La ópera más pequeña

La idea nació en Nueva York hace veinte años. El Teatro Real y la Fundación SaludArte la trajeron a España y ahora los teatros del Canal han dado una vuelta de tuerca a la iniciativa. La diferencia es que en esta ocasión el proyecto no se ha limitado a las aulas de colegios específicos —así lo tiene organizado el Real—, sino que la convocatoria fue abierta y los niños fueron elegidos mediante un sorteo.

Se trata de que los niños, con edades comprendidas entre 7 y 12 años, fueran los protagonistas absolutos del proceso creativo de una ópera; desde la creación del libreto y la música hasta su puesta en escena final. Para ello han estado trabajando, con la coordinación y apoyo de un grupo de adultos, las mañanas de los sábados desde el mes de octubre, y el resultado se podrá ver en los teatros del Canal la primera o segunda semana de junio.

Tras la elección de los niños, el primer paso fue distribuirlos en las distintas «profesiones» (así lo denominan ellos). Tras una charla orientativa —contaban ayer Elisa, otra de las participantes—, cada uno de los niños tuvo que escribir una carta de presentación y elegir tres de los grupos en los que le gustaría participar —los músicos, preferentemente, debían tener conocimiento de solfeo y tocar algún instrumento—. Así, los niños se dividieron en nueve profesiones: cuatro escenógrafos, cinco intérpretes, cuatro en vestuario y maquillaje, tres técnicos, tres escritores, cinco compositores, un director de escena, tres relaciones públicas y un director de producción.

Se eligió el nombre de la compañía, Ópera Junior, y se decidió por asamblea democrática el tema sobre el que giraría la ópera: Timos y robos. También la trama general, que se desarrolla en un hotel de cinco estrellas, donde opera una peculiar banda de ladrones a la que una niña quiere pertenecer. A partir de ahí, cada grupo empezó a trabajar en un espectáculo que tendrá una duración aproximada de una hora. Lo han hecho todo ellos, desde el cartel del espectáculo hasta el dossier de prensa, así como el diseño de iluminación.

Alejandro, hijo del actor Antonio Molero, es el director de producción. Su desparpajo es similar a su aspecto responsable y su seguridad a la hora de dar órdenes. «Mi labor es coordinar a todos —dice con seriedad— y conseguir que todos trabajen en equipo. Es difícil, pero me gusta». Alejandro es quien mejor conoce el punto en el que se encuentra el proceso creativo de cada grupo, y así se lo explicaba ayer a Concha Guerra, viceconsejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, y a Jorge Culla, intendente de los teatros del Canal, durante la primera presentación pública del proyecto.

La jornada de trabajo de los veintinueve niños comienza a las diez de la mañana de cada sábado en los teatros del Canal. Hay primero una charla conjunta y después cada grupo se pone a la tarea. Unos dependen de los otros, porque si los escritores no terminan a las canciones no se les puede poner música, y los intérpretes no se las pueden aprender, pero cada grupo va avanzando en la labor que se le ha encomendado. A falta de texto definitivo, el director de escena, Óscar, va trabajando con los intérpretes el carácter de los personajes y las líneas maestras de lo que será la historia. El entusiasmo de los niños es evidente, y su dedicación al proyecto extraordinaria. Al final de la jornada, Alejandro recorre las aulas donde cada uno de los grupos trabaja para convocarlos a la asamblea en la que se expone lo que se ha avanzado y donde se pone fin a una nueva jornada.