Lola Herrera: «Los personajes te abren los ojos, pero salvo que se te vaya la cabeza, tú eres tú y ellos son ellos»
La actriz vuelve a meterse en la piel de Carmen Sotillos en «Cinco horas con Mario»
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Iniciar sesiónEl 26 de noviembre de 1979, Lola Herrera (Valladolid, 1935) se encontró por primera vez con Carmen Sotillo, la viuda que trece años antes había puesto Miguel Delibes frente al cadáver de su marido en una de las novelas fundamentales de la literatura española del ... siglo XX: «Cinco horas con Mario». Han pasado ya más de cuarenta años de aquel estreno, y Carmen Sotillo sigue acompañando el viaje de la actriz vallisoletana por los escenarios españoles. El martes 12, volverá a velar a Mario -por quinta vez en cuatro décadas- en el escenario del teatro Bellas Artes de Madrid, en unas funciones especialmente significativas para la actriz, por la situación creada por la pandemia.
Volver a los eVolver a los escenarios siempre es un placer, pero imagino que esta vez...
Mucho más -interrumpe-. He hecho unos cuantos bolos, y casi no me lo podía creer; es una situación muy especial por ver a los espectadores con mascarilla y todo lo demás, pero hay que descubrirse ante los teatros, que lo han organizado todo muy bien.
¿Qué tal llevó el confinamiento?
Lo he pasado de todas las maneras: muy bien, porque he podido disfrutar de mi casa, de cosas que normalmente no puedo; jamás en mi vida he estado tanto tiempo en casa desde por la mañana hasta por la noche un día tras otro. He estado con mis hijos, he podido disfrutar de ellos; he hecho cosas muy gratificantes que normalmente no hago, desde arreglar un collar hasta recortables... Pero he tenido bajones anímicos periódicamente. Me quedaba durante unas horas muy desanimada, sin ganas de nada. Las noticias han sido -están siendo- muy tremendas. Hay demasiados muertos.
¿Usted es de las que apaga la televisión y la radio para no escuchar esas noticias? Mucha gente lo hace...
Yo no he sido capaz. Quería saber lo que había pasado en el día, lo que pasaba en el extranjero... He estado muy pendiente de la situación, no me he sentido saturada -aunque había saturación-; mi necesidad de información era mayor.
¿Usted recuerda un momento más «loco» que éste?
No. Yo viví la posguerra; nací un año antes de estallar la guerra civil, y no me enteré muy bien. Sé que me asustan todavía los fuegos artificiales, y debe de ser por los bombardeos que viví de niña; yo no era consciente, pero en algún sitio está... Luego lo demás: las catástrofes terribles: el nazismo y sus crímenes espantosos, la bomba atómica, las Torres Gemelas..., han tenido un espacio de tiempo en un lugar determinado. Pero todo se queda en enaguas ante esto, que es todos los días en todos los países. Yo no había vivido nunca nada así; a la gente de mi generación es lo único que nos faltaba...
¿Y en situaciones así uno se llega a plantear la necesidad, o incluso la utilidad, del teatro?
No. El teatro es un bien para todos. Para quien lo quiera tomar de la manera más fácil es una distracción, pero en realidad es mucho más. Dependiendo del género y de la calidad del espectáculo, el teatro te hace pensar, volar, reír... Hay muchos ingredientes necesarios para el ser humano. Y en el teatro se dan en vivo y en directo, un componente que no tiene parangón con nada. El directo es lo más.
¿Qué sintió el día que volvió al escenario? ¿Ha sido éste el período en que ha estado más tiempo alejada de él?
Sí, el más largo con diferencia... La vuelta fue emocionante, y le di las gracias al público al final de la función por estar ahí. Los había echado mucho de menos y sin ellos no somos nada. Antes de la función tuve mi diálogo con Miguel Delibes y con José Sámano... Todos los días, antes de empezar, tengo un momento de concentración en el que ellos tienen su lugar y su presencia. Yo hablo con ellos, porque sé que de alguna manera están conmigo en todo lo que estoy haciendo.
Julia Gutiérrez Caba dijo, cuando se «retiró», que cuando llegaban las siete de la tarde se activaba y se inquietaba, porque era la hora de ir al teatro. ¿Le ha pasado a usted durante este parón?
No. Pero sí he tenido una sensación de vacío profundo. Me costaba incluso ponerme a leer. Con todo el tiempo que tenía; pero no tenía ni el ánimo ni la concentración. He empujado mucho de mí para no deprimirme; estoy seguro que le ha pasado a mucha gente, porque la situación no es para menos... Y no quiero ni pensar cómo estarán los que hayan perdido a sus seres queridos o estén en las UCIs pasando las de Caín...
Hablemos de «Cinco horas con Mario». ¿Qué le lleva a querer contar otra vez la historia de Carmen Sotillo? ¿Sigue teniendo esa necesidad?
Tiene razón de ser, sigue teniendo razón de ser. Mucha gente muy joven no se puede creer que hace tan pocos años hubiera una sociedad como la que teníamos. Recordárselo, ya que no se molestan en estudiarlo, no está mal. Y yo lo paso muy bien. Nunca pensé que estaría haciendo esta función a estas alturas, pero las circunstancias me han llevado de un modo u otro a mantenerlo más tiempo: el cincuentenario de la novela, el centenario de Miguel Delibes... Pero disfruto mucho, nunca pensé que podía hacerlo tanto, que podía encontrar en Carmen tantas cosas, tantos registros, tantas capas en la distancia y en la cercanía... No sé explicarlo muy bien, por eso no me metí a profesora de interpretación -ríe-. Pero lo que yo siento, lo que disfruto... Dejé de hacer «Cinco horas con Mario» porque había llegado al tope. Y cuando la recogí después, al cabo de los años... Si me dicen que iba a descubrir en Carmen todo lo que no había visto antes... Ese paseo por Carmen no tiene precio.
Será una mujer distinta cada vez...
Cada vez ha sido una Carmen distinta, sí. He aprendido muchas cosas en estos años, y la veo con otras ópticas distintas y mucho más ricas. Soy más comprensiva con ella, más amorosa, más tierna... Menos madrastra, porque al principio era un poco madrastra con Carmen...
Cuando se profundiza tanto en un personaje, ¿no se produce una simbiosis?
No... Es como una amiga a la que conoces muy bien. A la que quieres, valoras y compadeces. Pero de ahí a ser ella... Es otra cosa. Los personajes te abren los ojos, pero salvo que se te vaya la cabeza, tú eres tú y ellos son ellos. Al Pacino decía en una entrevista que leí hace tiempo que en el cine el compromiso con el personaje era muy distinto por la forma de trabajar. Pero que en el teatro él le daba al personaje lo que necesitaba y al terminar la función se iba a su casa... Aunque al día siguiente había que volver al teatro. Normalmente profundizas en un personaje hasta donde sea y no lo sueltas hasta que dejas de hacerlo. No dejas del todo al personaje, pero no es algo consciente. Salvo que te trastornes. Eso son de todos modos casos aislados.
¿Pero modifica al actor?
No... Se aprende de cada personaje, pero yo siempre sigo siendo yo. Sé desprenderme muy bien de ellos, ese juego lo he manejado muy bien desde que empecé en el teatro... He ido aprendiendo más con los años, y como son tantos he aprendido bastantes cosas. Pero la afectación de un personaje no puede llegar a eso. No debe llegar a eso. Y hablando de Carmen, nos conocemos muy bien, eso sí. Siento por ella muchas cosas muy encontradas. Especialmente mucha gratitud. Miguel Delibes escribió un personaje que me ha dado mucho juego fuera y dentro del teatro. Me ha hecho esforzarme y aprender mucho; este trabajo, si te aplicas, puede ser un gran aprendizaje.
Sobre todo empatía, tolerancia...
Claro, porque... Como decía antes: cuando me encontré con Carmen fue muy duro al principio. Maravillosamente duro, porque tenía una especie de rechazo por ella. He ido entendiendo a Carmen -no compartiendo su forma de funcionar- con el tiempo; entendiendo de dónde venía, lo que habían hecho sus padres, la sociedad en la que le había tocado vivir... Que era prácticamente la mía, pero yo tuve unos padres estupendos, y aunque me castró mucho la dictadura, en mi casa había una ventana abierta al mundo. Eso condiciona mucho. La dictadura condicionaba mucho, a todos los niveles, a una mujer. Mi madre era el sargento de la casa, una mujer cuadrada, y mi abuela también. Y aquello me sirvió para ir descubriendo, haciéndome con los mandos de Carmen, metiéndome en ella -porque yo no sé trabajar de otra manera; o me meto o no puedo-, al principio lo que sabía no es lo que sé ahora.
¿Ha aprendido a compadecerla?
A comprenderla. Me inspira mucha compasión: pero mucha, mucha, mucha. Y ternura, porque en el fondo hay una ingenuidad, una rabia, una mezcla de sentimientos en ella que son una bomba. No ha resuelto ningún problema a lo largo de los años. No ha hecho más que hablar y quejarse. Pero no ha solucionado nada.
Ha hablado de la sociedad franquista. ¿Estamos ahora en el otro lado del péndulo? ¿Se ha pasado de la represión a la falta de valores? ¿O hemos encontrado el equilibrio?
El equilibrio en una sociedad es muy difícil de encontrar. Pero nada peor que una dictadura. Lo demás es el progreso, que trae estas cosas; trae los desmanes. La globalización, el mercado libre, han traído que a la gente le meten las cosas por los ojos. A nuestra sociedad la han cambiado los capitalistas, los que convierten todo en dinero. Esos nos hacen entrar por un agujero aunque sea pequeñísimo y nos digan que no nos haremos daño. Estamos llenos de adicciones creadas por cuatro o seis personas en el mundo que han decidido acogotar a la sociedad. Y también por nuestra dejadez individual; no hay una conciencia, porque es tan fuerte el bombardeo de todo lo que se necesita y de todo lo que hay que hacer, que la gente no sabe encontrarse a sí mismo. Todos entramos de alguna manera en el saco, pero la inmensa mayoría lo hace de cabeza.
¿Nos hace falta pensar más en el otro?
Vivimos en una sociedad donde nadie piensa en nadie, donde el de al lado no importa nada, de una gran individualidad. Yo, yo, yo, yo... Y la verdad es que vivimos en una sociedad terriblemente injusta, y mucha gente ni siquiera piensa que lo sea. Piensa que el que está en la calle algo habrá hecho mal. Tenemos muchas carencias y muchas necesidades al mismo tiempo, y tendríamos que aprender a vivir de otra manera. Yo ya no, ya me quedo así, pero me gustaría que la gente joven tuviera un mundo más lógico, más sensible al otro, a la naturaleza... Parece que la sensibilidad ha desaparecido.
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