes, especialmente complicados porque K. Wagner sitúa a parte de los solistas en la boca del escenario y a parte al fondo, fue donde el maestro brilló de manera más clara. El coro de la casa, convenientemente reforzado, tuvo una actuación razonablemente correcta.
Entre los solistas destacó el veterano Klaus Florian Vogt, con una voz que mantiene una transparencia y una ligereza que dan a su Lohengrin un aire único, que lo ha convertido ya en una referencia viviente para el papel. A su lado, la Elsa de Elisabeth Teige sonó bella, si bien algo distante, quién sabe si por el lío dramatúrgico perpretado por la familiar del compositor. Excelente la Ortrud de Miina-Liisa Värelä, quien sustituía a la reina wagneriana del Liceo, Iréne Theorin, apartada de la función de estreno por desavenencias, cómo no, con la señora Wagner. Theorin tenía que actuar a partir de la segunda función, pero será como mínimo a partir de la tercera: tras el estreno, el teatro ha anunciado que tampoco se la verá en el escenario este miércoles porque se ha puesto enferma. Okka von der Damerau será la suplente esta vez. Como rey, Günther Groissböck lució unos graves espectaculares, pero también evidente tirantez en los agudos. Sigurdarson sacó bastante brillo al desagradecido papel de Telramund.
Queda para el final, pues, desplumar al cisne. Cisne negro, que no blanco como quería Wagner (bisabuelo), porque se supone que es el remordimiento de Lohengrin y, sobre todo, por capricho de Wagner (bisnieta). La propuesta escénica tiene elementos positivos: una estética pulcra, simbolismo bien trabajado y movimiento escénico eficiente. Ahora bien, lo de convertir a los buenos en malos no se sustenta por ninguna parte. No tiene sentido que Ortrud confiese su malicia mientras conduce al protagonista a un juicio y posterior suicidio que no aparece ni insinuado levemente en la partitura, y mucho menos en el libreto. Podemos apelar a que es una lectura psicológica y simbólica de la partitura, pero es pedirle demasiado al público. Entiéndase: es pedir demasiado a su paciencia, no a su intelecto, que de esto último está perfectamente dotado. Lo demostró con tibios aplausos y desganados abucheos al salir la bisnietísima al escenario al terminar la función.
Decepcionante resultado que ha tenido un coste doble para el teatro: más de 1,2 millones de euros por seis funciones y tener que dejarse pisotear por una directora de escena que no aparece en las ruedas de prensa, ahuyenta cantantes de primer nivel queridas por el público y solamente concede entrevistas por correo electrónico o previa censura del texto resultante. La genética es injusta. Pudiendo heredar de su bisabuelo el talento, tiene que conformarse con su talante.
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