«El patio de mi cárcel»: llega a la competición el cine de casa El certamen proyectó también la turca «La caja de Pandora»

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
SAN SEBASTIÁN. La primera de las películas españolas en competir en esta edición del festival transcurre casi íntegramente en ese terreno tan explorado por el cine que es el interior de una cárcel. De una cárcel de mujeres. La directora de «El patio de mi cárcel» es Belén Macías, que instala su mirada allí dentro; una mirada que no es original, pero sí entusiasta, y a través de ella se aprecian unas relaciones entre personas, entre mujeres, entre amantes, entre actrices (el argumento usa el teatro como fuga virtual)... Y para enfocar su vista, Belén Macías tiene a una actriz aún más entusiasta y entregada, Verónica Echegui, que asume con su habitual destreza y desparpajo los mandos del carro de combate que son siempre sus interpretaciones. Ella es tremenda, pero su personaje la imita descaradamente.
«El patio de mi cárcel» es una película vista, con personajes previstos y situaciones bajo sospecha, utiliza «tipos» (la dura, la madraza, la colgada, la enamorada, la carcelera buena, la carcelera mala...) para añadir un ingrediente nuevo al consabido guisado, y lo sugiere el título: la cárcel como la extensión o el sustituto de la casa... La visión es ingenua, pero puede entenderse: el hábito, el síndrome, la seguridad y familiaridad que proporciona el encierro a algunos de los personajes que retrata (en ese sentido, se acerca y al tiempo se aleja de otra de las películas que participan en el Festival, fuera de la sección oficial, «Leonera», de Pablo Trapero).
De la épica a la lírica
La directora no ha sabido o querido contener la descomposición de su película en melodrama, cambia sobre la marcha de la épica a la lírica, ambos conceptos entrecomillados, y acaba en manos del «solo» de Verónica Echegui, maravillosa en la épica, pero forzada en la poética. Es como si la función de teatro que ensayan las presas se apoderara poco a poco de la película, convirtiéndola también en función, y del elenco, sólo algunas de las actrices encuentran su buen acomodo, como por ejemplo Ana Wagener o Violeta Pérez o Natalia Mateo.
Otras, como Candela Peña, Blanca Portillo y Patricia Reyes Espíndola, se diría que se han colado sin querer en la función. Pero toda la fuerza y la garra de Verónica Echegui pareció poco al lado del rostro de hoja en blanco de una anciana turca, la protagonista de «La caja de Pandora», de Yesim Ustaoglu. La actriz se llama Tsilla Chelton y encarna a una mujer que vive sola en la montaña y le aparece, de repente (un fulgor), mister Alzheimer.
A partir de ese momento, el drama se convierte en una tragicomedia familiar, con la mujer, con cara de sudoku, en medio de las discordias de sus tres hijos. En un Estambul brumoso, como el interior de la cabeza de la anciana protagonista, la mujer se permite al tiempo la extravagancia y la lucidez: no reconoce a los suyos, pero en cambio los conoce de un modo profundo, genético y a cada uno le proporcionará el consuelo o el desconsuelo de esa frase sensata, clarividente y sagaz que nos permite a los demás discernir las claves de esa familia, o de esa película.
La imagen, con el velo puesto, es llamativa, como lo es también cada uno de los gestos de la mujer. «La caja de Pandora» hay que situarla, pues, en un lugar a mano para el día de clausura.
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