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Una zarzuela centenaria para seis mil adolescentes

Éxito de la producción de «Agua, azucarillos y aguardiente» incluida en el Proyecto Zarza del coliseo

Una escena de «Agua, azucarillos y aguardiente» Javier del Real
Julio Bravo

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Tiene motivos Daniel Bianco , director del Teatro de la Zarzuela, para sentirse satisfecho por el resultado del Proyecto Zarza , la «niña bonita» de su proyecto, y que puso en marcha hace cuatro años con tanto convencimiento como dudas. Llevar la zarzuela -un género sobre el que ha caído el polvo del tiempo y de los prejuicios- al público juvenil no es tarea fácil.

Han concluído las funciones de « Agua, azucarillos y aguardiente », cuarto título del proyecto -tras «La revoltosa», «El dúo de La Africana» y «La verbena de La Paloma»- y los números le dan la razón: en las nueve funciones escolares ofrecidas en cinco días, según informa la propia Zarzuela, asistieron al teatro 5.891 jóvenes estudiantes de entre 12 y 18 años, y participaron igualmente más de 300 docentes de 83 centros educativos. A ellos se suman las 2.490 personas que llenaron el teatro en las dos funciones abiertas al público general.

«Agua, azucarillos y aguardiente», subtitulada «pasillo veraniego en un acto», es uno de los títulos más populares del género chico. Se estrenó en el Teatro Apolo el 23 de junio de 1897 . Dos tramas cruzadas, la amistad deteriorada de dos «aguadoras» y los apuros económicos de una cursi aspirante a poetisa y su madre, que aspira a resolverlos con la ayuda del novio de la primera, forman la columa vertebral de la zarzuela; pero son dos números musicales de los «tipos» que deambulan por ese pasillo veraniego los que, fundamentalmente, dan popularidad a la obra: el « Coro de barquilleros » y el « Coro de niñeras ».

Amelia Ochandiano es la responsable escénica de «Agua, azucarillos y aguardiente»; para ello ha contado con una versión de Nando López . No hay actualización, aunque se parte de una joven actual que recuerda la historia de su bisabuela. La puesta en escena es rigurosa y posee frescura; se apoya en una contagiosa y dinámica coreografía de Amaya Galeote , un divertido y desacomplejado vestuario de Gabriela Salaberri , una despampanante escenografía y unas evocadoras luces de Juan Gómez Cornejo .

La energía de los intérpretes hace el resto. Son diecisiete jóvenes actores-bailarines-cantantes (más los nueve músicos, dirigidos por Óliver Díaz ) que convierten la escena en un carrusel constante de naturalidad (algo difícil de encontrar en este género), brío y dinamismo, que contagia a los siempre difíciles espectadores adolescentes. Entre ellos destacan los trabajos de Cielo Ferrández y Sylvia Parejo .

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