Un Peter Pan para adultos
El próximo domingo, los lectores recibirán gratis con ABC «Amelie», película de Jean-Pierre Jeunet, protagonizada por Audrey Tatou
Pocas veces había entrado una película en escena con ese espíritu de cambio entre el antes y el después. El antes y el después de ver «Amelie» son tan radicalmente distintos como el mundo antes y después de tres copas de champán, y su efecto ... en el público fue tan burbujeante, divertido y poético que se oyó el taponazo en prácticamente el mundo entero. No sé a qué sonaría antes de esta película la palabra Amelie, pero tras su estreno, en 2001, Amelie es la fantasía, el encanto, la inocencia, la ilusión..., una especie de Peter Pan para adultos, un limpiaparabrisas, una transfusión de aire nuevo, un rato que se queda pegado al cuerpo como un tatoo..., que es casi como se llama su protagonista, Audrey Tautou, que entró en el plano mirando a la cámara con la ingenuidad de Keaton, la picardía de Chaplin y el embrujo y atractivo de las dos anteriores Audreys.
Y pocas veces había estado el espectador tan indefenso ante el hechizo de una película, en cuyo arranque ya volcó su director, Jean-Pierre Jeunet, toda la jarra del ingenio, del talento, la gracia, la poesía y la desgracia: los primeros minutos, cuando una voz en off narra la infancia de Amelie son, literalmente, imbatibles, con el gnomo viajero que envía postales, la fatal y casual muerte de la madre (le cae encima una turista canadiense), la presunta enfermedad cardíaca de Amelie (cada vez que se aproximaba a su padre, y también su médico, para hacerle una revisión, se le disparaba su corazón emocionado, de tal modo él siempre creyó que estaba enferma)... Es el preludio del enamoramiento con el personaje, que resultará arrebatador a partir de entonces, cuando se convierte en el hada del cuento, porque, en algo más que la mera apariencia, «Amelie» es un cuento de hadas.
De Jean-Pierre Jeunet, que había hecho la provocadora e inclasificable «Delicatessen», tal vez nadie hubiera supuesto ese espíritu tierno, romántico, parisino y novelero que despliega el personaje de Amelie, pero no es difícil verlo en cuerpo y alma detrás del paisaje y el paisanaje que rodea a su protagonista, tipos en los que se mezcla la extravagancia, el infortunio, la chispa, la malicia y la estulticia, y que resultan un explosivo combinado cuyo golpe de gracia estalla en plena cara..., personajes como el cliente celoso del bar de Montmartre, o la vendedora de tabaco, o el escritor fracasado, o el hombre de vidrio obsesionado por un cuadro de Renoir, o el frutero estúpido y abusón que goza maltratando a su dependiente, o la camarera..., y, claro, el supuesto príncipe azul, el coleccionista de imágenes abandonadas en el fotomatón, que interpreta Mathieu Kassovitz... En todos estos personajes influirá la varita mágica de Amelie, que encuentra su papel en la vida justo a partir de la muerte trágica de Lady Di.
Tal es el ritmo, tal el cromo de descripciones, personajes y situaciones, tal es el espíritu de ensueño, de alucinación que tiene cada instante de «Amelie», que la película es como un bebedizo. Y todas estas virtudes internas se ven amplificadas por el espectacular trabajo de Jean-Pierre Jeunet, un cineasta que no da un paso si puede dar una voltereta. La consecuencia: además de sentirse dentro, en el ánimo, con claridad los efectos del bebedizo, «Amelie» es una película que uno ve tan enfrascado en el espectáculo de toma y daca como un partido de tenis. Visualmente es tan rotunda o más que emocionalmente.
«Amelie» tuvo, primero, un gran éxito en Francia, convirtiéndose rápidamente en una de las películas más taquilleras de su historia; luego entró arrebatadoramente en el resto del mundo, incluido el hermético mercado americano (obtuvo cinco candidaturas al Oscar de Hollywood, entre ellas la de mejor película en habla no inglesa, aunque lo ganó la bosnia «En tierra de nadie», de Danis Tanovic) y tanto aquí como allá, en Oriente y Occidente, «Amelie» encontró sin dificultad el enchufe perfecto para conectar con las gentes.
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