Dolor y sangre de mentira en 'Altsasu'
Crítica de teatro
La propuesta de María Goiricelaya es irregular, reproduce la realidad sin asomo de otra cosa que reportaje, solo a ráfagas resulta intensa
'Los dioses y dios', un humor desmitificador
Escena de 'Altsasu'
Crítica de teatro
'Altsasu'
- Texto y dirección María Goiricelaya
- Escenografía Eider Ibarrondo e Isabel Acosta
- Iluminación David Alkorta
- Vestuario Betitxe Saitua
- Espacio sonoro Ibon Aguirre
- Música Adrián García de los Ojos
- Intérpretes Aitor Borobia, Bagore González, Ane Pikaza y Egoitz Sánchez
Como todo en Sanchis el plan es ambicioso. Se trata de reunir a una serie de creadores de España y Colombia para que escriban y lleven a los escenarios obras sobre ese sufrimiento causado por nuestro presente histórico, sobre las víctimas y su memoria. Junto a Sanchis están, al otro lado del Atlántico, Carlos José Reyes, Carolina Vivas e, incluso, como asesora la gran poeta Piedad Bonnett.
'Altsasu' es uno de los textos incluidos en el proyecto, pero si uno ve obras como 'Solo me acuerdo de eso' de Johan Velandia o 'Lo que esconde la loma' de Cesar Augusto Álvarez, se da cuenta hasta qué punto la propuesta de María Goiricelaya no llega en ningún momento a un grado de excelencia.
'Altsasu' es irregular, ni formalmente ni temáticamente perturba, reproduce la realidad sin asomo de otra cosa que el reportaje, solo a ráfagas resulta intensa. Su juego con los tiempos y con los espacios, tan en la línea del teatro documento, es interesante, pero cuando se asiste a las escenas en sí ( las del bar, las del juicio, las de la cárcel, los monólogos de todos estos seres con sus pérdidas vitales, aplastados por unos acontecimientos que los sobrepasan) uno mueve la cabeza como el que recibe una carta insuficiente de franqueo y solo quiere devolvérsela al cartero.
Lo mismo hay un casticismo vasconavarro, que una crónica sin elevación, la obra quiere ser notarial y equidistante y aburre como la perorata de un subsecretario. Su nivel interpretativo va a más, aunque se ve lastrada por ciertos momentos amateurs, y ya se sabe que sin grandes actores la obra siempre queda como aquel ángel de Walter Benjamin, con las alas enredadas.
Demasiado prolija, uno no sabe al final si el final es otro efectismo más, con esos cuerpos embadurnados de sangre de mentira. Alguien dijo que lo mejor en teatro es no reproducir fielmente la pesadez del mundo, su terror, su violencia, sino hacerlo elevando a las víctimas al nivel de la metáfora o de la alegoría. Eso es lo que falta aquí si no queremos parecernos a esa araña que se pasa el invierno esperando el vuelo de una mosca.
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