Arabella, por fin en Madrid
CRÍTICA DE OPERA
Sara Jakubiak es la Arabella perfecta. Es la suya una voz llena de colores y metales preciosos, voz de ave del paraíso
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Arabella
- Música: Richard Strauss. Libreto: Hugo von Hofmannsthal. Director musical: David Afkham. Director de escena: Christof Loy. Escenografía y figurines: Herbert Murauer. Iluminación: Reinhard Traub. Coreografía: Thomas Wilhelm. Principales intérpretes: Sara Jakubiak, Sarah Defrise, Martin Winkler, Anne Sofie von Otter, Josef Wagner, Matthew Newlin, Dean Power, Roger Smeets, Tyler Zimmerman, Elena Sancho Pereg. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Lugar: Teatro Real, Madrid andrés ibáñez .
Noche de estreno en el Teatro Real. Una noche más, pero a pesar de todo uno siente la emoción de ser Lucien Rubempré en su primera ópera y estar viviendo un gran momento. ¡El estreno de Arabella en Madrid después de 90 años! Entramos. En ... escena, una gran caja blanca. ¿Será este uno de esos montajes 'comunistas', como los definió una vez un anónimo compañero de butaca? Pero los paneles del fondo se abren, se deslizan, y van revelando habitaciones, salones de baile, pasillos de hotel. Sobre todo 'no lugares': vestíbulos, descansillos, salas intermedias, vestidores, cuartos de baño, como buscando los rincones aparentemente intermedios de la vida, de la mente. En esto el escenógrafo Herbert Murauer es curiosamente fiel al espíritu del libreto, que marca obsesivamente los lugares donde se desarrollan las escenas, especialmente las escaleras del tercer acto, en el foyer del hotel donde vive la familia de Arabella. Un vestíbulo de hotel, también un 'no lugar'. Una escalinata: un lugar de paso. Un teatro.
Comienza la ópera: Adelaide, la madre de Arabella, consulta a la pitonisa. Es nada menos que Anne Sofie Von Otter. Siempre ha tenido un gran sentido del humor en escena, aunque su voz, claro está, ya no es lo que fue. Sarah Defrise, Zdenka, la hermana vestida de chico, y uno de los personajes más conmovedores e interesantes de la ópera, tiene una voz muy fina, muy ligera, profundamente lírica en el registro agudo, que se funde maravillosamente con la de su hermana en el célebre dúo. Pero la música se abre entonces, algo parece remansarse en la luz del aire, suena el oboe que asociamos con la protagonista y aparece Arabella, Sara Jakubiak. La vemos y pensamos que es la Arabella perfecta. Pero cuando comienza a cantar parece todavía más, la Arabella definitiva. Es la suya una voz llena de colores y metales preciosos, voz de ave del paraíso. Es la primera vez que canta esta ópera y se ha apoderado de ella como si fuera el papel de su vida. Colores y metales preciosos de la soprano dramática que será, quizá, algún día, cuando la oigamos cantar Isolde. Mandryka también está muy bien, porque este es un reparto de oro, uno más a los que nos está malacostumbrando el Real (¿vieron La sonnambula?), pero no tiene tantos matices. Matteo, un resplandeciente Matthew Newlin, uno de los raros tenores verdaderamente líricos de Strauss. Martin Winkler un bajo poderoso y un gran actor cómico. Espectacular Elena Sancho Pereg en el papel de Fiakermilli, soprano coloratura. Lástima que Strauss pusiera aquí mucha coloratura pero poca sustancia.
Sí, no cabe duda de que esta es una gran noche. ¿Qué decir de David Afkham y la maravillosa respuesta que obtiene de la orquesta titular del Real? Todos los embrujos orquestales de Strauss surgen del foso con una iridiscencia casi difícil de creer. Arabella tiene una apariencia ligera y melodiosa, casi de opereta, pero esta es una partitura muy difícil que requiere un virtuosismo absoluto tanto de instrumentistas como de cantantes.
Hay algo diferente en las óperas de Strauss: son experiencias estéticas complejas, adultas, inteligentes, emocionantes. La dirección de escena Christof Loy, que ya nos maravilló con Capriccio hace tres temporadas, es perfecta. Zdenka sale de la habitación donde acaba de entregarse, en la oscuridad, al hombre que ama. ¿Cómo está? ¿Feliz, avergonzada, dolorida? Es raro ver en la ópera momentos tan íntimos, tan verdaderos. Arabella describe con realismo, casi con crueldad, lo difícil que resulta ser una mujer en Viena en 1860. Quizá en todos los lugares y en todas las épocas.
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