Misma pareja, otro «Titanic»
Sam Mendes sabe algo que al ser humano no le gusta oír: que a ese gran placer de volar montado a lomos de nuestros sueños le suele seguir la decepción de caerse de ellos..., un pequeño o gran batacazo que únicamente nos recuerda que nuestros ... sueños vuelan, pero nosotros, no.
En su primera película, «American Beauty», Mendes le daba al espectador algún respiro, la posibilidad de inhalar alguna voluta de esperanza. Aquí, en «Revolutionary Road», no. Hay otras películas que han conseguido arrancarle al fracaso algo positivo, belleza, sabiduría, estilo..., lo que sea; ésta de Sam Mendes, nada, lo dibuja con brusquedad, en toda su inclemencia: el fracaso será, de un modo u otro, antes o después, un inevitable compañero de viaje, y no es necesario llamarlo, merecerlo o combatirlo para que irremediablemente acuda, al menos en forma de sensación.
Leonardo DiCaprio y Kate Winslet son un matrimonio joven, estupendo, ejemplar y que vive ahí, en una hermosa casa, con una hermosa vida, en esa «calle revolucionaria» que se irá haciendo cada vez más estrecha a medida que pasa el tiempo... Es, lógicamente, una estación de paso: les espera el futuro, aquellos sueños que tuvieron juntos, vivir, ser, trabajar..., bueno, no tanto un trabajo como un «cometido», casi una «misión»... Ellos, como todos y cada uno en su interior, son especiales, y tenían otros planes que no eran confundirse con el paisaje, un paisaje que la cámara malévola y deprimente de Mendes revela con la descripción del adocenamiento, «gente» vestida igual camino de la labor, del tajo, de la carga cotidiana... La película es el viaje sin moverse de estas dos personas, un viaje descorazonador, pues Di Caprio y Winslet van de nuevo a bordo de un «Titanic», su matrimonio.
Tiene esta visión lúcida y dolorosa de la existencia un posible y falso analgésico: ha de hablar, claro está, del sueño americano, sólo de ellos. Y tal vez sea, en efecto, de lo que habla Sam Mendes. Y habrá quienes así lo escuchen, en su supuesta versión original: una crítica al modo de vida americano. Pero es un consuelo sin, precisamente, suelo debajo, sin terreno firme en el que sustentarse: habla de cualquiera; o al menos, de cualquiera que tenga sueños olvidados que reprocharse.
«Nuestro futuro no era esto», le dice el personaje que interpreta Kate Winslet al de Leonardo Di Caprio. Y en esa frase absurda, disparatada, discordante (el futuro nunca está atrás) se halla la tragedia de esos personajes, a los que el director empitona sin ningún miramiento, lo que compensa a cambio con un magistral compromiso con los actores que los interpretan: ambos hacen un trabajo excepcional, y especialmente Leonardo Di Caprio, que modela un Frank complejo, comprensible, débil, atractivo y lastimosamente vulgar. Aunque resalte más el trabajo de ella, Kate Winslet, gran actriz, de enorme recorrido dramático y en la piel de una mujer desolada y desoladora... Ambos a bordo del «Titanic» de su matrimonio feliz, perfecto. Ambos atrapados en un pliegue de su futuro. Ambos en esa discusión eterna sobre lo más conveniente: si dar unas brazadas antes de ahogarse o tocar el violín con toda la orquesta hasta que el barco se hunda.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete