'Bartleby': el escritorio abierto de Melville
CRÍTICA DE TEATRO
Con todos los focos sobre sí, un amplio escritorio y legajos, el narrador soporta los caracteres tornadizos de sus subalternos y transita de la perplejidad que le producen las negativas de Bartleby hacia una compasión por el escribiente que se niega a obedecer las órdenes
Herman Melville: los otros libros imprescindibles del autor de Moby Dick

Crítica de teatro
'Bartleby'
- Autoría Herman Melville
- Adaptación y dirección Llàtzer Garcia a partir de la traducción de Carme Camacho
- Escenografía y vestuario Sebastià Brosa
- Iluminación Laura Clos 'Closca'
- Espacio sonoro Guillem Rodríguez
- Intérprete Albert Prat
- Lugar La Beckett, Barcelona
'Bartleby el escribiente', de Herman Melville, es, como 'Moby Dick', un ejemplo de lo que Umberto Eco denominó «obra abierta». Desde su publicación hace siglo y medio, depara las más diversas interpretaciones. El pertinaz «preferiría no hacerlo» del escribiente en un ... despacho de Wall Street podría transmitir el nihilismo de quien no cree en nada ni teme nada; la alienación del proletario en el capitalismo al ejercer tareas que nada le aportan; la soledad existencial; los desarreglos mentales; o la literatura del no que Enrique Vila-Matas categorizó en su celebrada novela 'Bartleby y compañía'.
No es la primera vez que la 'nouvelle' de Melville se lleva a los escenarios. En 1989 José Sanchis Sinisterra la puso en la Sala Beckett. Y es en la Beckett donde Llàtzer García la vuelve a representar. Con una diferencia: en lugar de los dos personajes de la versión original ha decidido que sea solo un actor -Albert Prat- el que encarne al abogado. Con todos los focos sobre sí, un amplio escritorio y legajos, el narrador soporta los caracteres tornadizos de sus subalternos y transita de la perplejidad que le producen las negativas de Bartleby hacia una compasión por el escribiente que se niega a obedecer las órdenes. Prat marca la tonalidad de ese extraño que prefiere no obedecerle y verbaliza el desasosiego del superior que se ve incapaz de responder a una rebeldía no violenta. Ya que estamos ante un texto abonado a la polisemia, diremos que el director de este montaje ha dejado de lado las interpretaciones kafkianas (Melville, precursor del teatro del absurdo) o marxistas (Bartleby, embajador de la lucha de clases) para apostar por la humanidad.
El abogado que dramatiza Albert Prat transita de la inquina hacia el subalterno rebelde a la preocupación por la aciaga suerte de una existencia en soledad: antes de trabajar para él, Bartleby estuvo encargado de un departamento de «cartas muertas», aquellas que no llegan a ninguna parte. La «carta» que Melville envió allá por 1853 cuando imaginó el personaje del enigmático escribiente se mantiene viva y perturbadora: sirva de prueba que al acabar la función de la Beckett seguimos dándole vueltas a su mensaje.
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