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CRÍTICA DE TEATRO

«Los temporales»: hay que matar la vaquita

El Centro Dramático Nacional presenta esta obra de Lucía Carballal, dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez

David Boceta y Lorena López MarcosGPunto

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

El título de esta comedia tan amarga como divertida juega con dos conceptos: el meteorológico de tormenta inmensa y el que alude a la duración de los empleos que gestiona la empresa donde trabajan los personajes; dos significados que el espectador, casi inevitablemente, tiende a anudar a la noción de intemperie, también moral y emocional. En un lugar de trabajo que evoca un espacio natural (amplios paisajes en las paredes, suelos de arena, una mesa de ping pong como nota lúdica, fondo sonoro de trinos de pájaros), un «coach» –como se denomina en la jerga corporativa al preparador que se encarga de enjalbegar de positividad las tensiones, el estrés y los bloqueos– realiza con los empleados una experiencia de intercambio de personalidades para determinar qué le pasa a Olivia, trabajadora al límite de su resistencia que ha sufrido un desvanecimiento.

«Los temporales» (****) Autora: Lucía Carballal. Dirección: Víctor Sánchez Rodríguez. Escenografía: Mireia Vila. Intérpretes: David Boceta, Mamen García, Carlos Heredia, Lorena López y Nacho Sánchez. Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero. Madrid

Simulacro sobre simulacro, los colorines del falso optimismo y la confraternización forzada disfrazan el deterioro de las condiciones de trabajo y la invasión progresiva del círculo personal por el laboral, donde se venden las sucesivas renuncias como autorrealización. El gurú de la psicología motivacional plantea una parábola: un sabio que llega a la casa de un familia pobre, apenas alimentada con los producto lácteos obtenidos de una vaquita, mata al animal arrojándolo por un barranco; resultado, tiempo después la familia ha prosperado tras haberse visto obligada a salir de su estabilidad mísera para encontrar nuevas formas productivas de sustento. Así que para avanzar es necesario matar la vaquita , una forma de decir que el despido puede ser una manera de empezar de cero que abre interesantes posibilidades liberadoras y de renovación.

La autora expone la situación con ácida ironía atravesada de sarcasmo y lucidez; dibuja los personajes apoyándose en apuntes tomados del natural (el sindicalista que mantiene la rutina de sus ideales como muro contra el desencanto , el joven que quiere hacer méritos, la empleada siempre a flote aunque frustrada vocacionalmente), establece la geometría subterránea de sus relaciones, siembra la obra de sorpresas argumentales y hace avanzar la acción con inteligencia, tenso sentido de la comedia y excelente pulso para los diálogos.

La puesta en escena de Víctor Sánchez Rodríguez enhebra de forma fluida las escenas engastando armónicamente los, a veces muy rápidos, cambios de tono, perspectiva y ritmo de este espectáculo que tiene la contundencia de un implacable diagnóstico social. Excelentes todas las interpretaciones, del «coach» casi imperturbable que asume David Buceta a la desgarrada Olivia vestida de verdad y emoción por Lorena López , además del joven al que Nacho Sánchez presta vehemencia y entusiasmo, el sindicalista cabal de Carlos Heredia y la veterana trabajadora encarnada por la deliciosa Mamen Díaz , que se lleva de calle al público y protagoniza un formidable final.

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