'El dios de la juventud': joven laberinto
Crítica de teatro
El Teatro Pavón cierra una etapa con la puesta en escena de la obra de Alma Vidal
El Teatro Pavón celebra su centenario rememorando sus hitos del pasado
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'El dios de la juventud'
- Texto y dirección Alma Vidal
- Escenografía e iluminación Iván López-Ortega
- Música y espacio sonoro Marc Servera
- Coreografía Paula Flanch
- Vestuario Alma Vidal
- Intérpretes Marta Poveda, Antonio Hernández Fimia, Nacho Almeida y Natalia Llorente
- Lugar Teatro Pavón, Madrid
Resulta apabullante ver la actividad que ha desplegado Alma Vidal (2000), que con tan solo 25 años, y únicamente al frente de su propia productora –ha desempeñado distintas funciones en compañías como Ron Lalá–, ha puesto en pie ya una docena de proyectos; ... con tan solo 18 años estrenó en el Teatro Arlequín de Madrid 'Amor' (del que es autora y directora), y desde entonces no ha parado. La función que se presenta ahora en el Teatro Pavón –con el que este espacio cierra etapa– se titula 'El dios de la juventud', también con texto y dirección de la propia Alma Vidal. La obra nace, ha escrito la propia autora, «de la profunda admiración que siento al observar las pequeñas torpezas en la tarea de vivir en mí misma y en aquellos que me rodean».
'El dios de la juventud' es una función laberíntica. Lo es su texto, que enreda las tramas y mezcla creadores y personajes –la obra habla de Gonzalo, un joven que está escribiendo una obra, cuyas escenas también se presentan al público–; lo son sus ideas, lo es su tono, que navega desde la tragedia existencialista y la 'autoficción' hasta la comedia costumbrista e incluso caricaturista; a veces, demasiado como en el uso, con intención pretendidamente cómica de distintos acentos por parte de un personaje.
Y en ese laberinto se asoma una autora de voz sugestiva y atrayente, de prometedores acentos, aunque haya jirones de pesimismo que resultan sorprendentes para una escritora tan joven como es Alma Vidal, que confiesa que «como creadora, aspiro a que el teatro sirva para la autoconsciencia, para la crítica y la reconstrucción». En el debe del texto, también, su excesiva abundancia de ideas, su catarata de pensamientos –dos ejemplos: «vivir, vivimos los jóvenes, el resto sobrevive», o «tu problema no es la mediocridad, es que piensas que el barro es para los demás»– que embarulla en algunos momentos el relato y el trasfondo de la historia que la autora quiere contar. Para ello cuenta con un elenco entregado y eficaz de cuatro actores que se desdobla –sobre todo dos de ellos– en una veintena de personajes, y en el que destaca la sobria elegancia de Marta Poveda.
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