'La bayadera', las luces de un ballet envuelto en sombras

Ambientada en una India imaginaria y milenaria, siguiendo las corrientes exóticas de la época en que vio la luz -se estrenó en San Petersburgo en 1877, de la mano de los legendarios Marius Petipa y Ludwig Minkus-, 'La bayadera' cuenta una historia de amor, traición, desengaño, cobardía, poder y lucha de clases. Ingredientes que sumados a ese ambiente oriental explican su atractivo.

La versión de Patrice Bart, que fue asistente de Rudolf Nureyev cuando montó esta obra en la Ópera de París -en el que sería su último trabajo, pocos meses antes de su muerte- acentúa los elementos narrativos que expone con claridad, y pone a su servicio la mímica, lastre tantas veces para los títulos del ballet clásico. Es además rica en movimientos, con momentos endiabladamente complicados para los bailarines -hay una escena al final del primer acto que se asemeja más a una vertiginosa danza 'freestyle' que al ballet clásico-. El artista japonés Tomio Mohri es el autor de la rica escenografía y del apabullante vestuario, todo un despliegue de colores, formas y texturas.

Aunque 'La bayadera' cuenta con un terceto de protagonistas, la medida de la calidad de cualquier producción de esta obra está en el 'Reino de las sombras', piedra de toque para el cuerpo de baile femenino. La entrada de las 24 sombras es un momento verdaderamente mágico, y salvo algún desajuste, las bailarinas del Ballet de la Ópera de Múnich estuvieron a la altura de esa delicada y conmovedora escena. De los solistas, destacó la solvente Nikiya de Madison Young, la segunda sombra de Margarita Fernandes y Antonio Casalinho en el breve pero comprometido Ídolo Dorado.