'Arabella' llega al Teatro Real noventa años después de su estreno
El coliseo madrileño presenta la ópera de Richard Strauss con dirección musical de David Afkham y dirección escénica de Christof Loy
Sara Jakubiak, en 'Arabella'
Han pasado casi noventa años del estreno en la ciudad alemana de Dresde de la ópera 'Arabella', la sexta y última que escribieron juntos el compositor Richard Strauss y el dramaturgo Hugo von Hofmannsthal (de la dupla surgieron también títulos como 'Elektra', ' ... Ariadne auf Naxos' o 'Die Frau ohne Schatten'). Y ha habido que esperar nueve décadas para ver en Madrid este título -sí se ha visto en Barcelona, donde se presentó por vez primera en 1962-; no es extraño que Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, hable de «acontecimiento mayúsculo» (un término, por otra parte, que él mismo reconoce que emplea mucho).
La producción -que se verá del 24 de enero al 12 de febrero- cuenta con la dirección musical de David Afkham, el director de la Orquesta Nacional de España, y la dirección escénica de Christof Loy, que ha firmado ya en el Teatro Real cuatro aplaudidos montajes, dos de ellos de óperas de Strauss: 'Ariadne auf Naxos' y 'Capriccio', a los que hay que sumar 'Lulu' y 'Rusalka'. El reparto lo encabezan la soprano Sara Jakubiak y el barítono Josef Wagner como Arabella y Mandryka respectivamente; los acompañan Sarah Defrise, Martin Winkler, Anne Sofie von Otter, Matthew Newlin, Dean Power, Roger Smeets, Tiler Zimmerman, Elena Sancho Pereg, Barbara Zechmeister, José Manuel Montero, Benjamin Werth, Niall Fallon y Hanno Jusek.
'Arabella' -calificada como 'comedia', aunque Matabosch la califica de «comedia triste»- cuenta la historia de un noble empobrecido por el juego y el despilfarro, que para salvar a su familia de la ruina ofrece la mano de su hija mayor, Arabella. «A Richard Strauss le gustaban las historias de familias disfuncionales -explica Christof Loy-; en 'Arabella' habla, a través de esta familia arruinada, de una sociedad en crisis y en declive». Para contarla, dice el director de escena alemán, se sitúa en dos planos; un realismo casi cinematográfico, expresado a través de la escenografía, y otro más psicológico, «como si fueran primeros planos de los personajes en los que nos olvidamos del entorno. No se puede separar -continúa- a los individuos de la sociedad en la que viven, y esta puesta en escena no lo hace».
Lo que tampoco se puede separar, dice David Afkham, es la partitura del libreto. «Musicalmente, la obra se entiende desde el texto. Puede parecer un puzle. Es diferente de títulos como 'Elektra' o 'Salome', que son un bloque musical en sí mismos; la llave para entender 'Arabella' está en el libro. Hay 'leitmotivs', danzas, y miles de detalles y elementos que remiten a él: pasajes irónicos y grotescos que la música describe de una manera muy sutil; valses que suenan pero para dibujar la memoria de otro tiempo al que se dice adiós».
Hay óperas, aporta Matabosch, que se pueden planear desde el papel, pero «'Arabella' ha de construirse necesariamente durante el proceso de ensayos -de hecho, los de esta producción han sido más largos de lo habitual, ya que comenzaron el 4 de diciembre-; se ha hecho como los montajes de las buenas obras de texto. Es casi más importante la relación entre los personajes que las individualidades».
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Incluso en el tratamiento vocal de los personajes quiso Strauss crear símbolos, dice Joan Matabosch. Hay un personaje, Zdenka, hermana de la protagonista, a la que su familia quiere hacer pasar por chico; «no puede ni plantearse -dice el director del Real-, en la competitiva sociedad vienesa, educar y poner en el mercado de jóvenes casaderas a dos hijas, con todo lo que implica en gastos de vestidos, joyas, perfumes y galas». Pero Strauss no emplea, sigue, a una mezzo como en otras obras suyas, «sino que el compositor le asigna una tesitura de soprano aguda, más aguda todavía que la de su hermana, con notas que parecen protestar a cada momento contra esos pantalones que le hacen llevar».