'La cabeza del dragón': un Valle-Inclán festivo y crítico
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'La cabeza del dragón'
- Texto Ramón María del Valle-Inclán
- Dirección Lucía Miranda
- Escenografía Alessio Meloni
- Iluminación Pedro Yagüe
- Vestuario Anna Tusell
- Dirección musical y composición Nacho Bilbao
- Intérpretes Francesc Aparicio, Ares B. Fernández, Carmen Escudero, María Gálvez, Carlos González, Marina Moltó, Juan Paños, Chelís Quinzá, Marta Ruiz, Víctor Sáinz Ramírez y Clara Sans. José Sacristán (voz en off)
- Lugar Teatro María Guerrero, Madrid
Lucía Miranda homenajea el teatro de Valle-Inclán en una obra festiva, mágica, llena de humor y con un atractivo repertorio musical. Por eso, a golpe de flamenco, de coplas, de temas pop o de romances de ciego monta esta historia de títeres ... escrita para niños y la convierte en una obra crítica y política, en una reflexión sobre el andamiaje de eso que llamamos el presente. Los dardos de Valle y de Miranda van dirigidos hacia aquellos que actúan contra nuestra inocencia social a base de autoritarismo, corrupción, fuerza y tradicionalismo. Su arma cargada de futuro va dirigida, sin duda, al centro mismo del sistema, donde políticos, monarcas y falsificadores hacen una farsa de la España de siempre, de la España de hoy.
La historia de la huida hacia la libertad del príncipe Valdemar se convierte también en un ‘bildungsroman’, en un relato de formación narrado por el propio Valle-Inclán, donde la pregunta qué debemos conservar del pasado y cómo debemos construir el futuro tiene tanto una indudable carga moral como una indudable carga estética. Frente a las pinturas negras de ‘Luces de Bohemia’, Valle y Miranda desarrollan una especie de carnaval del color, una mirada que se contagia del cinematógrafo y de los títeres vistos en toda su dimensión y su opulencia.
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Julio BravoLucía Miranda dirige 'La cabeza del dragón', una pieza escrita por el autor gallego en 1910 para el Teatro de Niños que dirigía Jacinto Benavente
Espectacular en todos y cada uno de los elementos escenográficos, Miranda propone un espacio escénico expandido que se derrama a los palcos y al patio de butacas para construir otra vez un espectáculo donde lo comunitario es el fin último del hecho teatral. La indudable potencia visual viene a subrayar algo muy propio del teatro de Valle: su dimensión poética, su carácter también de poema dramático atravesado por elementos fantásticos que insiste una y otra vez en sus notas de humor. De especial relevancia me parece la interpretación que llevan a cabo este elenco de actrices y actores tan jóvenes, que no dejan en ningún momento que la obra decaiga. El texto de Valle sufre hoy de cierto acartonamiento, pero Lucía Miranda, a pesar del mucho tumulto, de cierta confusión, lleva a cabo un trabajo valiente, lleno de talento, fresco y muy sagaz. Un trabajo tan libre como respetuoso, tan alocado como exacto, donde la ligereza no está reñida con la visión más crítica. Ya dijo Carlos Fuentes que para crear hay que ser conscientes de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones estamos obligados a crear algo nuevo.
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