Vientos huracanados
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Iniciar sesiónAl teatro español -a cualquier teatro y a cualquier sociedad, en realidad- le viene bien un soplo de aire fresco, que es lo que traen Nao Albet y Marcel Borràs. A decir verdad, es mucho más que un soplo; es un viento huracanado. Los dos ... actores-directores-dramaturgos provocaron un shock con su anterior propuesta, 'Mammón', una delirante fantasía en la mostraban talento, destreza, imaginación, descaro y desvergüenza, elementos que, combinados, conformaban un cóctel escénico explosivo.
Con 'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach' (no lo busquen en ningún mapa), esta irreverente pareja ha dado un paso adelante (estoy seguro de que, si hace tan solo dos o tres años, les dicen que van a estrenar en el Teatro María Guerrero, les hubiera parecido como poco una quimera lejana, cuando no imposible.
Pero sí, su obra -estrenada, aunque con diferencias, en el Teatre Nacional de Catalunya- se presenta en el María Guerrero, y es, de algún modo, la 'bendición' institucional a un teatro que sigue siendo 'alternativo' en su espíritu -aunque sería hora ya de ir enterrando ese epíteto (desgraciadamente, lo que se conoce como teatro alternativo es más bien 'teatro precario, pero esa es otra historia).
'Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach' cuenta una historia disparatada, surrealista, absurda, loca, pero tremendamente divertida. Durante las dos horas que dura el espectáculo, los autores llevan al público a un viaje trepidante por situaciones inverosímiles, delirantes, con giros inesperados y magníficos hallazgos escénicos (hay que aplaudir sin reservas la compleja, impactante y hábil escenografía de José Novoa) y dramatúrgicos; todo ello destilado en una sátira vitriólica sobre el viejo y el nuevo teatro, sobre lo clásico y lo contemporáneo, incluso sobre la verdad y la mentira. Sin moralinas, lo que es de agradecer. Solo una pega: el final, en el que se presenta una sorpresa, resulta, desde mi punto de vista, innecesario. Sin querer desvelarlo ni hacer spoiler, rompe el clímax ascendente de la trama y deja un regusto amargo, que afortunadamente desaparece al poco tiempo, y uno puede volver a apreciar el magnífico sabor de lo que ha visto.
Clave para el resultado de este espectáculo son los intérpretes, entregados a un trabajo que se antoja extenuante por lo exigente, tanto desde el punto de vista físico como del mental. Mención especial merece Irene Escolar, a la que no hay que descubrir como una de las mejores actrices de su generación, y que interpreta una parte no pequeña de su papel ¡en ruso! Una función para disfrutar de principio a (casi) fin.
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