Carlos Núñez Cortés: «Mi etapa en Les Luthiers fueron años maravillosos en los que no le he podido pedir más a la vida»
El exintegrante del grupo argentino, en el que estuvo desde sus orígenes, visita España para presentar su libro 'Memorias de un luthier'
Les Luthiers se despiden: adiós a la inmortalidad
Madrid
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Iniciar sesiónCarlos Núñez Cortés no va a coincidir por unos días con sus excompañeros de Les Luthiers, que llegan esta semana a España para su despedida definitiva de los escenarios. Se encuentra en nuestro país, sí, pero estará en Cantabria descansando unos días. Antes ha ... pasado por Madrid y Barcelona para presentar su libro 'Memorias de un Luthier', que ha editado en España Libros del Kultur. Es, como explica, un recorrido por las obras de Johann Sebastian Matropiero a través de sus recuerdos, una memoria de los cincuenta años en que estuvo en el grupo.
¿Cómo es la vida fuera de Les Luthiers?
El psicoanalista me lo advirtió el día que le dije que estaba absolutamente decidido a dejar de trabajar, que estaba cansado y necesitaba ocuparme de otras cosas. «Vas a soñar todas las noches un sueño recurrente: estarás en el camarín, vendrán a buscarte para la actuación y estarás sin los zapatos, sin la pajarita… Y te va a agarrar angustia. Eso se va a repetir durante mucho tiempo hasta que un día, mágicamente, desaparecerá». Han transcurrido casi seis años y me sigue pasando… Lo que he vivido en estos más de cincuenta años es muy intenso; fueron años maravillosos en los que no le he podido pedir más a la vida. Estoy muy satisfecho de todo lo que he vivido, lo que he producido, dónde he estado y en lo que me he convertido.
Pero no se arrepiente de la decisión que tomó.
De ninguna manera. Lo que siempre sentía es que no me quería arrepentir de seguir trabajando, y menos con cincuenta años de carrera detrás. Y cuando me empezaron a doler las lumbares, pensé que el precio por seguir en el escenario iba a ser muy costoso. Y les plantée a mis compañeros una idea loca que se me había ocurrido. El 4 de septiembre de 2017 se cumplían nuestras bodas oro; las de los cinco, lo que nosotros llamamos el 'Dream Team'; y un par de años antes de esta fecha reuní a mis compañeros y les propuse hacer una despedida a lo grande. «Borges dice que los hombres hacen planes como si fueran inmortales, pero no lo somos. ¿Qué tal si nos despedimos del público con un gran recital en el Obelisco de la Avenida 9 de julio, con entrada libre y gratuita, y que sea el mismo público el que decida lo que quiere oír y lo que quiere ver». Me miraron como un orate, me dijeron si estaba loco, que estábamos en la cresta de carrera. No, no, de ninguna manera, queremos seguir. Y me quedé solo con la idea. Pero aunque yo quería seguir trabajando, consideraba que había llegado el momento de dejarlo, había llegado al límite. Y así se lo dije a ellos. Les dije que a mediados de 2017 iba a bajarme del escenario… No a dejar el grupo, yo seguiré siendo un Luthier toda la vida, hasta que me muera.
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¿Y mantiene relación con Jorge Maronna y Carlos López Puccio?
Sí. Aunque ha tenido altibajos. Yo dije adiós a Les Luthiers el 29 de septiembre de 2017 en ese escenario bellísimo que es el Teatro Romano de Mérida, un par de semanas antes de recibir el premio Princesa de Asturias. Tenía en aquella última función la mayor cantidad de invitados que tuve nunca; había cincuenta invitados que habían venido de España, claro, de Brasil, Estados Unidos. Al terminar el espectáculo, y cuando estábamos saliendo, Marcos Mundstock me frenó y me abrazó delante de todo el mundo mientras los demás hacían mutis. Me enfrentó al público y me señaló. En ese momento López Puccio retrocedió, me agarró y me dijo: «Te voy a extrañar mucho, imbécil». Palabras textuales. Y después nos fuimos yendo, imáginese lo emocionado que yo estaba. Además, yo sabía que ya terminaba, porque habíamos hecho el bis. Sabía que el público no iba a vernos juntos más; y fue una despedida muy intensa y muy cariñosa con mis compañeros. A partir de ahí empezó un interregno medio complicado, medio raro. A Marcos se le declaró un glioma maligno en el cerebro irreversible. Pero seguía trabajando; iba en silla de ruedas, hablaba con dificultad, tenía mal manejo de la agresión: saltaba por cualquier cosa. Cayó en cama, cuidados paliativos, y en 2020 se murió. Yo entonces miré al grupo; estaban Puccio y Jorge solos. Nos reunimos y me dijeron -lo recuerdo perfectamente todavía- que Les Luthiers era, más que un grupo o un espectáculo, una idea. Pensé nuevamente en Borges: no hay caso, no pueden eliminar la evidencia. Somos muy viejitos, les dije, no podemos seguir. Y me dijeron: bueno, si ponemos a algunos covers, les enseñamos a tocar los instrumentos informales… Les dije que hicieran lo que quisieran, firmé todas las autorizaciones que necesitaban dándoles todo el derecho de la marca, de los instrumentos, las partituras… Y añadí: sigan y vean qué pasa, pero a mí este grupo ya no me representa. Ellos tenían la necesidad de seguir trabajando, pero yo no entendía que un grupo como Les Luthiers siguiera con solo dos de sus cinco elementos y con otras personas que no escribieron ni una letra ni una corchea, y que habían entrado para hacer de nosotros. Yo sentí que se desvirtuaba; no me representaba, y así se lo hice saber. Tuve algunas charlas, muy correctas, con ellos, pero insistían en que querían continuar. Y en enero de 2023, hace cinco meses, aparece un aviso de prensa en todos los periódicos de Argentina en el que Carlos López Puccio y Jorge Maronna comunicaban al público que se retiraban de los escenarios y que se disolvía el grupo. Yo sentí alivio. Y lo expresé en el libro 'Memorias de un luthier', que recoge cincuenta años de historia.
El libro es una historia del grupo a través de sus recuerdos. Ahora se edita en España pero en Argentina se publicó en 2017.
Sí, el libro allí se agotó y no quisieron reeditarlo. Entonces se cruzó, no sé cómo, Julián Viñuales, editor de Libros del Kultrum, y me dijo que quería publicar el libro… Y aquí estamos. Estoy feliz, viajando con la 'patrona' -mi señora- y lo primero que se nos cruza siempre es venir a España. Lo hacemos casi todos los años. No puedo dejar de venir… Mi abuelito salió de acá, de Murcia, así que algo me llevé.
¿Cuándo empezó a escribir el libro?
Mis primeras notas son de hace cincuenta años. Me di cuenta enseguida de que Les Luthiers era un grupo especial. Después lo que tuve que hacer fue tirar papeles y forzar la síntesis del pasado para que fuera más entretenido. Pero es la síntesis de mis bodas de oro con Les Luthiers.
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Esta es la pregunta del millón: ¿por qué cree que Les Luthiers tuvo esa conexión tan directa con el público?
Mi teoría es que el grupo irrumpió en un momento en que había un hueco en el humor verbal mezclado con el musical… Nosotros hemos bebido de Muñoz Seca, de Jardiel Poncela, de Fernández Flórez… De todos estos grandes, enormes, inmensos literatos del humor español, con una categoría y un manejo de la ironía y de los juegos de palabra extraordinarios. En Buenos Aires había cincuenta o sesenta años atrás un caldo de cultivo literario tan hermoso, tan lindo… Era la época de Cortázar, de García Márquez y de tantos otros. Y de pronto coincidimos en un coro de Ingeniería un grupo de muchachos, todos estudiantes universitarios y con cierto bagaje, y con una marca de ADN maternal y paternal como solo los argentinos tenemos. Yo soy descendiente de españoles y turcos, mi mujer de italianos y polacos… Y cada uno de nosotros traía cosas de sus lugares, y nos unía una sola cosa: la música. ¡Y qué música! Los madrigales de Palestrina, las Pasiones de Bach… Con esta sensibilidad cantábamos en ese coro de Ingeniería y a todos nos encantaba la 'joda', el chiste y el doble sentido… Pero con un nivel acorde al lugar en el que estábamos, no el del vestuario de un equipo de fútbol. Así se empezó a crear un grupo en torno a Gerardo Massana: él nos propuso hacer una ópera en broma; nos habló de 'Il figlio del pirata', que dicho sea de paso es de un español. Y el grupo empezó con ese molde y con un nivel muy alto; los chistes los disfrutábamos los universitarios y los que conocíamos los salmos de Palestrina. Solo queríamos ser una estudiantina para consumir dentro de la facultad. Hasta que alguien propuso que intentáramos despegarnos. Le dijimos que estaba loco, que quién iba a consumir eso. Y nos llevamos la gran sorpresa. Porque al principio venían veinte personas, treinta, cien… Y no nos lo podíamos creer. Trabajábamos una noche por semana en algún 'café-concert'. Y de pronto la gente empezó a aprender con nosotros: empezó a reírse de la cultura, no del 'slapstick'. Lo que siguió, creo, fue una especie de agradecimiento. La gente se daba cuenta de que se podría reír de cosas distintas, de que se podía mezclar un 'carnavalito' del Norte argentino con el Barroco veneciano de 1600.
El suyo siempre ha sido un humor universal...
Por lo que he dicho anteriormente. En Buenos Aires tuvimos la suerte, bendita ciudad, de que se consumía de todo. Uno iba al teatro o al cine y antes se ofrecía un número en el que alguien cantaba un par de canciones de Maurice Chevalier, o una canzonetta italiana. El porteño consumía de todo, y por tanto llegaba a la ciudad de todo. La bossa nova se empezó a escuchar en Buenos Aires casi antes que en Brasil. Vinicius de Moraes, Milton do Nascimento, Baden Powell, Antonio Carlos Jobim, qué sé yo, creaban algo, y a la semana ya estaba en Buenos Aires. Y con todo eso nosotros hacíamos una parodia. De 'bossa nova' a 'bossa nostra'.
¿Y cuándo nacen los instrumentos informales?
Con Gerardo Massana, que es el papá de Les Luthiers. Tenía cinco años más que Marcos y que yo, que éramos los mayores del grupo. Gerardo era un espíritu increíble, tal vez una de las personas que yo más admiro; es un referente. Lo miraba y pensaba que quería ser como él. Él tuvo la idea primigenia de hacer 'Il figlio del pirata', cuya partitura había encontrado en el baúl de su abuelo, catalán. Vino con la partitura a un ensayo del coro de ingeniería y preguntó quién se apuntaba a hacerla. Yo levanté el brazo, luego lo hizo Marcos, también Daniel. Les Luthiers. Creamos una estudiantina y en una cena el Día del estudiante, el 21 de septiembre, salimos con trajes cosidos la noche anterior. Al año siguiente, Gerardo nos propuso para esa misma celebración hacer una parodia de la 'Pasión según San Mateo', de Bach. Tomó los ocho primeros compases de la partitura y los continuó sustituyendo el texto bíblico por el del prospecto de un medicamento. Primero pensó en una vitamina, Redoxón, pero un médico que estaba en el coro, Mario Brodsky, le sugirió que redoblara la apuesta. ¿Y cómo? Con el prospecto de un laxante. Le dio el de un producto que se llamaba Modatón (luego tuvimos que llamarlo Laxatón, porque no podíamos usar Modatón). Gerardo se enamoró del texto, y empezó a escribir una pieza para canto y piano al estilo de la 'Pasión'. Se dio cuenta de que necesitaba algo más. Y era que teníamos que tocar instrumentos inventados, tiene que ser todo original. Gerardo habló con todo el coro y dijo que iba a hacer aquel proyecto, y que el que quisiera participar no solamente iba a tener que cantar sino que iba a tener que construirse un instrumento. Yo construí el tubófono, que está hecho con tubos de ensayo de laboratorio, y Gerardo el bass-pippe a vara, una tuba con ruedas que se convirtió prácticamente en un símbolo porque era una cosa bellísima. ¿Cómo no va a ser él el factotum, el que encendió la chispa?
Usted es músico… Ahora que está fuera de Les Luthiers, ¿está desarrollando esta faceta componiendo o tocando?
No, yo colmé mis aspiraciones como compositor con todos los proyectos que hice con Les Luthiers. Porque me permitieron hacer cualquier cosa… Les Luthiers eran una maravilla en ese sentido, porque uno podía ir con cualquier locura y hacerla. Habíamos creado una ley que decía que nadie podía oponerse a lo que trajera un compañero. Y eso que trajera tenía derecho a presentarla una noche ante el público; y después hablábamos todos. Y yo hice todo lo que se me ocurrió; cuando escribí el 'Teorema de Tales', Marcos se volvió loco. Después escribí el 'Concerto Grosso a la Rústica', en el que mezclé el barroco veneciano con el carnavalito del norte de Argentina. Después Listo. Y así, después se me ocurrió cantar al estilo de los Mills Brothers el 'Lazy Daisy', y formar un trío con capas, bastones y sombreros de copa… Todas esas cosas me llevaron mucho trabajo. Y me falta lo mejor, y disculpe que lo haya dejado para el final… ¡Escribí una zarzuela! Si mi abuelo estuviera vivo, se moría. Copié un poco de 'Doña Francisquita', otro poco de 'La del Soto del Parral', de 'Las bodas de Luis Alonso'. Las escuché todas y escribí mi zarzuela, 'La maja del bergantín'. Con eso quiero decirle que toda esa fuerza, esa 'libido musical' que yo tenía dentro la pude depositar en Les Luthiers. Así que después de cincuenta años, siento que estoy satisfecho con todo lo que he hecho. Solo me queda una cosa; todas las tardes, cuando ha caído el sol y he dado de comer a todos los perros, me siento en mi piano Stenway and Sons y toco a Chopin: los preludios, los valses, la 'Fantasía Impromptu', y disfuto como loco. Y después de Chopin, toco a Antonio Carlos Jobim…
¿Por qué Chopin y no otro compositor?
-Es el dios de los pianistas; todo lo que hizo fue música para piano, la orquesta no era su fuerte. Pero Chopin es 'el' pianista. Y mi segundo fetiche es Bach, que es más cerebral.
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