La mirada vuelta
Puesto que la ficción es imposible que supere, en este asunto, a la realidad, la directora Chus Gutiérrez busca ese terreno intermedio de la «realicción», en el que lo inventado ha de ser un paño tibio para la fría verdad. La patera es a los ... ojos del ciudadano de aquí algo que llega, aunque no hay que hacer un gran esfuerzo intelectual para darse cuenta de que al otro lado del Estrecho, en aquella costa, la patera es algo que se va; no hay contradicción en ello, sólo punto de vista. Y la película de Chus Gutiérrez busca el punto de vista desde su mismo arranque, un punto de vista valiente y que no duda en nacer agonizante: cámara subjetiva de alguien que lucha -sin éxito- por no ahogarse a unas decenas de metros de la playa. Un recién ahogado nos contaba la historia de «El crepúsculo de los dioses», obra maestra de Billy Wilder... Aquí, el ahogado no es el protagonista: es, sólo, una sensación.
A partir de ahí, la mirada de Chus Gutiérrez se dirige en sentido contrario: cobra vida. Va hacia el origen, el lugar no de llegada sino de salida. El revés de la historia: el viaje al revés. El dueño de una funeraria lleva el cadáver de un joven «muerto al llegar» (tal vez, el ahogado del comienzo) de vuelta a su casa, en Hansala, un pueblo colgado del Atlas donde el único móvil con cobertura es el eco. Lo acompaña la hermana del joven muerto, que también vuelve a casa aunque ya con los papeles en regla.
José Luis García Pérez es el hombre que va y Farah Hamed es la joven que vuelve, ellos protagonizan la historia titulada «Retorno a Hansala». El comienzo es «lo inventado», pero sin duda un calco de la mera realidad, y en él se recrea un suceso tan habitual que ya no produce apenas temblor al que lo ve en los telediarios, el guiñapo de unos cuantos inmigrantes ilegales ahogados y tirados en la playa, sin nombre, sin pasado y, claro está, sin presente ni futuro. Uno de ellos tiene un número de teléfono, que será el hilo del que tirará Martín, el responsable de una funeraria que colecciona muertos anónimos, para encontrar el camino hacia el que dirigirse: Hansala. Y tras «lo inventado», comienza el viaje hacia la realidad, trajeado de documental, o al menos de filmación tal y como venga, o como el director de fotografía, Kiko de la Rica, la atrape.
Lo mejor de «Retorno a Hansala» son el viaje hacia allí y, sobre todo, la luminosa estancia en ese lugar habitado por gentes sencillas, nobles y orgullosas, donde los ancianos tienen voz y dignidad y los jóvenes buscan el dinero necesario para que los traficantes de esperanzas le den un billete de turista en una patera. En el ambiente se respira la falta de «aire», y la cámara de Chus Gutiérrez lo recoge en la mirada de un joven de la localidad que sueña con evaporarse de allí al precio que sea. Aunque también se recogen otros sentimientos tan poderosos como los sueños, casi todos provocados por la emotiva imagen de un tendedero con ropa colgada; ropa vacía cuyos dueños se quedaron en el viaje y que han llevado hasta allí para ver si alguien la reconoce...
Película transparente, valiosa, beneficiosa, que le devuelve a uno con creces el precio de la entrada, y no sólo por la hondura de su cine, sino también en forma de mirada nueva, vuelta, desde allí.
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