Van Sant, vanguardia introspectiva
Gus Van Sant (1952) se ha pasado un cuarto de vida dilucidando: pintura o cine, cine o pintura. Se decidió por la pintura y en 1970 estaba en la escuela de diseño de Rhode Island. Por allí se encontró con David Byrne, el que luego ... sería líder de los Talking Heads, para acabar haciendo música étnica con otra vaca sagrada, Bryan Eno, el genio comprendido. Byrne siempre ha tenido curiosidad por saber y analizar. Van Sant también. Al final ambos comprendieron que aquello se les quedaba corto. David se fue a la música y Van Sant al cine. Desde entonces siempre ha intentado aportar ideas, estudiar comportamientos, alinearse con el lado oculto del cine, ese que no hace grandes superproducciones, que utiliza poco ordenador y que estudia y aprende.
Para Van Sant era más importante comprender el mundo de los adolescentes, el de la ofuscación de la edad, la transición hasta que llegas al otro lado de la orilla, supuestamente a salvo, o si te hundes en las profundidades.
Con lo que ahorró haciendo publicidad financió su primer proyecto: «Mala noche», en el que tocaba el asunto gay al narrar las peripecias de un estadounidense al intentar seducir a un joven mexicano. En «Drugstore Cowboy», armando actor a Matt Dillon, echó un vistazo, cruel y visceral, a los dramas personales de cuatro toxicómanos que atracaban farmacias. Fue una experiencia durísima y reveladora de los caminos que quería seguir Van Sant. Senderos ásperos y montañas abruptas llenas de minas.
Para echar más cicuta rodó «Mi Idaho privado», otro retrato descarnado sobre la sociedad americana, sobre los valores de la amistad y la falta de apoyo familiar. La película fue un éxito y un drama para los supervivientes. River Phoenix murió víctima de una sobredosis a la salida de una discoteca y marcó la vida de Van Sant y de su compañero de rodaje, Keanu Reeves. Este último salió tocado de la experiencia y su existencia ha sido un infierno de dimes y diretes. Vapuleado por la crítica y por la vida, el libanés entra y sale de su ser como si no fuese él mismo. A Van Sant la pérdida le sentó fatal. Además, le llevó a pensar que necesitaba ampliar su visión de las cosas para que hubiera más gente que observara la podredumbre del mundo.
Quizás por eso dio un paso adelante, metió una pincelada más de comercialización a sus películas pero también las cargó de amargura, incomprensión y dureza. Tocó temas crudos. En «Todo por un sueño» retrató la ambición por encima de todas las cosas y en «El indomable Will Hunting» encontró el espaldarazo no buscado de Hollywood. Quitando «Psicosis», que era un callejón sin salida, Van Sant no ha dado excesivos pasos en falso. «Elephant», «Last Days», «Milk»... Todo ha tenido calidad o, al menos, dignidad. Y eso no es poco.
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